Los lloriqueos de la derecha

Juan Manuel Aragüés

Escribo estas líneas tras conocer el fallecimiento de Emilio Lacambra, figura fundamental de la izquierda zaragozana y aragonesa, cuyo restaurante Casa Emilio era punto de encuentro de la cultura, el compromiso y la solidaridad, vinieran de donde vinieran. Me gustaría dedicarle estas líneas, especialmente porque uno de sus últimos gestos fue acudir a votar, a pesar de su precario estado de salud.

Tras el cierre de los colegios electorales el pasado 23-J y conforme se iban conociendo los resultados de la votación, una sensación de alivio se instaló en los sectores democráticos de este país, amedrentados ante la posibilidad de que la extrema derecha volviera, casi cincuenta años después, al gobierno. No puede decirse que se produjera una sensación de alegría, pues las dificultades para conformar gobierno resultan evidentes, pero al menos se había conseguido conjurar, de momento, un gobierno reaccionario con tintes totalitarios, como ya se está viendo en los lugares en los que PP y Vox vuelven a gobernar juntos, como ya hicieron, no debemos olvidarlo, durante la dictadura.

Hemos visto una campaña electoral extremadamente sucia por parte de la derecha política y mediática. Los medios reaccionarios no han dudado en convertirse en altavoz de la derecha y desempeñar un potente papel electoral, especialmente a través de unas encuestas que, lo sabemos hace tiempo, son, en realidad, un instrumento de creación de opinión, no de reflejo de la misma. Sus tertulias y editoriales han sido puro fango en el que se ha dado pábulo a los sentimientos más bajos con el objetivo de derrotar a lo que denominaban como sanchismo. Todo ha sido válido. ETA ha estado presente todos los días de la campaña, con una visibilidad mediática que recordaba los peores momentos del terrorismo. Con vergüenza hemos visto cómo el aullido fanático “que te vote Txapote” se convertía en lema electoral de esta parte de España tirada al monte e incapaz de respetar nada más allá de sus mezquinos intereses. El insulto, la mentira, la manipulación, han sido arma fundamental de una derecha empeñada en alcanzar el poder cueste lo que cueste.

Frente a lo que argumenta el PP, es precisamente ese sentido de Estado el que debe llevar a las fuerzas democráticas a buscar el acuerdo para evitar la repetición de elecciones

Por fortuna, los resultados no le han dado a PP y Vox para formar gobierno. Engañados por las mentiras de sus propias encuestas, quedaron en estado de shock al comprobar que la España democrática, la que no quiere vivir en el odio permanente, les había cerrado el paso. El estupor se ha adueñado del PP y su legión mediática y, ante la incapacidad de reconocer la realidad, es decir, su derrota democrática, han comenzado a lanzar propuestas, a cual más peregrina, para alcanzar un poder en realidad inalcanzable.

Estos días estamos escuchando hablar de la lista más votada (propuesta que el PP no ha respetado en las pasadas elecciones municipales y autonómicas, que Díaz Ayuso o Moreno Bonilla no aplicaron en elecciones pasadas), hemos escuchado exigir la abstención o el apoyo del PSOE, hemos oído sugerir que se compraran diputados para conseguir los votos que faltan.  Esto último ya lo hizo el PP de Madrid para darle el poder a Esperanza Aguirre, así que no deberíamos tomarlo a broma y sí como una seria amenaza, como una forma blanda de golpe de Estado que la derecha a buen seguro no desdeña.

Resulta sorprendente que tras una campaña de demonización de la izquierda, especialmente de Pedro Sánchez y el PSOE, la derecha piense que puede hacerse como si nada hubiera pasado y se crea en condiciones de apelar al sentido de Estado o la generosidad de aquellos a los que hasta hace unos días consideraba no adversarios sino enemigos. Es tan sorprendente que llega a provocar vergüenza ajena leer los lloriqueos de dirigentes políticos y activistas mediáticos ante la realidad de un juguete roto que no saben cómo reparar. Además, late en el fondo de esas peticiones un aire patrimonial, como si estuvieran reivindicando aquello que debiera ser suyo y que otros osan arrebatarle. Pero esa legitimidad se alcanza en las urnas. Y justamente eso es lo que no han conseguido PP y Vox.

Frente a lo que argumenta el PP, es precisamente ese sentido de Estado el que debe llevar a las fuerzas democráticas a buscar el acuerdo para evitar la repetición de elecciones y la posibilidad de que PP y Vox se encuentren con otra posibilidad de acceder al poder. Porque suponen un verdadero peligro para la democracia y la convivencia.  Más vale no tentar dos veces a la suerte. 

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Juan Manuel Aragüés es profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza

Juan Manuel Aragüés

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