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Plaza Pública

No vale decir que esa era otra monarquía

Felipe VI y Juan Carlos I.

Ángel Viviente

Escuchaba días atrás las declaraciones de nuestro presidente del Gobierno en el sentido de que, si bien todos los ciudadanos y él mismo repudian el comportamiento, que poco a poco va saliendo a la luz, de nuestro anterior Jefe de Estado, sin embargo no se están cuestionando las instituciones, supongo que refiriéndose en particular a la institución de la monarquía.

Mi primer pensamiento fue el de poner en duda que en una democracia plena, como él mismo afirma que es la nuestra, no pueda ponerse a debate entre la ciudadanía cualquier tema que se considere de importancia para la población y que, ante la falta de consultas al respecto, pudiera ser de interés para muchos.

Las instituciones, las formas de organización social, como pudieran ser la familia, el sistema educativo, sanitario y también la monarquía, en mayor o menor medida se supone que deberían gozar de la aprobación y el soporte de la población. Este aprecio, esta identificación social se habría basado en el respeto que se hubieran ido ganando estas instituciones a lo largo de los tiempos por los ciudadanos y que concluiría con el apoyo social a dicha institución.

Tendríamos que plantearnos entonces si la monarquía, a lo largo de los años y siglos, ha creado esa identificación del cuerpo social con ella, si los ciudadanos la sienten como algo suyo, les ha resuelto problemas a lo largo de la historia y si inequívocamente la sienten necesaria para la mejora de sus vidas. A este respecto yo tengo mis dudas.

La tradición, el conocimiento y el sentir de los pueblos se ha ido formando por transmisión generacional. Lo que los abuelos cuentan a sus nietos e hijos y estos a los suyos y así sucesivamente, de tal forma que se va creando un sentir y un cuerpo de conocimiento que no solo se basa en lo obtenido a través de los libros de historia, que también ayudan, sino que ese conocimiento sobre cualquier tema queda grabado en la genética de los individuos, de igual forma a como muchas especies del reino animal adquieren sus conocimientos vitales, sin haber sido enseñados por nadie.

La monarquía, independientemente de los apoyos derivados de los ritos familiares de las casas reales, del show-business que a muchos pueden resultar atractivos, necesariamente y a lo largo de los años, con sus comportamientos, ha ido creando un conocimiento sobre ellos que está ahí, dentro de la población y como algo muy profundo del sentir popular. Por tanto:

¿Podemos decir que a través de esa transmisión histórica, y oral en muchos casos, y a lo largo de los siglos, los españoles nos planteamos la monarquía como una institución querida, respetada, que está fuera de toda duda y que no es cuestionable?

Yo aquí, aun sabiendo que los que me leen son conocedores de todo ello, hago un pequeño apunte del legado que a lo largo de los últimos tres siglos, desde que comenzó la dinastía borbónica, nos ha dejado esta monarquía de la que “disfrutamos”. Es tan solo un apunte para recordar cuál era el talante de nuestros reyes.

Comenzamos con Felipe V, cuyo comportamiento vital no encajaba con lo considerado “normal” en aquella época. Se dice que no se lavaba nunca, defecaba en donde se le ocurría, se paseaba por palacio con el camisón de su esposa, no se dejaba cortar las uñas de manos y pies y su actividad sexual (algo que transmitió a generaciones posteriores) pudiera decirse que era enfermiza. Su enfermedad mental, añadida a grandes depresiones, marcó su reinado, en el que tuvo que delegar la acción de gobierno en personas de su Corte.

De Fernando VI se dice que mordía y pegaba a sus subordinados de la Corte. Tenía una fuerte dependencia con todo tipo de opiáceos.

Carlos III fue un rey extraño, melancólico y huraño. Se casó con una niña de 13 años de cuyas experiencias y aberraciones amorosas mantenía fielmente informada a su madre. Se dice que fue el único Borbón presentable, pero su mérito estuvo en que delegó toda la acción de gobierno en ministros capaces. Delegaba porque nunca estaba en la Corte (tan solo 6 o 7 semanas al año), dedicado a la caza, se le denominaba El Cazador, actividad continuada por otros descendientes posteriores.

Carlos IV también se dedicó fundamentalmente a la caza y además a la carpintería. Ante su inacción en el gobierno su mujer tomó el mando, colocando a su amante Godoy al frente del ejecutivo y de las grandes decisiones. En un momento dado cedió los derechos de la corona a Napoleón por 30 millones de reales al año, como muestra de su gran patriotismo.

