Me hago eco de titulares que dan cuenta de la crisis que está afrontando el reino de Marruecos igual que hace unas semanas lo hizo el ya depuesto gobierno de Nepal. Ambos estados han sido puestos en crisis gracias a Discord, una red social de uso mayoritario entre la gente más joven y frustrada de cada país (veremos también qué está pasando en estos últimos días y horas en Madagascar). La frustración de los pueblos no suele aparecer de la noche a la mañana, no es un arrebato momentáneo. Dependiendo de los casos, se llega a ese estado intenso y extenso, mantenido en el tiempo e in crescendo, porque llueve sobre mojado una y otra vez, un mes y otro, un año y otro más, sobre lustros, decenios y siglos de inoperancia y corrupción de quienes tienen la responsabilidad de cuidar de sus poblaciones. Así que, viendo lo que estamos presenciando en diversos lugares del planeta desde hace unos años, y aunque parecían generaciones dormidas, quizás no hemos sabido ver que su frustración estaba siendo vehiculizada y distribuida desde hacía tiempo por las redes sociales y está ahora estallando progresivamente en brotes inesperados. Y aparecen así manifestaciones repentinas y espectaculares como un “vómito en escopetazo o en proyectil”, ese que es propio de las crisis de meningitis pasado cierto umbral de aumento de la presión intracraneal (lamento el símil, pero a veces resulta imposible no utilizar metáforas clínicas por lo gráfico de su imagen).
Mucho se ha escrito y dicho sobre el espectáculo. Sobre su sociedad: el libro clásico, todavía genuinamente de actualidad, La société du spectacle (Debord, 1967); y sobre sus vagas secuelas, por ejemplo, el mucho más tardío y menos original La civilización del espectáculo, (Vargas Llosa, 2012). Y muchos eslóganes, aforismos o notas al pie de la vida en común sobre la imperiosa e imperial necesidad de su continuidad: The show must go on; o sobre su efecto opiáceo y desmovilizador en el antiguo… Panem et circenses; o sobre la impostora farándula del arte y la mercantilización que comporta el Show Business; o del consiguiente ejemplo a seguir como individuos, Show yourself; etcétera. Y quizás ahora es el momento de preguntarse: ¿Tiene cabida algún otro tipo de espectáculo en nuestro fascinante y teatralizado manicomio global que el puesto en marcha y gestionado por las grandes corporaciones o los gobiernos de uno y otro confín del planeta? ¿Una suerte de contraespectáculo?
Algunos de los eslóganes más pegadizos y fecundos que están utilizando los jóvenes marroquíes son los referidos a la necesidad de más servicios públicos y menos circo mediático, es decir: más cubrir necesidades reales y menos inventar necesidades espurias. En un país con mucha afición al fútbol, uno de los mayores ejemplos de espectáculo masivo a nivel mundial, los jóvenes parecen dispuestos a prescindir de esa oferta espectacular (luchan contra el proyectado mundial compartido entre Marruecos, España y Portugal para 2030 con inversiones multimillonarias para nuestro vecino del sur, y ahora mismo luchan también contra la Copa Africana de Naciones 2025 que albergará Marruecos en diciembre próximo) a cambio de la mejora en el cuidado de su población: más sanidad, menos tonterías, especialmente cuando este estado de frustración saltó la valla como respuesta a la muerte de ocho mujeres embarazadas en un hospital público de Agadir (se estima que en Marruecos hay menos de 0,5% médicos por cada mil habitantes, en España 6,3 y no nos sobran). Un pueblo cuya monarquía, régimen feudal y oligarquía económica son una muestra de cleptocracia y de déficit de valores ciudadanos (sin que sirva esto de exención de responsabilidades en los gobiernos “democráticos”; véase, por no ir muy lejos, el terrible asunto del cáncer de mama en Andalucía o la infame gestión de la DANA en Valencia o la de la vivienda, los salarios, las jornadas laborales, los derechos ciudadanos como el del aborto, etcétera en tantos lugares de España, por ejemplo).
