Plaza Pública

Investidura: de eufemismos y relatos

Gaspar Llamazares

Si algo llama la atención en este largo proceso postelectoral es la discusión entre aliados. Una discusión básicamente terminológica en relación al papel de los apoyos de la mayoría, de los compromisos programáticos y, ante todo, sobre su presencia o no en los respectivos gobiernos.

La semántica parece haber llegado a la política, y no por casualidad. La causa principal es la nueva representación pluripartidista, que impone la necesidad no sólo de acordar, sino incluso de compartir áreas de Gobierno en aras de la estabilidad. Un modelo muy frecuente en la cultura municipal y autonómica, pero inédito todavía en el Ejecutivo de España, si bien frecuente en nuestro entorno europeo y casi habitual en esos gobiernos a lo largo de los últimos años.

Otras causas de este debate propiamente semántico tienen más que ver con el momento populista y de agitación política y electoral casi permanente que vivimos, en que el lenguaje ha pasado de ser performativo (en homenaje a Habermas en su onomástica) a adueñarse de la casi totalidad de la política. De ello forman parte los falsos relatos de bandería y la mentira política en su sentido más clásico: de negación, traslación y exageración. O en su acepción más burda: el embuste puro y duro, que siguen copando la política, estrechando el espacio de la deliberación, el diálogo y los necesarios acuerdos programáticos.

El PSOE flota entre la melancolía de la mayoría absoluta y el relato de la investidura inevitable de Sánchez o el adelanto electoral. Unidas Podemos, entre la melancolía del sorpasso y el relato de la ineludible coalición y la vicepresidencia de Iglesias. Por su parte, las derechas, de nuevo, están entre la melancolía del poder arrebatado y el relato de las alianzas impías de Sánchez con las fuerzas de la traición a España. En Ciudadanos, esa melancolía se vincula al liderazgo en la derecha y en España, y se utiliza el falso relato centrista de la aversión a Vox. En el lado independentista, siguen con la melancolía de la República de ficción y el relato distópico de la España post franquista.

Por otra parte, la primera aportación a la semántica, frente a la demanda de participación en el Gobierno de España por parte de Unidas Podemos ha sido el llamado Gobierno de cooperación. Un término sin significado concreto que da para todo. Un eufemismo, un término ambiguo sin mayor precisión, que si bien inicialmente pareció un punto de encuentro entre el Gobierno monocolor que mantiene el PSOE y la coalición exigida por Unidos Podemos, al cabo de solo unos día se ha demostrado inútil y contraproducente, devolviendo el desacuerdo al punto de partida, pero con más desconfianza mutua.

Luego ha llegado el debate sobre las concejalías de Gobierno. Esta vez en el ámbito de las derechas y con relación a la implicación de la extrema derecha en el área ejecutiva, vetada por Ciudadanos como última trinchera. Eso sí, después de haber permitido todo lo demás a los pactos entre PP y Vox, mirando hacia otro lado con solo algún mohín de desagrado.

El problema ha surgido también cuando se ha sabido lo que significaba el término para cada partido de las derechas. Una polisemia inaceptable, casi un engaño para Vox, que relegaba su participación a alguna concejalía de distrito, fuera de la Comisión de Gobierno municipal propiamente dicha. La consecuencia fue la ruptura inicial de conversaciones en Madrid y en Granada, más tarde reanudadas no sin más desconfianza.

Lo cierto es que, como por otra parte cabría esperar, la terminología y los eufemismos por sí mismos no hacen avanzar la acción, solo distraer la atención y aplazar los problemas como el Macguffim en las películas de Hitchcock. Porque tampoco en política existen escopetas de cazar leones en las highlands.

Y por si no fuera suficiente confusión terminológica, recientemente el propio presidente del Gobierno, en una rueda de prensa en Bruselas, ha introducido la distinción entre la demanda de participación en el Gobierno que sigue vetando y la presencia en la "alta administración", que ahora considera razonable y ambiciosa. El problema principal de esta nueva formulación creativa radica en que no existe participación política en ningún nivel de la administración, ya que ésta se rige según la Constitución y la ley por el principio de igualdad de mérito y capacidad. El presidente y sus asesores lo saben perfectamente y juegan otra vez con la terminología y la ambigüedad. Término buscado, esta vez al margen e incluso en abierta contradicción con su significado, para rebajar públicamente la participación de UP, participación que antes vetaba y que ahora ya se asume como inevitable.

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A lo que remite el presidente Sánchez es al denominado sottogoberno de Italia, con un significado más oscuro en Argentina. Es decir: a la participación de Unidas Podemos en los niveles intermedios de Gobierno del Estado, aunque no en el Consejo de Ministros, compuesto por secretarías de Estado, secretarías generales y direcciones generales, entre otras. Lo último conocido parece ser la aceptación implícita de la participación de UP en el nivel incluso del Consejo de Ministros, pero excluyendo la presencia de su máximo exponente: Pablo Iglesias.

Sin embargo, la cuestión fundamental sigue siendo si estamos ya en el terreno de los eufemismos para aplazar o rebajar el precio de la negociación, o en su ausencia nos encontramos todavía en el momento previo de los relatos para desgastar a los adversarios, y por tanto preparando el terreno para un nuevo adelanto electoral.

Lo cierto es que, salvo algunas propuestas de Unidas Podemos y la rebaja de expectativas incluso terminológicas por parte de alguna de las ministras del Gobierno, poco se ha hablado de programa y ni siquiera de agenda legislativa. Ambas cosas, eufemismo y relato, son materias diferentes, pero como la historia pueden rimar o repetirse como farsa. Esperemos que rimen y que a nadie se le ocurra convocarnos de nuevo a las urnas, pues perderíamos unos y otros, pero sobre todo perderían la política y los valores de la izquierda.

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