La derecha española y el orgasmo argentino

Juan Manuel Aragüés Estragués

Los sueños más húmedos de la derecha española acaban de hacerse realidad en Argentina con la proclamación como presidente del ultraderechista neoliberal radical Javier Milei. Tanto adjetivo junto —ultraderechista, neoliberal, radical— no es una licencia poética, sino una necesidad descriptiva, en la medida en que las mencionadas posiciones ideológicas no tienen por qué darse a un mismo tiempo y por eso se trata de subrayar que, en este caso, Milei conjuga en su persona y propuesta política esas diferentes dimensiones. Se puede ser neoliberal y no ultraderechista; de hecho, el neoliberalismo, en el caso de Francia, se ha presentado como un baluarte frente a la extrema derecha, aunque sus políticas, destructoras de tejido social y causantes de un proceso de empobrecimiento de amplias capas de la población, se conviertan en caldo de cultivo de posiciones de extrema derecha. Y se puede ser de extrema derecha y no abogar por posiciones neoliberales radicales, como el caso de Trump. De ahí la especificidad y radicalidad del caso Milei y el alborozo que ha suscitado en la derecha extrema y la extrema derecha española.

Nuestra derecha patria se alboroza al escuchar a Milei defender abiertamente la dictadura militar argentina. Estamos ante este especial caso de demócratas —Milei, pero también Abascal, Ayuso, Almeida— que no tienen ningún complejo en reivindicar la herencia de una dictadura y que atribuyen a la actitud de los demócratas la responsabilidad de los golpes de Estado perpetrados por ejércitos que ejercen posteriormente una intensa represión sobre su pueblo. Casi nadie en Argentina había osado reivindicar la memoria de una dictadura que hizo desaparecer y asesinó a miles de personas, que arrojó al Atlántico a opositores, que desencadenó una guerra para desviar la atención de sus atrocidades. Como casi nadie en España, hasta hace unos años, mostraba abiertamente su reconocimiento del régimen franquista. Cuando en España nuestra derecha ya se enorgullece incluso de la palabra fascista y se afana por enterrar la memoria de los que lucharon por la democracia, encontrar al otro lado del Atlántico, en Argentina, pero también en Chile, voces capaces de alabar los crímenes de sus respectivas dictaduras, provoca, sin duda, un hermanamiento en la reivindicación de la violencia política como instrumento para luchar contra los demócratas. Abascal, en Argentina, ya le ha augurado al presidente del Gobierno de España, en un gesto propio del pistolerismo fascista que debiera ser perseguido por la Justicia, un futuro colgado de una cuerda.

España se encuentra ante un serio problema: la ausencia de una derecha con cultura democrática

El mismo alborozo se experimenta cuando Milei anuncia tiempos extraordinariamente duros. Duros, como siempre, para los demás. Para él y su hermana, ya nombrada alto cargo del Gobierno (sorprendente que quien promete acabar con lo público —las paguitas, dirían aquí algunos— lo primero que haga sea incorporar a la nómina pública nada menos que a su hermana) se avecinan, por el contrario, tiempos de vino y rosas. Milei promete acabar con los impuestos, con la obra pública, con servicios esenciales y transferir a la iniciativa privada la responsabilidad del funcionamiento de la sociedad. Con ello se consiguen dos efectos inherentes al planteamiento neoliberal: enriquecer todavía más a los sectores afectos al poder que se beneficiarán de la explotación de servicios anteriormente gestionados por el Estado y empobrecer todavía más a sectores modestos y desfavorecidos que deberán, a partir de ahora, sufragar su atención médica, la educación, las pensiones, el acceso a carreteras privatizadas, etc. La derecha española ha entrado en éxtasis al escuchar a Milei vaticinar tiempos catastróficos y de shock ante el aplauso de una parte de la población. Lo que vienen proponiendo Ayuso y compañía desde hace años, esa libertad que consiste en un sálvese quien pueda en el que los que se salvan son los de siempre y los que perecen también, convertido en doctrina de gobierno en Argentina con la aquiescencia de quienes van a resultar arrasados por esas medidas. 

España se encuentra ante un serio problema: la ausencia de una derecha con cultura democrática. Mientras buena parte de la derecha europea tuvo que batirse frente al nazismo y el fascismo, la derecha española, tanto la extrema derecha como la derecha extrema, nacen de las mismas entrañas de la dictadura. Por ello, ahora entroncan a la perfección con las derechas totalitarias que vienen proliferando en Europa y América. La democracia, para ellas, se ha convertido en una palabra comodín vacía de cualquier sentido y no dudan en optar por actitudes que, en realidad, erosionan nuestras ya profundamente debilitadas democracias. Paradójicamente, quienes hace no mucho criticábamos las insuficiencias de las democracias parlamentarias nos vemos obligados a salir en defensa de las mismas ante la actual oleada totalitaria. Por mucho que PP y Vox se llenen la boca con referencias a la Constitución, sus prácticas se hallan muy alejadas del marco de convivencia establecido en la misma y que, hay que recordarlo, es fruto de una amnistía de la que fue esa misma derecha la que resultó especialmente beneficiada, al no tener que responder de sus crímenes durante la dictadura.

El experimento argentino será, a buen seguro, un enorme fracaso, como ya lo ha sido en los lugares donde ha intentado ser llevado a cabo. Pero los efectos de desgaste social que va a provocar acercarán a Argentina al borde de un precipicio de imprevisibles consecuencias. La extrema derecha, con el beneplácito en España de la derecha extrema, se está aplicando a destruir todo lo que Europa pudo construir tras la II Guerra Mundial, provocada, por cierto, como nuestra Guerra Civil, por esa misma extrema derecha. La extrema derecha llevó a Europa a la catástrofe y la destrucción. Hoy, con Argentina e Israel incorporados a la tarea, parecen querer llevar al mundo al completo.

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Juan Manuel Aragüés Estragués, Profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.

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