La política del hambre: una historia de triste actualidad

Ingrid de Zwarte y Miguel Ángel del Arco Blanco

Aquellos que perdimos la infancia a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa del siglo XX crecimos con la imagen de niños famélicos de África: todavía pesa en nuestra memoria la fotografía de esa niña en sus huesos acechada por un buitre en plena hambruna de Sudán (1993). Desde el primer mundo comprobamos entonces lo que era el hambre. Quizá los niños del hoy pierdan su infancia viendo las escalofriantes imágenes de los niños desnutridos de Gaza, o esas olas de gente desesperada clamando con cazos vacíos para conseguir algo que comer, o las imágenes de cadáveres como consecuencia de ser disparados al recoger la comida dispensada por organizaciones controladas por el Estado de Israel. Frente a escenas tan estremecedoras la pregunta de antes y de ahora es la misma: ¿por qué se muere la gente de hambre?

La Historia puede ayudar a responder a estas preguntas. Desde hace décadas, muchos historiadores hemos dedicado esfuerzos a conocer las hambrunas, por qué tienen lugar, cómo suceden y qué consecuencias tienen. Hoy sabemos bien que las hambrunas contemporáneas son siempre políticas. No son solo el simple resultado de desastres naturales, crisis económicas o crecimiento demográfico acelerado, sino que son consecuencia de decisiones políticas que causan o no logran prevenir la inanición masiva.

En un libro que acaba de ver la luz estudiamos algunas de las hambrunas europeas de los siglos XIX y XX: la gran hambruna de Irlanda (1845-50), la hambruna de Alemania durante y después de la I Guerra Mundial (1915-19), las de la Rusia soviética (1919-23; 1941-44; 1946-47), las dos que tuvieron lugar en la Ucrania soviética (1932-33; 1946-47), la sucedida en la posguerra española (1939-42; 1946), la gran hambruna griega (1941-44), el “Invierno del Hambre” de los Países Bajos (1944-45) y la hambruna soviética de Moldavia (1946-47). Reconstruimos una devastadora historia que se repite a lo largo y ancho del viejo continente y que, desgraciadamente, encuentra su eco en la actualidad. Todas se originaron por decisiones políticas, y la política marcó también su desarrollo y sus consecuencias. Porque el hambre no es un mero daño colateral de las guerras, sino que es un inapelable instrumento de represión, control, diplomacia e incluso de narrativa histórica.

La comida es una herramienta política para crear divisiones, ganar corazones y mentes

En nuestra historia reciente, las decisiones humanas (económicas, militares o administrativas) han creado las condiciones para que las hambrunas apareciesen. La Unión Soviética de Stalin condenó a la población de regiones como Ucrania o Moldavia a morir de inanición o de enfermedades derivadas de la desnutrición debido a las políticas colectivizadoras y al envío forzado de ingentes cantidades de cereales del campo a la ciudad. El bloqueo económico aliado sobre la Europa controlada por los nazis estuvo en la raíz de la hambruna griega o de Países Bajos. En cada caso, alguien determinó qué vidas eran valiosas, qué sufrimientos se toleraban y qué hambre podía usarse como herramienta de presión.

La política también agrava las hambrunas una vez que comienzan. Como cuando el Gobierno de Londres siguió exportando alimentos desde Irlanda mientras que los habitantes de la isla se morían de hambre a mediados del siglo XIX. O cuando el franquismo aplicó su política autárquica, repartiendo el alimento como un premio o un castigo entre vencedores y vencidos. La política también está presente en la distribución de la ayuda humanitaria, crucial para prevenir las hambrunas y aliviar el sufrimiento inmediato. Ésta suele estar moldeada por intereses estratégicos y agendas geopolíticas. Las decisiones sobre dónde, cuándo y a quién se entrega la ayuda (y bajo qué condiciones) rara vez son neutrales o imparciales. La comida es una herramienta política para crear divisiones, ganar corazones y mentes, presionar a estados y a sociedades o condicionar la opinión internacional. Así comprendemos la gestión del Estado de Israel respecto a la ayuda alimentaria, cortando su llegada, desplazando a Naciones Unidas y monopolizando su entrega a una población hambrienta y desesperada.

La política no desaparece cuando las hambrunas llegan a su fin: es esencial en la memoria, en cómo se recuerdan o se niegan. La memoria de lo sucedido puede moldear las identidades nacionales, las jerarquías morales e incluso los marcos legales. La evocación ucraniana del “Holodomor” (1932-33) como genocidio, por ejemplo, no solo es un instrumento para fortalecer la comunidad nacional, sino también una forma de reparación histórica e incluso un instrumento para acusar a Rusia por utilizar el hambre como arma de guerra y con intenciones genocidas. En otros casos las hambrunas son negadas, como sucedió con la de la España de posguerra: es una forma de borrar el pasado y condicionar el futuro, ofreciendo una cara amable de la dictadura e identificándola únicamente con el progreso económico de los años sesenta.

Hoy la crisis de la democracia y la crisis ambiental auguran un aumento de la inanición masiva. Podemos verlo en Gaza, pero también en Sudán o Etiopía, en un rincón del mundo que a veces olvidamos. Hemos vuelto a normalizar el empleo del hambre como arma de guerra y de destrucción masiva, pese a constituir un crimen de lesa humanidad (Protocolos adicionales de los Convenios de Ginebra, 1977). Conocer la relación de la política y el hambre es vital para detener las catástrofes humanas actuales y prevenir las futuras. Quizá entonces logremos que alguna generación no crezca con imágenes de cuerpos de niños famélicos, algo decidido lejos de donde les espera la muerte. 

--------------------------------------

Ingrid de Zwarte y Miguel Ángel del Arco Blanco son historiadores de las universidades de Wageningen (Países Bajos) y de Granada, respectivamente. Editores del libro The Politics of Famine (Routledge, 2025). De Zwarte es autora de The Hunger Winter (Cambridge University Press, 2022). Del Arco publicará La Hambruna Española en septiembre de 2025 en editorial Crítica.

Aquellos que perdimos la infancia a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa del siglo XX crecimos con la imagen de niños famélicos de África: todavía pesa en nuestra memoria la fotografía de esa niña en sus huesos acechada por un buitre en plena hambruna de Sudán (1993). Desde el primer mundo comprobamos entonces lo que era el hambre. Quizá los niños del hoy pierdan su infancia viendo las escalofriantes imágenes de los niños desnutridos de Gaza, o esas olas de gente desesperada clamando con cazos vacíos para conseguir algo que comer, o las imágenes de cadáveres como consecuencia de ser disparados al recoger la comida dispensada por organizaciones controladas por el Estado de Israel. Frente a escenas tan estremecedoras la pregunta de antes y de ahora es la misma: ¿por qué se muere la gente de hambre?

Más sobre este tema