Fernando VII fue un crápula, vicioso y lúbrico. Se dice de él que fue el peor rey de la historia de España. De lo que más se vanagloriaba, está en escritos, era del poder de su enorme falo. Continuó con lo iniciado por su padre de cesiones al emperador Napoleón, con una pensión menor, de tan solo 4 millones de reales anuales. Llevado por el interés de ceder el trono a su hija, algo que en ese momento no era posible y en detrimento de su hermano Carlos, pretendiente natural al trono, derogó la Ley Sálica (Pragmática Sanción), iniciándose con ello un conflicto que derivó en las guerras carlistas que trajeron consigo miles de muertos.

Isabel II, cuyo apetito sexual era bien conocido por sus súbditos. Era muy influenciable y se rodeó de personajes grotescos en la Corte y permitió que su madre Mª Cristina se enriqueciera con las comisiones derivadas de los negocios de los ferrocarriles.

Alfonso XII, cuyo padre no era el consorte de su madre Isabel, reinstauró la monarquía después de la Primera República. Era enfermizo y melancólico, si bien se le conocen hijos extramatrimoniales. Cometió algún desliz que otro en sus relaciones con Francia que llevó a España a importantes conflictos diplomáticos . Sin embargo fue un rey culto, bien formado y con interés por hacer bien las cosas, aunque su reinado fue muy corto.

Alfonso XIII fue un rey soberbio, chulesco y que no aceptaba las limitaciones constitucionales . Ejerció un reinado nefasto, con graves desastres militares y que propició el advenimiento de una dictadura (Primo de Rivera). Tuvo que abandonar el país a la llegada de la Segunda República.

Don Juan no reinó, pero ante el golpe de Estado del general Franco, inmediatamente se puso a su disposición, lo que este no aceptó, dada la posible negativa de las fuerzas carlistas que apoyaban a los sublevados del Norte.

Juan Carlos I, un rey preparado por el dictador a su imagen y semejanza y metido con calzador en una Constitución, en donde esto no era tema debatible y sin posibilidad de consulta a los españoles, amenazados por las armas de un ejército franquista. Que nadie hablara mal del dictador en su presencia.

No vamos a hablar aquí de lo descubierto en los últimos tiempos sobre sus negocios fuera de la legalidad. Tan solo quiero mencionar su momento cumbre en lo que oficialmente se considera la defensa de la democracia, el 23-F. Yo tengo mis dudas y estoy en mi derecho a tenerlas, como muchos españoles. Se conocen sus conversaciones con sus generales, denostando la situación política del momento y también sus maniobras para quitarse de en medio a Adolfo Suarez, hasta que presentó la dimisión. Nunca entendí el tiempo que pasó entre el momento del golpe y su declaración en TV. ¿Por qué no lo hizo de inmediato? Largas conversaciones telefónicas. Estaba convenciendo a sus generales, se dice. Bueno, eso podría haberlo hecho después de esa declaración, en que dejara clara su postura al país. O bien, ¿estuvo sopesando las fuerzas de unos y otros antes de lanzarse al ruedo? ¿Hubo varias posibilidades de golpe? ¿Fue el rey partícipe de alguna de ellas? ¿Qué grado de conocimiento tuvo? El tema es que se dispone de gran cantidad de documentos y de todas las conversaciones telefónicas grabadas en esas horas y que están “apresadas” por una Ley de Secretos Oficiales que no se quiere levantar. Ese hecho no hace sino aumentar mis dudas. Si está todo tan claro, ¿por qué no se dan a conocer? Transparencia y claridad, es lo que necesitamos.

En definitiva, tras la transmisión oral e histórica del conocimiento de las personas que conformaron la monarquía, dudo mucho del arraigo que esta pueda tener en los españoles, lejos de las portadas de los asuntos del corazón. Por ello, sí que creo que es un tema debatible y por supuesto no asumo las palabras del Sr Sánchez de que esto no está en cuestión.

¿Por qué no debatir si, en pleno siglo XXI, tenemos que basarnos en los genes para decidir quién ha de ser el Jefe del Estado, dejando al libre albedrío las capacidades o discapacidades de quien nos represente, sin haber sido elegido por nadie? Pero además, mucho tendría que hacer el actual rey para que se borre la imagen de la monarquía que los españoles tenemos en nuestras mentes.

Lo que es indudable es que la monarquía, como tal, debe asumir su pasado, sus errores y debilidades para evitar que estos vuelvan a repetirse y explicarlo todo ello con claridad a los españoles, no vale decir que esa era otra monarquía, al igual que lo que cierto partido quiere hacer para borrar su pasado, alegando que esos eran otros.

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Las instituciones han de aceptar y asumirlo todo, su pasado y su presente, lo bueno y lo malo, y según lo cual, actuar en consecuencia.

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Ángel Viviente Core es coordinador general de Convocatoria Cívica

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