Racismo e inmigración: banalidad de la democracia

Emilio Menéndez del Valle

El 24 de abril de 2015 un fanático negacionista de la realidad publicó una columna de opinión en el diario sensacionalista británico The Sun donde entre otras lindezas decía: “¿Barcos para rescatarlos? Yo utilizaría destructores para detener a los inmigrantes a cañonazos. Los inmigrantes son una plaga de salvajes”. Horas después, 800 migrantes, muchos niños incluidos, perecieron en el naufragio de una embarcación en el Mediterráneo. ¿Salvajes? Lo son quienes en sus lugares de origen crean las condiciones (miseria, persecución política…) que fuerzan a miles de seres humanos a huir, arriesgando su vida, en búsqueda de una vida digna de ser vivida. 

Cinco meses después de ese infame artículo del tabloide británico, la entonces canciller alemana Angela Merkel declaraba el cuatro de septiembre de 2015: “Toda persona que huya de su país porque está perseguida o corre peligro tiene derecho a solicitar asilo. Nos guste o no, así está consagrado en nuestra Ley Fundamental”. Entre 2015 y 2019, 1.700.000 de personas solicitaron asilo en la República Federal. Ello supuso un elevado coste político para la canciller pues no todos los ciudadanos, carentes de la necesaria información y probablemente de voluntad política, aplaudieron la medida imbuida de elevado valor moral y dirigida a primar los derechos de los seres humanos sobre los de los Estados.

El Tratado de la Unión Europea (TUE), en su artículo 2, manifiesta que “la Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos” y en su artículo 3-2 dice que “en sus relaciones con el resto del mundo, la Unión afirmará y promoverá sus valores… contribuirá a la protección de los derechos humanos”. ¿Forman parte los inmigrantes del resto del mundo? Tras peligrosas travesías mediterráneas, ¿pueden aquellos que sobrevivan aspirar a que sus derechos humanos, aunque de color diferente, sean respetados en el territorio al que ansían llegar? 

No parece que esos artículos del TUE, no al menos desde hace unas décadas, sean interpretados por la autoridad europea competente en favor de los condenados de la Tierra, de los olvidados de la Historia, que aspiran a desembarcar en nuestras playas. Virgilio hace clamar en La Eneida a Eneas, exhausto con sus compañeros tras largo viaje desde la destruida Troya: “Pero ¿qué hombres son estos, qué pueblo tan salvaje tolera tales prácticas? Se nos niega acogernos a una playa. Nos hacen guerra, impiden que pongamos el pie ni siquiera en el linde de su tierra. Si sentís menosprecio por el género humano… poned la vista al menos en los dioses que no olvidan lo que es justo y lo injusto”. Todo apunta a que los dioses de la Unión Europea han olvidado lo que es justo e injusto. En el siglo XVI, el insigne precursor teólogo y jurista Francisco de Vitoria acogió este lamento de Eneas en su “Relectio de Indis”, donde estableció el “ius migrandi et illic degendi”, esto es, el derecho a circular libremente y al establecimiento pacífico, como patrimonio universal de todos los seres humanos, basado en el deber de respeto del “ius humanitatis”, como nos recuerda Pascual Aguelo Navarro, del Consejo General de la Abogacía Española. 

Relacionados con el asunto que nos ocupa, dos temas interconectados. Uno: el racismo está al alza en Europa. Otro: la inmigración es inevitable. Michael O’Flaherty es el director de la Agencia de la Unión Europea para los Derechos Fundamentales (FRA), encargada de asesorar a las instituciones comunitarias y a los gobiernos de los Estados miembros de aspectos referentes, entre otros, a la discriminación, al acceso a la justicia, al racismo y la xenofobia. La Agencia acaba de publicar (25-10-2023) su Informe “Ser negro en la Unión Europea. Experiencias de las personas de origen africano”. Devastador. Analiza los datos proporcionados por trece países miembros y los compara con el anterior Informe, de 2016. Deterioro. El 45% de las personas sufren racismo y discriminación en su vida cotidiana (en 2016, el 39%). En Austria y Alemania el porcentaje es del 70%. Y ello a pesar de que la discriminación basada en el origen racial o étnico es ilegal de acuerdo al Derecho europeo (los Estados miembros asumieron la correspondiente directiva hace ya más de veinte años). Puede pues afirmarse que el racismo es estructural y sistémico en nuestras sociedades.  

