Los que tuvimos la oportunidad de estar en Berlín a finales del 1989 y primeros meses de 1990, presenciamos una muy singular imagen que entroncaba con el futuro político y económico de Alemania. Algunos soldados de la extinta RDA, armados con un escoplo y un martillo, arremetían con fuerza contra el muro que separaba todavía dos territorios. Lo singular del caso es que, a medida que iban picando, volvían la vista para tener controladas cada una de las piedrecitas que saltaban. Sabían que ellas eran parte de sus ingresos, que significaban un sustento con categoría de souvenir que podría arreglar la situación en la que se encontraban, esa precariedad que ya tomaba forma en los primeros meses después de la reunificación. El impetuoso capitalismo bañaba los procesos de futuro de la Alemania del este, mojando incluso la dignidad de algunos trabajadores abocados a la destrucción de sus trabajos, ahogando sus maltrechas esperanzas de integración. Y aquellos soldados picaban la pared con saña muy cerca del Checkpoint Charlie.
Esas piedras que entonces saltaban con la fuerza del escoplo pueden ser las mismas que ahora se esparcen en el suelo de la política internacional; las mismas con las que tropezamos con un discurso que tiene miedo a los conceptos por no saber si atraen o no el voto que se necesita para gobernar.
Cada piedra que salta después de la invasión de los drones rusos es un juicio de valor que contiene una calculadora para contar los beneficios, una cuenta de resultados para ampliar aún más el protagonismo de los poderosos.
Cada misil en la franja de Gaza es un proyecto especulador de Trump y Netanyahu, una acción necesaria para la fuerza del capitalismo en esos territorios que ahora ya son ruinas pidiendo reparación, ciegos ante la muerte. Las piedras que con tanto afán recogían los soldados en Berlín, son las mismas que ahora ponen en alerta a la fuerza motriz de las grandes empresas. Y no importa que desde la otra parte se establezcan valores que tiene que ver con defensas territoriales que se creen históricas, o con la denuncia internacional de aniquilación de miles de personas en lo que, definitivamente, llamamos genocidio; sino en una estructura empresarial que cuelga sus intereses en las llamadas tierras raras o en las imágenes virtuales de una Gaza conquistada para el capitalismo más atroz, entre otras razones.
Una estructura empresarial manchada de sangre y olor a pólvora como los elementos indispensables de la prosperidad de sus negocios. No se trata entonces de establecer un juicio ideológico en torno a la guerra (opinión y propaganda), podríamos pensar, porque la guerra que ahora vivimos carece de principios ideológicos, de contextos bélicos pasados o de la fuerza de atacantes y atacados. Pero la contestación sí tiene que ser ideológica, de firmes convicciones y defensa de los derechos humanos.
Cuidar el alma significa también cuidar a las sociedades como motores necesarios de construcciones futuras
Europa (o Post- Europa) no acaba de hacer frente a las sacudidas de Donald Trump porque tiene miedo real a que ese capitalismo arrasador que forma parte de su estrategia política sea un misil directo a los beneficios, a las empresas, a los proyectos futuros de análisis y explotación de territorios (la política arancelaria ha sido un primer envite, pero todo apunta a que vendrán más), o, por el contrario, irrumpa la llegada de la fuerza económica asiática. El liberalismo del que hacen gala determinados lideres políticos, entre los que se encuentran también Isabel Díaz Ayuso o el empresario José María Aznar, tiene un firme defensor en aquellos que cuentan las piedras que saltan para amplificar sus beneficios. Están convencidos de que cuantas más piedras fruto de la destrucción, mejor para sus proyectos de estabilidad política y económica.
La pregunta que me vengo haciendo desde hace un tiempo tiene que ver con saber dónde queda la moral individual y colectiva, desde qué perspectiva estamos ahora preparados para contestar o si, quizás, es el miedo el que nos paraliza. ¿Qué ocurre entonces con la consolidación de sociedades temerosas? ¿A quién benefician? Nos queda la esperanza de que algunos países, entre ellos Reino Unido, están reconociendo el Estado palestino en los últimos días. Pero, ¿hasta dónde llegará realmente ese reconocimiento?
El filósofo checo Jan Patocka hablaba del cuidado del alma frente a la función de la tecnología en la vida de los europeos, un cuidado que tiene que ver con el entendimiento, también, a mi juicio, con la autorreflexión, con el autoconocimiento, frente a las alharacas de los que impregnan las ideas con el fortalecimiento de sus objetivos más viles, una acción formativa unificadora, en palabras del filósofo.
Cuidar el alma significa también cuidar a las sociedades como motores necesarios de construcciones futuras. Rechazar la actitud de quienes aprovechan las piedras de la destrucción para beneficio propio tiene también que ver con el cuidado del alma.
Porque cuidar el alma evidencia un fuerte componente de compromiso con todos y todas. Ahí tiene que estar nuestra resistencia. Parémonos a pensar.
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Javier Lorenzo Candel es poeta.
Los que tuvimos la oportunidad de estar en Berlín a finales del 1989 y primeros meses de 1990, presenciamos una muy singular imagen que entroncaba con el futuro político y económico de Alemania. Algunos soldados de la extinta RDA, armados con un escoplo y un martillo, arremetían con fuerza contra el muro que separaba todavía dos territorios. Lo singular del caso es que, a medida que iban picando, volvían la vista para tener controladas cada una de las piedrecitas que saltaban. Sabían que ellas eran parte de sus ingresos, que significaban un sustento con categoría de souvenir que podría arreglar la situación en la que se encontraban, esa precariedad que ya tomaba forma en los primeros meses después de la reunificación. El impetuoso capitalismo bañaba los procesos de futuro de la Alemania del este, mojando incluso la dignidad de algunos trabajadores abocados a la destrucción de sus trabajos, ahogando sus maltrechas esperanzas de integración. Y aquellos soldados picaban la pared con saña muy cerca del Checkpoint Charlie.