Meritocracia, pedantería y elitismo

Isa Ferrero

Ya que ha vuelto el debate de la meritocracia, me gustaría hacer algunas consideraciones que ni mucho menos deben ser consideradas como verdades irrefutables.

Estos días también se ha hablado sobre la dificultad de las carreras universitarias. En primer lugar, me gustaría dar mi opinión como ingeniero. Es cierto que cuando uno estudia una carrera de ingeniería puede encontrar asignaturas más difíciles y asignaturas más fáciles. Si se piensa bien, en la inmensa mayoría de las ocasiones una asignatura es difícil cuando está planeada para que sea difícil. Eso se puede comprobar fácilmente hablando con varios estudiantes de diferentes ingenierías. Por poner un ejemplo, en algunas carreras, álgebra puede ser muy fácil de aprobar y en otras sucede lo contrario y álgebra se puede convertir en un infierno.

Por lo tanto, tenemos la suficiente evidencia para decir que la dificultad de cualquier materia está construida. Incluso el tema más fácil que pueda imaginar para un ingeniero puede estar diseñado para que prácticamente nadie sea capaz de aprobarlo. Esto por desgracia sucede en muchas ocasiones y depende del tipo de profesor que imparte la asignatura. En la práctica, para el alumnado el grado de dificultad está precisamente en la forma de evaluar dicho conocimiento. De ahí, se concluye que ligado a la dificultad está la inutilidad.

No descubro nada si afirmo que hay carreras más fáciles de aprobar que otras. Solo basta observar las estadísticas. Pero si tenemos en cuenta lo anterior, el hecho de que una carrera sea más fácil que otra no nos dice nada del tipo de los conocimientos que adquieren los alumnos. Si nos dice algo, nos dice lo contrario: probablemente el método de evaluar de las carreras más difíciles es erróneo y tiene elementos anticuados.

También ha aflorado un debate de juntar churras con merinas sobre si son superiores las ciencias sociales o las ciencias naturales. Aunque no pertenezco a ninguna de ellas, sí me gustaría exponer varios puntos y añadir también algún comentario para terminar este artículo:

1. No hay un saber superior a otro, los saberes son simplemente distintos.

2. Si las ciencias sociales son más imprecisas y menos objetivas no significa que sean peores. Es una consecuencia inevitable del mayor grado de incertidumbre de estas y de que sus objetivos son en cierta medida más amplios. Esto conduce inevitablemente a que seamos muy prudentes en cualquier relación de causalidad, pero eso ya es otro tema.

3. Las acusaciones de que las ciencias sociales son menos “ciencia” suelen ser ridículas. Esto no quita que a veces se utiliza este argumento dentro de las ciencias sociales para imponer determinados planteamientos sobre otros (debo la idea a Alejandro Pérez). A este respecto, el mayor grado de subjetividad de estas provoca que haya que tener más en cuenta cualquier condicionante histórico, político o ideológico.

4. Pero también hay que reconocer que esto ocurre en las ciencias naturales. El último libro de Naomi Oreskes habla de “Cómo la financiación militar dio forma a lo que sabemos y no sabemos sobre el océano”. Son argumentos que deben tenerse en cuenta no para desechar el conocimiento científico, sino para ampliar y seguir progresando en la ciencia.

5. Por otro lado, existe también una prepotencia digamos del filósofo con respecto al científico. Esa prepotencia es perfectamente visible en Ortega y Gasset cuando decía que el “hombre de ciencias” acababa siendo un ignorante. Un “prototipo del hombre-masa”, la ciencia “hace de él un primitivo, un bárbaro moderno”. A pesar de que los grandes físicos del S.XX demuestran el disparate de Ortega, a veces se sigue razonando en términos similares. Quizá convendría superarlo.

6. No deja de ser sorprendente que a día de hoy se siga pensando que la ciencia puede descubrir todos los misterios del universo. Dejo la pregunta a los lectores. ¿Realmente el desafío de David Hume ha sido superado? Responder a esto de forma afirmativa no supone negar los extraordinarios avances que ha hecho la ciencia, sino reconocer las palabras de Hume sobre Newton en el sexto volumen de su Historia de Inglaterra:

“Aunque Newton pareció quitar el velo de algunos de los misterios de la naturaleza, mostró al mismo tiempo las imperfecciones de la filosofía mecánica; y así le restauró secretos últimos de esa oscuridad, en la que siempre estuvieron y siempre permanecerán”.

Por ir terminando, el tema de la meritocracia no solo afecta a los estudiantes, sino también a las profesiones. A este respecto me gustaría recordar a Adam Smith para decir que debemos rechazar la ridiculez de la meritocracia al comparar profesiones. Por desgracia parece estar de moda defender lo contrario. El ejemplo clasista de la cajera de la escritora Ana Iris Simón habla por sí solo. Quizá sería conveniente recordar las palabras de Smith en La Riqueza de las Naciones:

“Y de todos estos volúmenes no podremos obtener el conocimiento de sus variadas y complejas operaciones, algo que habitualmente posee el agricultor más modesto, a pesar del desdén con que a veces petulantemente lo tratan algunos autores que son ellos mismos desdeñables”.

El concepto de meritocracia está unido a la pedantería. Me gustaría comentar la tendencia de algunos intelectuales de utilizar un lenguaje innecesariamente complejo para hablar de hechos simples que pueden ser explicados con oraciones sencillas

De igual manera, nos haríamos un favor si reconociéramos que el concepto de meritocracia está inevitablemente unido a la pedantería. A este respecto sí que me gustaría comentar la tendencia de algunos intelectuales de utilizar un lenguaje innecesariamente complejo/barroco para hablar de hechos simples que pueden ser explicados con oraciones sencillas. Muchas veces se recurre a la invención de términos que son difíciles de justificar. Parece que se intenta imitar a las ciencias en base a construir una teoría, pero el resultado es el opuesto. No hay nada más anticientífico que la especulación por la especulación.

Ortega y Gasset nos da una pista. El filósofo español dice que “la filosofía no necesita ni protección, ni atención, ni simpatía de la masa. Cuida su aspecto de perfecta inutilidad, y con ello se liberta de toda supeditación al hombre medio”. Sin pretenderlo, Ortega y Gasset dio una buena definición sobre lo que es la filosofía mala y la ciencia mala.

En definitiva, creo que deshaciéndonos de este elitismo nos haríamos un gran favor. No solo por el ahorro de tiempo, sino con el fin de democratizar el conocimiento y mejorar la ciencia. Esta idea choca con la que defienden determinados intelectuales y columnistas que también han utilizado esto para atacar a la izquierda o al “pijerío progresista”. Nótese que la idea no es entrar en una fumada relativista de difícil salida, sino de reflexionar cómo es el terreno que pisamos para intentar dar los pasos más firmes posibles.

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Isaías Ferrero, autor de 'El Futuro del liberalismo. Hacia un nuevo consenso socialdemócrata'.

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