Conoció tiempos mejores, de verdadera autonomía, digámoslo así. Ahora sufre por toda España una invasión humana, centuplicada en apenas cinco décadas. Cada año, cuando llega el buen tiempo, allí donde la naturaleza era libre tiemblan hasta las rocas, los riachuelos se esconden, los seres vivos se angustian y abandonan sus lugares de vida. ¡Qué decir de las abarrotadas playas!
Esto sucede incluso en muchos itinerarios señalizados, algunos promocionados por las administraciones, que también tienen una concepción patrimonial que potencia hacer lo que queramos, pues el lugar les/nos pertenece. Se dice que los visitantes buscan su libertad en un paisaje soñado, pero no dudan en cruzarlo en procesión, acunados por voces y chillidos; así dejan lastimado el territorio y sus moradores. Allí donde antes el silencio amplificaba las percepciones sensoriales, ahora llega incluso la música enlatada. Todo en aras de potenciar lo que se llama “el turismo ecológico”, una falsedad que se dice sostiene la vida de los moradores de los pueblos cercanos.
En verdad, quedan pocos lugares de esos a los que llamábamos “vírgenes”, un calificativo discutible, pero dejémoslo y vayamos a lo nuestro. Los enclaves singulares palidecen ante el turismo masivo, que se promociona como una experiencia de libertad –incluso se le llama turismo sostenible- y acaba siendo un supermercado de entretenimiento abarrotado. Si un lugar se difunde en redes, en pocos días recibirá muchedumbres y perderá su identidad.
Sirva como ejemplo la experiencia personal. Uno tiene la fortuna de vivir cerca de donde la diosa Pirene cayó muerta y levantó los Pirineos en la orogenia alpina. En tiempos era un asiduo visitante, hasta que llegaron allí gentes y gentes llevando sus usos urbanitas. Ahora mismo, se dice que la ocupación hostelera va a llegar al 100 % en el Pirineo. A lo que hay que sumar el turismo de día, que inunda todos lugares y se convierte en “turismo selfie”. Los visitantes colonizan, a veces calzando zapatillas playeras, lo mismo el glaciar del Aneto que los prados cercanos al ibón del Anayet –un santuario de belleza geomorfológica- en donde plantan estos días sus tiendas de campaña, sin apenas inquietar a las administraciones. Alguien ya estará pensando en empotrar allí un camping/resort con vistas a Francia y a España. Eso sí, construyendo antes una carretera para facilitar el desplazamiento en coche. Muy cerca de la Canal Roya, un valle glaciar majestuoso en donde se pretende construir un teleférico que lo surque; ¡No se va a quedar sin que le llegue el “progreso”! Cualquier enclave natural es una obra de arte milenaria, ¿acaso no merece el respeto que les otorgamos a las construcciones en donde el arte humanizado se hizo realidad? ¿Cómo se sentirían los urbanitas si soportasen atropellos similares en sus lugares emblemáticos?
Lucharemos sin denuedo para que los Pirineos no se conviertan en un parque de atracciones, colonizados por tirolinas y otros artilugios
Bien es cierto que algunas personas compusieron un mensaje emocional y a la vez de defensa patrimonial: no inmiscuirse en los ciclos e interacciones entre el territorio y su multidiversa biodiversidad. En este caso, dieron voz a la vaca “Anayeta” que focaliza su defensa. Me siento parte de ellos, por eso no puedo visitarlo ahora, me estreso en solidaridad con la naturaleza. Por eso defendemos la limitación de las expansiones deportivas o musicales a muy pocos lugares, con ciertas limitaciones. En consecuencia, lucharemos sin denuedo para que los Pirineos no se conviertan en un parque de atracciones, colonizados por tirolinas y otros artilugios; también demandaremos que todos los refugios de biodiversidad sigan siéndolo en España.
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Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental.
Conoció tiempos mejores, de verdadera autonomía, digámoslo así. Ahora sufre por toda España una invasión humana, centuplicada en apenas cinco décadas. Cada año, cuando llega el buen tiempo, allí donde la naturaleza era libre tiemblan hasta las rocas, los riachuelos se esconden, los seres vivos se angustian y abandonan sus lugares de vida. ¡Qué decir de las abarrotadas playas!