La guerra interminable

Gutmaro Gómez Bravo

El 24 de febrero de 2022, comenzó otra guerra, la guerra de Ucrania. A pesar de ser anunciada, la invasión rusa no ha dejado de ser una sorpresa. De la amenaza al uso de la fuerza hay todo un mundo, el que la geopolítica describe como base del orden mundial. Sea cual sea este, la sorpresa viene dada, sobre todo, porque la razón última de la guerra, su desencadenante, mira en su totalidad a elementos del pasado. Vaya novedad, dirán ustedes, ocultar las razones reales de un conflicto a través de la propaganda, envolver los intereses en motivaciones ideológicas, disfrazar las ambiciones territoriales en cuestiones sin resolver. Todo eso son las guerras desde el principio de los tiempos, en efecto. Es un legado que hemos incorporado, con variaciones, en nuestra forma cultural de entender los propios conflictos. Aquí, en Ucrania, lo realmente novedoso, es la falta de novedad.

La carencia de proyectos que miren mas allá del presente se ha instalado en nuestro tiempo con la fuerza de la negación más absoluta. Y con esa fe en nada, hacemos todo, incluso la guerra, que ha sido y es uno de los elementos fundamentales en la formación de las identidades nacionales. Esa es la clave por la que en esta guerra se invierte la flecha del tiempo. Como si no quisiéramos avanzar, volvemos una y otra vez a la casilla de salida, a lo peor del siglo XX, a la destrucción masiva, a la sangre por fronteras. La guerra teledirigida, de drones, la guerra cibernética y posmoderna, que se libra a muchos kilómetros de distancia, solo se atisba, es un reflejo del mundo de ayer. El nacionalismo esencialista utiliza el enfrentamiento entre “comunidades imaginarias”; estás dentro o completamente fuera del grupo en función de tu adhesión incondicional. La lógica de polarización que recorre el siglo XXI desde sus comienzos, ha arraigado en la anti política de cada casa y ahora se extiende a nivel internacional.

El resultado es un choque de ideas, de imágenes del pasado, de historias enfrentadas, al que llevamos tiempo asistiendo. La Guerra Fría es el mapa más comprado en estos momentos, pero el lenguaje y las emociones se están dirigiendo más atrás, sobre todo a la Segunda Guerra Mundial. El enfrentamiento ya no es entre comunismo y capitalismo, entre el Este y el Oeste, sino entre comunismo y nazismo. Un desplazamiento que deja fuera a Estados Unidos y sitúa de nuevo a Europa ante sus viejos fantasmas. El mundo ha cambiado, hay otros actores, alianzas militares y muchos otros factores en juego. El tablero se abre del Báltico al mar del Norte, y de Crimea al Pacifico sur, pero es mas fácil de explicar así, en términos de nazis y comunistas, sobre la base de un pasado reconocible para todos los públicos. La guerra del Golfo, sobre todo la última, ya fue una guerra televisada, donde los bombardeos precedieron a la invasión terrestre con todo lujo de detalles. En esta guerra de Ucrania, el avance de las columnas hacia Kiev también es mostrado casi en directo, pero con una diferencia sustancial: la población civil es un objetivo de la propia guerra.

Esta es la triste realidad que convierte los conflictos, y en particular, los europeos del siglo XX, en totales. El gran riesgo de Ucrania, se quede o no localizado, es este. Si se extiende fuera de las fronteras, el recuerdo de la invasión de Polonia que puso en marcha la Segunda Guerra Mundial, paraliza. Si se queda estabilizado en sus actuales fronteras, el recuerdo de la ocupación nazi y de la soviética, paraliza igualmente.

En el asedio a Sarajevo resurgió lo peor que había quedado sumergido en décadas de paz: la limpieza étnica, los campos de concentración, las ejecuciones, las deportaciones masivas y los refugiados

Mi recuerdo más claro de otro conflicto corresponde a uno que se quedó localizado entre la guerra de Yugoslavia, quizás porque lo recupera ahora un estupendo documental con el fotógrafo Gervasio Sánchez, en toda su dureza. Tras la desmembración de la Unión Soviética y el rápido reconocimiento de nuevo países, aparecía, otra vez, el impasible mapa de las fronteras balcánicas, que había dado lugar a la Primera Guerra Mundial. Toda Europa se dispuso alegremente para la guerra, como una fiesta, y allí acabó su propia tumba en una trinchera de miles de kilómetros. En el asedio a Sarajevo resurgió lo peor que había quedado sumergido en décadas de paz: la limpieza étnica, los campos de concentración, las ejecuciones, las deportaciones masivas y los refugiados. Aunque daba miedo llamarlo así al principio, así fue y así se ha terminado reconociendo. En España también se escribió una página de esta historia interminable de la destrucción masiva y selectiva a la vez. Quedan todavía, cada vez menos, testigos de bombardeos, que, como hacen ahora en Kiev, se metían bajo el metro, o lo intentaban, como en Londres, Varsovia o Dresde. La verdadera guerra, sigue siendo hoy, como ayer, invisible. Asistimos, en su lugar, a una batalla de información que se libra con un lenguaje histórico, al mas puro estilo del siglo XX, en el que cada uno ve lo que quiere eliminar del otro.

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Gutmaro Gómez Bravo es profesor titular de Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y director del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y del Franquismo.

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