El desprecio por el Tercer Mundo

Emilio Menéndez del Valle

Probablemente, el fenómeno de la descolonización —de impactantes consecuencias para las relaciones internacionales y la política exterior de las potencias— fue el suceso político más importante del siglo XX. A lo largo de unas cuantas décadas a partir de los años cuarenta, la dominación colonial europea y los imperios, algunos existentes desde el siglo XV, fueron formalmente abolidos.

En esas décadas el mundo adoptó una nueva configuración: la bipolaridad del Este y el Oeste, que abarcaba a parte del planeta, pero no a todo. Tanto el mundo occidental como el comandado por la URSS ignoraron las realidades políticas y económicas del resto, es decir la mayor parte de África, Asia, América Latina, Medio Oriente… el Tercer Mundo, que en aquellos años, en su mayoría, rechazaron posicionarse abiertamente con uno u otro extremo. Durante más de veinte años, las naciones del Tercer Mundo, despectivamente denominadas en Occidente “tercermundistas”, se agruparon, a pesar de divisiones y fraccionamientos, para construir un marco de relaciones internacionales que eludiera el conflicto Este-Oeste. 

Años después, embelesado por la victoria sobre el comunismo, encantado con la teoría del “fin de la historia”, Occidente se encontraba satisfecho con la evolución de los acontecimientos internacionales y persuadido de que ese denominado Tercer Mundo se integraría en el modelo occidental, del que, de una u otra manera, como siglos antes, continuaría subordinado o dependiente.

Diez años después de la creación de las Naciones Unidas —impulsada por las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial— 29 Estados del Tercer Mundo se reunieron en Bandung, Indonesia, con la intención de hacerse presentes en unas relaciones internacionales protagonizadas por los herederos del colonialismo. Intentaban contribuir a un nuevo diseño del orden internacional, aunque asimismo imbuidos del espíritu y la letra de la Carta de la ONU. El comunicado final de la Conferencia de Bandung defendía la cooperación entre muy distintas civilizaciones y religiones (sobre la base de que civilización y civilización occidental no son lo mismo) al tiempo que daba la bienvenida a una solidaridad post colonial. El propósito de Bandung era propiciar el ascenso de las naciones post coloniales que en ese momento existían, pero también el de las que surgirían en los años subsiguientes, a la categoría de sujetos (lo que hasta entonces no habían sido) de un nuevo orden internacional, político y económico (lo que todavía no ha sido logrado a fecha de hoy, al menos plenamente y en todos los casos). Obviamente tal posicionamiento ponía en solfa el sistema político y jurídico vigente

Bandung implicaba una realidad (al menos en los años cincuenta y sesenta) radicalmente distinta de la de Europa y los imperios que habían impuesto sus normas, religión, costumbres, creencias, jerarquía racial e idioma a gentes absolutamente extrañas a todo ello. Por regla general (las excepciones son escasas, léase a Bartolomé de las Casas) las potencias coloniales europeas no atendieron a las creencias, sensibilidades y actitudes ante el mundo de los colonizados. 

Conseguida la independencia política, las excolonias se percataron rápidamente de que todo sería una ilusión mientras no lograran la económica. De ahí que intentaran organizarse colectivamente para presionar en pro de un nuevo orden económico internacional

Los congregados en Bandung y en 1961 en Belgrado, cuna del Movimiento No Alineado, sostenían que el Derecho internacional era un conjunto de normas hechas por y a medida de Occidente. En el pasado habían legitimado el colonialismo y la explotación de los países subdesarrollados y dependientes. Hoy esas normas mantienen, protegen y promueven los intereses del mundo que los había explotado y subordinado y perpetúan la gigantesca desigualdad entre el Norte y el Sur, fuente de conflictos bélicos e inestabilidad generalizada, causante de serios obstáculos para lograr la paz y seguridad globales. Conseguida la independencia política, las excolonias se percataron rápidamente de que todo sería una ilusión mientras no lograran la económica. De ahí que tras Bandung intentaran organizarse colectivamente para presionar en pro de un nuevo orden económico internacional. 

Así surge TWAIL, siglas en inglés para Enfoques del Tercer Mundo sobre Derecho Internacional, un fuerte movimiento de reforma del Derecho internacional, integrado por numerosos juristas formados precisamente en las facultades del mundo occidental o de sus equivalentes en las antiguas colonias. Parte de la base de que el Derecho internacional “clásico” se halla secuestrado por Occidente y tiene el propósito de reconfigurarlo como un Derecho genuinamente universal que atienda las solicitudes y contribuciones al mismo de los países en vías de desarrollo (o en vías de subdesarrollo, según de qué opinión se trate). Denuncia la supuesta universalidad de algunos documentos internacionales que se precian de ello, por ejemplo, la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada en 1948 por la Asamblea General de unas Naciones Unidas de tan solo una cincuentena de Estados, ausente la mayoría del Tercer Mundo. TWAIL sostiene que el Preámbulo de la Declaración no se atiene a la realidad cuando afirma: “La Asamblea General proclama la presente Declaración Universal de los Derechos Humanos como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse…”, dado que numerosos pueblos y naciones no estaban representados. Se trata, manifiesta TWAIL, de reconfigurar procesos, de configurar el Derecho internacional como un genuino conjunto de normas jurídicas que, ante la dignidad humillada por el colonialismo, “facilite una vida de dignidad para los pobres, despojados, oprimidos y subyugados en el Tercer Mundo”. Frantz Fanon —el revolucionario, filósofo y psiquiatra franco-caribeño, humanista existencial radical en el tema de la descolonización y en la psicopatología de la colonización— se referiría a ellos como los condenados de la Tierra, abandonados de la Historia. 

Cabe la posibilidad de que juristas occidentales no demasiado atentos a las realidades “tercermundistas” estimen exageradas, extremas, las reivindicaciones de TWAIL. Convencidos de que los valores occidentales son universales, rechacen a priori las posiciones del movimiento. Yo me preguntaría si los valores y principios de la empresa Nestlé, primer grupo alimentario del mundo, son también universales. En el Tercer Mundo se lo preguntan. Al parecer el concepto que de la alimentación tiene Nestlé está fuertemente arraigado en la concepción de mercado y libertad individual como únicos pilares de la sociedad… occidental. ¿Ética y capitalismo? En 2002 la empresa protagonizó un significativo caso de cinismo, ausencia de sensibilidad y crueldad hacia el Tercer Mundo. No atendió a “matices”, como el hecho de que Etiopía padecía una hambruna generalizada y ostentaba una de las rentas más bajas del planeta. La muy suiza Nestlé reclamó a los etíopes una indemnización de seis millones de dólares por una nacionalización llevada a cabo en 1975, a pesar de que el poder de la empresa (facturó en 2001 118.577 millones de euros) equivalía a trece veces el PIB del país africano. ¿Valores universales o particulares? Lisa y llanamente desprecio por el Tercer Mundo.

Coda: “La hospitalidad, cordialidad y simpatía, el sentido de la hermandad y de los valores colectivos son rasgos característicos de las comunidades del Tercer Mundo: al pobre hay que ayudarle, al hambriento hay que darle de comer, al caminante hay que darle cobijo. Se trata de valores que, a nosotros, siempre corriendo de manera febril, nos podrían ser muy útiles”. (Ryszard Kapuscinski).

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.

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