En Pequeña filosofía del océano, el profesor de filosofía Claude Obadia establece un símil entre los procesos de navegación desde el punto de vista de un aficionado a las grandes regatas y el conjunto de las decisiones que a uno le puede asaltar en el noble arte de vivir. Habla de anécdotas, de líneas de supervivencia, de lo poco previsible que es, para el humano, el comportamiento del mar, de la necesidad de cooperación y de ayuda mutua para empezar a entender los asuntos de navegación.
Pero también habla de la vida, de la posibilidad de enfrentarse al miedo, de la necesidad de vivirlo y trazar caminos para superarlo, de las razones que todas tenemos para asumir y gestionar nuestros problemas de carácter cotidiano, y del estoicismo, tan de moda en buena parte de las teorías mindfulness que aparecen en tantos libros de autoayuda.
En este breve tratado aparecen, como digo, claros espacios dedicados al comportamiento humano en toda su extensión; espacios donde uno puede encontrarse con interesantes reflexiones que ponen de manifiesto en qué momento nos encontramos, qué sociedades estamos viviendo y, lo más importante, cuál o cuáles son las respuestas aprendidas de los seres humanos en la actualidad ante una desestabilización de nuestros ritmos más cotidianos.
Ante un problema de navegación, dice Obadia, nos podemos encontrar con dos caminos de solución posible: o regresamos a puerto para solucionarlo, un puerto que podría significar esa zona de confort donde descansar de la ansiedad provocada por el entuerto, o arreglar la embarcación y seguir la travesía. Los marineros más avezados optan siempre por reparar y seguir antes que abandonar un objetivo determinado, frente a una conducta mucho más conservadora caracterizada por el amarre en puerto seguro, con aguas tranquilas y a salvo de cualquier cambio en las condiciones del clima.
Todo buen navegante tiene que ser capaz de actuar con precisión, de elegir el momento para su acción (cualquiera que sea ante un problema determinado) para que esa acción sea realmente eficaz. Los griegos llamaban a esta capacidad de actuación kairos y la emparentaban también con la política y el arte de la guerra. Tener buen kairos era acertar con la acción para conseguir los fines más propicios, acertar con lo que hay que hacer y hacerlo en el momento oportuno.
Se habla de la importancia de los tiempos en el contexto de la política, de ser muy preciso a la hora de actuar para que esa actuación tenga las consecuencias que queremos llegar a alcanzar. Nuestros dirigentes tratan de marcar los ritmos para que la bomba, si es que ha de llegar, sea lo más devastadora posible, para que la ola que arranque la proa golpee con las mejores condiciones para tronchar también el mástil.
Pero hemos de pensar que existen aquellos intrépidos que asumen los problemas para dotarlos de soluciones rápidas, aquellos que esquivan la ola o que surcan el mar bravío con una capacidad heroica para contener los golpes de la marea.
Un cambio de rumbo en la defensa del ex secretario de Organización del PSOE puede golpear la proa del partido, una nueva incorporación de documentación podría ser la ola definitiva
Obadia habla, con estos últimos, del concepto de felicidad. Se es realmente feliz, no cuando todo sale como habíamos previsto, sin sorpresas en los ritmos de nuestras vidas, sino cuando ante los problemas cotidianos, de la gravedad que sean, estamos capacitados para gestionarlos. La felicidad no estaría, por esto mismo, en la mar en calma, sino en los asuntos de las mareas, sabiendo de qué manera afrontarlos, cómo poner a salvo la embarcación, desde qué actitud plantar cara a los acontecimientos más desestabilizadores.
El profesor francés recurre a una máxima, atribuida a Aristóteles, que dice: “Están los vivos, los muertos y los que salen a navegar” para diferenciar y dar protagonismo a aquellas y aquellos intrépidos que surcan los mares desde la imprevisibilidad del océano, con las debilidades propias de un pequeño armazón provisto de velas, en la soledad del viajero y con la preparación suficiente para hacer de cada problema una posible solución para no volver a puerto, sino seguir la travesía feliz por haber sabido solucionarlo.
Leía esta Pequeña filosofía del océano mientras una algarada de periodistas se agolpaba en la explanada de la cárcel de Soto del Real al tiempo que los furgones de la Guardia Civil iban pasando por las compuertas que sirven de frontera entre la libertad y la prisión. Un cambio de rumbo en la defensa del ex secretario de Organización del PSOE puede golpear la proa del partido, una nueva incorporación de documentación podría ser la ola definitiva, pienso.
Pero también me ha dado por preguntarme, ¿dónde los navegantes provistos de buen kairos? Y, lo más importante: ¿de qué manera hacer que esta embarcación, que podría navegar sin rumbo, repare sus pérdidas para continuar, una vez que pase el temporal, con la mar en calma?
Valentía y perseverancia, voluntad de superación y buena gestión de los problemas cotidianos, destreza y sabiduría, son elementos fundamentales del navegante, pero también de la política, y de su gestión por parte del ser humano en tierra. ¿Estamos preparados entonces para zarpar?
En Pequeña filosofía del océano, el profesor de filosofía Claude Obadia establece un símil entre los procesos de navegación desde el punto de vista de un aficionado a las grandes regatas y el conjunto de las decisiones que a uno le puede asaltar en el noble arte de vivir. Habla de anécdotas, de líneas de supervivencia, de lo poco previsible que es, para el humano, el comportamiento del mar, de la necesidad de cooperación y de ayuda mutua para empezar a entender los asuntos de navegación.