Frente al espectáculo originado por distintas fuentes de poder omnímodo (resumido en el financiero), gestionado por diversos agentes interesados en su distribución y servido por los mass media, todo grupo de contestación (desde ONGs hasta cualquier tipo de reivindicación sociopolítica) que trabaja desde la frustración, ha ido aprendiendo, a lo largo de los años y mediante muchas y diversos tipos de tentativas, que debe ofrecer algún tipo de espectáculo para llamar la atención de la audiencia —del pueblo convertido en audiencia. Se hace así para que el problema señalado adquiera notoriedad y la máxima relevancia social posible; y esto, con independencia de tener la seguridad de poder revertir o no las situaciones insoportables (la puesta en marcha de las diferentes flotillas por el genocidio en Gaza tiene mucho de frustración espectacularizada, sincera, afectiva y efectiva) o con el objetivo más que improbable de prevenir males mayores (innumerables han sido y son las performances manifestadas en la lucha contra el cambio climático). La gente común está cercada por problemas y además es habitualmente engatusada y frustrada por espectáculos mercantiles de todo tipo que nos generan deseos desde la nada y hábitos de consumo absurdos e insostenibles, y para defenderse de esa estrategia de vaciado de cerebros, por el que además pagamos suculentas cifras, debe recurrir al mismo tipo de tácticas y estrategias que siempre pusieron en marcha aquellos que nos someten convirtiéndonos en meros espectadores-consumidores.
Es muy estimulante ver a miles de jóvenes en Marruecos, como antes en Nepal, como antes en tantos lugares del mundo, hacer de sus reivindicaciones un espectáculo
El espectáculo de la frustración está servido; y entiendo que así debe ser (aunque preferiría mucho más que se tratase del espectáculo de la salvación real de las mayorías). Es muy estimulante ver a miles de jóvenes en Marruecos, como antes en Nepal, como antes en tantos lugares del mundo, hacer de sus reivindicaciones un espectáculo, performances del activismo o activismo performativo. Si hay algo donde hoy se juega más la población mundial es en eso que llaman economía de la atención. Las contradicciones también están servidas, porque si no fuese por cómo se ha convertido en espectáculo retransmitido en directo tanto el genocidio de Gaza (terrorífico) como la respuesta de los pueblos, o la de la flotilla, quizás, —y a pesar de cómo están yendo las cosas—, tendríamos menos conciencia de lo que está ocurriendo y nuestras capacidades de reacción serían aún mucho menores. Así que parece que como ya vaticinó Guy Debord, padre del movimiento situacionista y gran activo del mayo francés del 68, el espectáculo fue inoculado y ya está integrado en cada una de nuestras neuronas; de nosotros y nosotras depende qué hacemos con eso, pues no sabemos escapar de su imperio (igual que Jameson, Žižek, o Fisher nos dicen que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”). Hacer del espectáculo un acto gestionado por las necesidades de los más en detrimento de los caprichos y los abusos de los menos es una vía que hay que seguir explorando, activando e insistiendo hasta llegar a hacer a los pueblos espectadores de sí mismos levantados en espectacularizada rebeldía total contra el espectáculo total de los autonombrados amos y gerentes del mundo. Los jóvenes que pensábamos “dormidos”, frustrados, y que ahora parecen encendidos por el resentimiento, están más adiestrados como usuarios que las generaciones anteriores en las nuevas tecnologías de la comunicación, y posiblemente detectan mejor los síntomas de manipulación y tienen más competencias para filtrar de forma óptima y mostrar espectacularmente lo que necesitan frente a lo que intereses espurios les presentan como lo que deben desear.
