Plaza Pública

La 'Operación Galaxia', la espoleta del 23F

El golpista Antonio Tejero Molina, el 23-F, en el Congreso de los Diputados.

11 de noviembre de 1978. Falta menos de un mes para que tenga lugar el referéndum que ratificará la Constitución pactada entre los grupos políticos, cuyo texto definitivo ha sido cerrado el verano anterior. En un discreto sótano de la cafetería Galaxia, situada en la madrileña calle de Isaac Peral, se reúnen el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero, el capitán de la Policía Nacional Ricardo Sáenz de Inestrillas, los comandantes de infantería Manuel Vidal Francés y Joaquín Rodríguez Solano y el capitán de Infantería José Luis Alemán Artiles. Lleva la voz cantante Antonio Tejero que, como sus contertulios, constata que no se dan las condiciones para un nuevo levantamiento militar, por lo que expone su plan para ocupar el Palacio de La Moncloa durante el Consejo de Ministros del inmediato día 17, mientras el rey está de visita oficial en México, y un buen número de mandos militares se concentrarán en Madrid para la conmemoración de las muertes de Franco y José Antonio Primo de Rivera el 20 de noviembre. Se trata –explica Tejero– de crear un "vacío de poder", tras retener con unidades de la Guardia Civil, mandadas por el mismo, a todos los miembros del Gobierno; Ynestrillas, con miembros de la Policía Armada, custodiaría puntos neurálgicos de la capital y, ante esos hechos consumados, el Ejército no tendrá más remedio que sumarse.

Tejero e Inestrillas se muestran convencidos y tajantes, hablan de los asesinatos terroristas y de la necesidad de actuar antes que la Constitución sea votada, pero algunos de los presentes no lo ven tan claro. Vidal Francés recibe el día 15 por parte de Ynestrillas la confirmación de que "todo está preparado", y decide comunicar los planes a su superior inmediato; otro tanto hace Rodríguez Solano, o el coronel Federico Quintero Morente, a quien Tejero había visitado en su domicilio y expuesto su iniciativa. De inmediato, se refuerza la seguridad de Moncloa, mientras Madrid se llena de rumores y noticias sin contrastar que llegan a los medios de comunicación. El día 16, Tejero e Ynestrillas son arrestados en sus respectivos destinos, y las noticias, aún carentes de detalles precisos, circulan por las redacciones.

Esa misma noche, el diario Ya, en el que me desempeño como jefe de cierre, manda a rotativas las páginas de huecograbado, que precisan de un proceso más lento, e incluye, sin relieve especial en las páginas anteriores de la edición que se envía a provincias, lo poco que se sabe en ese momento. La mayoría de la redacción, y el propio director, Alejandro Fernández Pombo, van abandonando la sede, y nos quedamos el redactor jefe de noche y yo mismo para incluir en la edición de Madrid las noticias que pudieran ir llegando. Ya iniciada la madrugada recibimos llamadas de lectores de la zona norte de la entonces Avenida del Generalísimo, que hablan de la entrada en Madrid, procedentes de la carretera de Colmenar, de unidades militares motorizadas, alguno incluso dice haber visto tanques.

Sobre las tres de la madrugada, y ante la ausencia de nuevas noticias confirmadas, el redactor jefe se marcha también y me deja al cargo por si acaso se produjera alguna novedad, y una hora más tarde llama por teléfono Moncho del Corral, jefe de prensa del gobernador civil, Juan José Rosón, y pregunta quién es el máximo responsable, y cuando le digo que yo, me dice que me pasa al teléfono al gobernador civil; un instante después es con el propio Rosón con quien mantengo una conversación breve y reiterativa, en la que afirma varias veces que "la situación es de plena normalidad", mientras le insisto en que la información que llevamos es discreta y sin especulaciones. En ningún momento me pide que la censure, pero insiste, una y otra vez, en la "situación de normalidad", hasta que me atrevo a contestar: "Tan normal, tan normal, como que estoy hablando a las cuatro de la mañana con el gobernador civil de Madrid". Tras un carraspeo, achacable supongo a los dos paquetes de Ducados diarios, y con toda cortesía, se despide de mí.

Un epilogo que sería más bien un detonante para el 23F

En las jornadas siguientes, medios gubernamentales hablaban de que se trataba de "una maniobra de cuatro locos"; algunos medios especulaban con que podía ser la "punta de un iceberg de golpismo", y El Alcázar publicó que "se trataba de una operación montada desde la Moncloa con objeto de justificar la reforma depuradora de las Fuerzas Armadas y del Orden Público, declarar la ilegalización de Fuerza Nueva y Falange Española y amordazar a las fuerzas nacionales". El 8 de mayo de 1980, Tejero e Ynestrillas fueron juzgados por un Consejo de Guerra y uno y otro calificaron la reunión en la cafetería Galaxia de "una discusión teórica sobre la posibilidad de dar un golpe de Estado", poco más que "una charla de café". El fiscal pidió seis y cinco años para los acusados, y el tribunal –militar, por supuesto– les condenó a siete y seis meses respectivamente, que habían sido ya cumplidos desde su arresto.

Ninguno de ellos perdió su rango militar, incluso Ynestrillas fue posteriormente ascendido a comandante. Algunos medios contaron cómo los dos condenados celebraron el fallo en una cafetería cercana a la sede del Gobierno Militar de Madrid —donde había tenido lugar el consejo de guerra— entre amigos y bebiendo champán. Las exiguas penas convirtieron a la Operación Galaxia, más que en un precedente, en un detonante. Menos de un año después de la sentencia Antonio Tejero entraba, pistola en mano, en el hemiciclo del Congreso. Comenzaba el 23F.

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