Un largo golpe de Estado

Juan Manuel Aragüés Estragués

Los golpes de Estado se cuecen a fuego lento. En los años 30 del siglo XX, tras el minuto cero de la instauración de la democracia en España en 1931, el proyecto de golpe se fue fraguando en cuarteles y despachos, tuvo su primera expresión en el intento de Sanjurjo poco más de un año después de la proclamación de la II República, y acabó culminando cuatro años más tarde tras la victoria en las urnas de la izquierda. El advenimiento de la democracia supuso el detonante del proyecto, el gobierno de la izquierda, su consumación.

Tras la dictadura franquista y el nuevo advenimiento de la democracia, la derecha volvió a acariciar la idea de un golpe de Estado; en 1978 con la Operación Galaxia, en 1981 con la intentona de Tejero. De nuevo, la proclamación de la democracia movilizaba a los sectores reaccionarios del país para acabar con ella. Y, como si la historia se repitiera (lo del drama y la comedia no lo tengo tan claro), la llegada al poder de la izquierda con el gobierno de coalición entre PSOE y UP ha provocado que las veleidades golpistas de nuestra derecha vuelvan a escena.

Como si la historia se repitiera (lo del drama y la comedia no lo tengo tan claro), la llegada al poder de la izquierda con el gobierno de coalición entre PSOE y UP ha provocado que las veleidades golpistas de nuestra derecha vuelvan a escena

A lo que asistimos es a un largo golpe de Estado, que comenzó a fraguarse en el momento mismo de la investidura del actual Gobierno, calificado constantemente de ilegítimo por parte de la derecha política y mediática de nuestro país. Recordemos que en el momento de la investidura, además del mencionado calificativo, se llegó a llamar a la intervención del Ejército y se instó a los diputados del PSOE a que votaran en contra de dicha investidura. Sin que el runrún golpista llegara a desaparecer, la pandemia supuso otro hito en el que la derecha, amparándose además en teorías negacionistas, tomó la calle, especialmente en los barrios ricos de Madrid, para que su servicio, cubertería de plata en ristre, manifestara el malestar de sus señores. Acudimos ahora a una tercera embestida de ese proyecto golpista, nunca abandonado, esta vez con la decidida y activa participación de instancias judiciales afines a los partidos del odio.

Lo que está ocurriendo desvela con enorme claridad cuál ha sido la estrategia del PP en el ámbito judicial: mantener, en lo posible, la favorable correlación de fuerzas en instituciones que, aunque caducados en sus funciones algunos de sus miembros, acaban condicionando la vida política del país y que pueden llegar a paralizar la actividad legislativa y ejecutiva. Dicho de otro modo, controlar el país a pesar de haber perdido las elecciones en la urnas. O todavía de otra manera, promover un golpe de Estado desde el único ámbito que controla, el judicial. Sabemos ya que los golpes de Estado posmodernos no se llevan a cabo con tanques, sino que se emplean otros medios, como los jueces, magnífica herramienta para evitar condenas y controlar la política.

El golpe de Estado, iniciado hace más de tres años, sigue en marcha y su objetivo es generar un estado de opinión favorable al mismo. Vemos las redes sociales repletas de mensajes delirantes, los medios de comunicación de los partidos del odio empeñados en una campaña de desprestigio del Gobierno. Todo ello desde llamamientos a la defensa de la democracia y de la Constitución. Una Constitución que nuestros partidos del odio pisotean día sí, día también.

Por eso son importantes dos cosas. En primer lugar, y de modo urgente, la movilización social, la presencia en la calle, para que las agresiones antidemocráticas no queden sin respuesta y no tengamos la sensación de que la calle, y las redes, son suyas. El golpismo judicial no puede quedar sin respuesta. En segundo, la mayor alianza política y electoral de los demócratas, tanto en las generales como en autonómicas y municipales. Basta ya de juegos de egos y de irresponsabilidad. Tenemos enfrente un adversario que, si alcanza el poder, nos devolverá a la oscura noche de los años 30 del siglo XX. Recordamos la historia. Sería una enorme torpeza, una gran irresponsabilidad, no extraer sus lecciones.

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Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y autor de 'Deseo de multitud. Diferencia, antagonismo y política materialista'.

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