Como poco, tratemos de que la depresión hedónica, diagnosticada por el ya citado Mark Fisher, en los jóvenes del Reino Unido en su libro Realismo capitalista (la mentalidad frustrada que les impide hacer algo que no sea la inmediata búsqueda del placer), no se constituya en norma. Es probable que el caso del Reino Unido se trate de uno de los ejemplos de gobiernos que después de tantos siglos como potencias coloniales aún recientes, e insistentes (ahí tenemos, siguiendo la inveterada estela, la infame propuesta de que Tony Blair se haga cargo del “protectorado” de Gaza), deban hacer su terapia y sumergirse de nuevo en la realidad y dejar de contemplarse a sí mismos, narcisos insoportables, como pueblos elegidos —ellos y sus secuaces sionistas (o viceversa, no está claro quién puso el huevo de la serpiente). Ojalá que los jóvenes británicos salgan de su hedonismo depresivo, le hagan frente a su gobierno y le exijan espectacularmente menos espectáculo del de siempre para que les surtan de lo que les es realmente necesario: futuro. Y que se haga —en lugar de culpando a los migrantes, como hicieron recientemente en Londres miles de frustrados muy mal informados o unas hordas muy fascistas—, espectacularizando las denuncias y las protestas contra los ultrarricos, los oligarcas, los señores tecnofeudales, los fachas o los financieros globales que se pasean por el ancho mundo vendiendo unos shows que terminan siendo adquiridos por todos y al precio de la misma vida. Ojalá también que los marroquíes GenZ 212 hagan lo suyo, lo que les toca en estos tiempos de mudanza en el poder de su estado (aunque de momento no parecen cuestionar el del rey Mohamed VI sino las corrupciones e inoperancias de su gobierno) … Y ojalá que se levanten los franceses, y los dormidos norteamericanos… y los de allá, y los de aquí al lado… ¿Nos dan alas estas manifestaciones de los jóvenes para no darlo todo por perdido cuando pensábamos que no iban a reaccionar nunca? Si se empieza a renegar del fútbol, no como deporte sino como espectáculo masivo y como uno de los opios del pueblo…. ¿estará comenzando por fin la desespectacularización de este mundo absurdo después de décadas de hipnotización mediática o no es más que otro espejismo igualmente mediático? Es posible que la espectacularización de la frustración, desencadenada contra toda forma de espectáculo alienante, sea el único camino liberador para zafarnos del imperio espectacular de la colonización mediática y capitalista del inconsciente. Por el bien de todos y todas, ojalá que el espectáculo de la frustración tenga la potencia y la capacidad de frustrar a ese otro espectáculo mezquino y global que no nos deja vivir, convivir, cuidar, amar y soñar. Ojalá.
__________________
Joaquín Ivars es escritor, artista visual y profesor de Arte y Arquitectura en la Universidad de Málaga.
Me hago eco de titulares que dan cuenta de la crisis que está afrontando el reino de Marruecos igual que hace unas semanas lo hizo el ya depuesto gobierno de Nepal. Ambos estados han sido puestos en crisis gracias a Discord, una red social de uso mayoritario entre la gente más joven y frustrada de cada país (veremos también qué está pasando en estos últimos días y horas en Madagascar). La frustración de los pueblos no suele aparecer de la noche a la mañana, no es un arrebato momentáneo. Dependiendo de los casos, se llega a ese estado intenso y extenso, mantenido en el tiempo e in crescendo, porque llueve sobre mojado una y otra vez, un mes y otro, un año y otro más, sobre lustros, decenios y siglos de inoperancia y corrupción de quienes tienen la responsabilidad de cuidar de sus poblaciones. Así que, viendo lo que estamos presenciando en diversos lugares del planeta desde hace unos años, y aunque parecían generaciones dormidas, quizás no hemos sabido ver que su frustración estaba siendo vehiculizada y distribuida desde hacía tiempo por las redes sociales y está ahora estallando progresivamente en brotes inesperados. Y aparecen así manifestaciones repentinas y espectaculares como un “vómito en escopetazo o en proyectil”, ese que es propio de las crisis de meningitis pasado cierto umbral de aumento de la presión intracraneal (lamento el símil, pero a veces resulta imposible no utilizar metáforas clínicas por lo gráfico de su imagen).