Qatar 2022: el Mundial que nos enseñó el lado 'acertado' de la violencia

Lorenzo Martínez Esparza

Los caminos del virus de la violencia en el fútbol son inescrutables. Un virus que presenta sus brotes, sus mutaciones… y que, sea como sea, no desaparece. Andy Nicholls, antiguo hooligan del Everton FC y autor, entre otros, del libro Scally: Confesiones de un hooligan de fútbol de categoría C, se expresaba así en una entrevista: “No hay cura para el hooliganismo. Es imposible. Encontrarán una cura para el cáncer, antes que para el hooliganismo”. Sentencia que firmarían, probablemente, el propio Hobbes o el propio Freud.

Y de nuevo ha vuelto a ocurrir. El mundo del fútbol ha vuelto a quedar eclipsado ante el partido de la fase de grupos de la Conference League, entre el Niza y el Colonia. La multitudinaria pelea entre los ultras del Niza y la alianza entre ultras del PSG francés y el Colonia alemán provocó heridos graves y el partido tuvo que ser atrasado. Todas las televisiones y radios se hicieron eco del suceso. Y lo cierto es que la federación francesa de fútbol tiene un problema serio con la violencia que ya viene de atrás, si recordamos otros sucesos recientes de la temporada anterior, como la suspensión del partido entre el PSG y el Olympique de Lyon. 

La historia tendrá que repetirse. Basta con seguir lo ya recorrido hace décadas por Gran Bretaña, o incluso por clubs que aquí conocemos muy bien, como el FC Barcelona. Basta con acabar con una relación ambigua con la violencia –que en ocasiones manifestaron clubs o directivas en base a relaciones de interés mutuo o de permisividad–, y decidirse a atajar realmente el problema. Pero… ¿hasta dónde se puede seguir el rastro de esta ambigüedad? ¿Todo acaba aquí? Porque si hemos de hablar de ambigüedad, la relación entre violencia y fútbol nunca ha sido más cuestionada y notoria que ahora. Qatar 2022 está dilucidando lo que el espectáculo del fútbol profesional y mediático es: una cultura oscura, de intereses económicos y de muerte. Amnistía Internacional está denunciando miles de muertes con ocasión de la preparación del Mundial 2022 en Qatar. Así mismo, The Guardian –diario británico– también cifra en más de 6.000 los trabajadores inmigrantes fallecidos en Qatar desde su adjudicación en 2010 como sede del mundial 2022, por parte de la FIFA.

Amnistía Internacional está denunciando miles de muertes con ocasión de la preparación del mundial 2022 en Qatar. Así mismo, The Guardian también cifra en más de 6.000 los trabajadores inmigrantes fallecidos en Qatar

El problema, por lo tanto, no parece ser la violencia en sí. El problema parece radicar en esos tipos de violencia rudimentarios, indomables y alarmantes, que se niegan a renovarse (mercantilizarse) y que no respetan la estética. A la moral puede renunciarse, pero la estética… la estética es innegociable. Tipos de violencia que, en lugar de servir para promover el espectáculo y la rentabilidad económica, son un hándicap para los mismos. Supongamos, entonces, que bastaría con que los ultras franceses cambiasen las gradas por los despachos, las prendas paramilitares por el traje, las artes marciales por las finanzas, y los golpes de puños por inversiones en corporaciones con proyectos de infraestructuras en Qatar. Suficiente para pasar de ser ejecutores sucios de la violencia, a vivir de ella. ¿Quién los señalaría por la calle? ¿Quién los condenaría? ¿Quién no querría emularlos? Sería lo más cercano a nuestro mundo feliz.

En fin. Más allá de suposiciones, Francia solucionará su problema con la violencia de los ultras. Algunos serán multados; otros tendrán consecuencias penales. Pero ¿quién pagará por Qatar 2022? ¿Qué reparación tendrán las víctimas? Si la memoria no me falla, fue Imre Kertész –superviviente del genocidio nazi y Premio Nobel de Literatura– quien confesó un pensamiento que albergó en el campo de concentración: pensó que, si los nazis ganaban, todo el sufrimiento de las víctimas sería para siempre desconocido y silenciado. Creo que la condena para los inmigrantes en Qatar ya está dictada. Sus muertes quedarán silenciadas bajo una fiesta mundial, de griteríos estruendosos y goles legendarios. Y de nuevo, casi imperceptible, allá en el horizonte, la presencia del Angelus Novus que con tanto celo guardaba Walter Benjamin: ese –para Benjamin– ángel de la historia que querría quedarse detenido frente al horror y sin renunciar a que las víctimas fueran redimidas, pero al cual los pretextos de llevar la apertura y el progreso a otras partes del mundo lo arrastrarán como un vendaval hacia el futuro.

El mensaje es claro: la violencia, o servirá al espectáculo y a la generación de riqueza, o no será. Y ante esta clara premisa contemporánea, se abre una actual concepción de nuestra era: ni burgueses ni proletarios, ni puros ni mestizos, ni productivos ni parásitos, ni nacionales ni extranjeros, ni ortodoxos ni herejes. A un lado, los taimados, los que detectan la oportunidad, los que mercantilizan, se enriquecen y saben estar del lado 'acertado' de la violencia; al otro, los salvajes y los desheredados, los que se hunden y perecen con ella.

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Lorenzo Martínez Esparza es diplomado en Educación Social por la Universidad de Murcia.

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