No olvidemos a Hans Kundnani, de Chatham House, que ha escrito un libro provocador titulado “Euroblancura” (“Eurowhitness: culture, empire and race in the European project”, 2023). Dice Kundnani: “aunque algunos pro-europeos configuran una Europa política como un proyecto abierto, pacífico y universalista, la verdad es que siempre ha sido en cierto grado excluyente”. Y añade: “Durante cierto tiempo prevaleció la noción de Unión Europea como espacio de valores cívicamente compartidos: imperio de la ley, democracia, derechos humanos, economía social de mercado. La idea de que la UE podía y debía ser un modelo para el mundo fue popular hasta el inicio del siglo XXI. Pero las últimas dos décadas han supuesto un despertar. La crisis del euro y la de los refugiados de 2015 han mostrado los límites de la solidaridad europea, y también los de la solidaridad global. Asimismo han mostrado cómo se puede abusar de la noción de europeidad en el ejercicio del poder. Mientras que la UE ha continuado abierta hacia el Este, tanto a los nuevos Estados miembros como a los refugiados ucranianos, se ha mostrado sólidamente cerrada en el Sur”. 

Y sin embargo, la inmigración es inevitable. El calentamiento global y las tendencias socioeconómicas harán inevitables las migraciones a gran escala en las próximas décadas. Como sostiene Sergio Scandizzo (del Banco Europeo de Inversiones, al que, en mi opinión, Nadia Calviño debería tener en cuenta), “estamos contemplando el inicio de una rápida distribución de la población humana en un crecientemente rápido calentamiento del planeta que durará décadas, posiblemente siglos”. 

En Italia se habla de la “paradoja Meloni”: una presidenta de Gobierno que pregona querer detener la inmigración se encuentra presionada por los empresarios que reclaman mano de obra migrante

La actual narrativa sobre la inmigración es parcial, sesgada. Discutir sobre ella es perder el tiempo. Es inevitable. Tanto como poner en cuestión la ley de la gravedad. No cabe duda de que la inmigración es la solución para una Europa de economías estancadas, de población envejecida y en creciente proceso de envejecimiento, de decrecientes tasas de nacimientos. El Informe de la Comisión Europea de julio de 2023 habla de “elevada y persistente carestía laboral”. Y en Italia se habla de la paradoja Meloni: una presidenta de Gobierno que pregona querer detener la inmigración se encuentra presionada por los empresarios que reclaman mano de obra migrante. 

Nos hallamos ante una degeneración de los iniciales valores y principios del ideal europeo. Pareciera que estamos ante la leyenda urbana que atribuye a Groucho Marx la frase “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Yo prefiero los originales, pero es un hecho, lamentable a mi parecer, que, al menos desde 2000, y debido a las presiones e influencia de algunos Estados miembros, la política de asilo europea prima un mal entendido aspecto securitario a costa de los derechos humanos y de las obligaciones legales hacia los inmigrantes. Desde los años ochenta del pasado siglo, la mayoría de los partidos europeos de derecha ha venido, demagógicamente, insistiendo en los efectos desestabilizadores de la inmigración, peligro para el orden público. De ahí el creciente desarrollo de una política migratoria restrictiva que ha tendido a considerarla como necesariamente securitaria. Consecuentemente, la inmigración resulta politizada (derechos humanos ignorados) y los inmigrantes y solicitantes de asilo son presentados como amenaza a la necesaria protección de la identidad nacional y/o europea y al Estado del bienestar. 

Así las cosas, cabe preguntarse si Irene Caratelli, de la romana American University, estará acertada al escribir: “Dentro de cuarenta años, lo que hoy calificamos de crisis migratoria en Europa aparecerá en los libros de Historia como genocidio migratorio. El genocidio de los migrantes de principios del siglo XXI deja al descubierto la banalidad de la democracia y sus supuestas normas, principios, valores e instituciones “.

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Emilio Menéndez del Valle, Embajador de España.

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