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¿Qué raza de hombres es esta?

Emilio Menéndez del Valle

Bertie Ahern, presidente de turno de la Unión Europea, pronunció en mayo de 2004 unas bellas palabras ante los diez nuevos Estados que se integraban en la misma: “Nunca debemos olvidar que de la guerra hemos hecho la paz; del odio, el respeto; de dictaduras, democracias; de la pobreza, prosperidad”. Por su parte, el insigne historiador británico, John Elliott, recientemente fallecido, insistía en que “hay que estudiar historia, porque la ignorancia lleva al recelo y al odio”.

Casi veinte años después de las palabras del irlandés Ahern, cuatro de esos Estados, antiguos satélites de la URSS (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia), ven quebrantada la paz en sus fronteras por la  bestial y atroz agresión de Putin a su vecina Ucrania y son testigos del odio que se extiende, Hungría se aleja crecientemente de los valores democráticos y la aún no plena prosperidad alcanzada en ninguno de ellos augura convertirse en pobreza, al menos relativa, a causa de la crisis que afecta a toda Europa. Elliott tenía razón, pero en las actuales circunstancias, tras los reiterados inhumanos actos contra civiles, es de temer que el odio y el  recelo ante quienes hoy se comportan bárbaramente se acrecienten.

La felicidad que Gorbachov infundió en las relaciones internacionales duró apenas dos años y pronto devino en amargura personal. No fue comprendido por su pueblo

Me pregunto si Hegel tenía razón cuando afirmaba que “la historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco”. Ciertamente, la creación y profundización de la UE no es una página en blanco, pero, acotando la reflexión a la historia contemporánea, me pregunto si la felicidad ha estado presente en Siria, Libia, Iraq, Palestina, los Balcanes europeos y tantos otros lugares de nuestra torturada geografía. Y ahora, en Ucrania. Y desde luego no ha estado ni está presente en la Rusia de Putin. Gorbachov instauró una breve etapa de felicidad, en los apenas dos años en que presidió la URSS, al convertir a esta en la Federación Rusa y poner fin a la larga e infeliz época de la Guerra Fría. Sus reformas e intentos desnuclearizadores causaron una transformación global que le hizo acreedor del Premio Nobel de la Paz. Le sucedió Yeltsin y a este el causante de la actual infelicidad, Vladímir Putin. La felicidad que Gorbachov infundió en las relaciones internacionales duró apenas dos años y pronto devino en amargura personal. No fue comprendido por su pueblo (¿lo es Putin?). El presidente Obama, en su visita oficial al país de Putin, tuvo un encuentro privado con Gorbachov y de él relata en sus Memorias que “ahora se veía mayoritariamente despreciado por su propio país, tanto por aquellos que sentían que se había rendido a Occidente como por quienes le consideraban un anacronismo comunista cuyo momento había pasado hacía mucho tiempo.” (Una tierra prometida, página 561).

Pienso que la sociedad rusa vivirá una etapa de amargura, en situación de creciente aislamiento inducido por la comunidad internacional para punir la actuación esquizofrénica y salvaje del mandatario ruso y por el autoaislamiento que él mismo está llevando a cabo. La reacción internacional se inició el dos de marzo con la aprobación en la Asamblea General de las Naciones Unidas de una resolución de condena de la invasión que exigía la retirada de las tropas rusas. 141 a favor, 35 abstenciones (China, India entre ellas) y cinco en contra (Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte, Siria y Eritrea). Significativo. Dos días después el Consejo de Derechos Humanos de la ONU condenó la invasión y acordó llevar a cabo una investigación sobre las violaciones de derechos humanos y del derecho internacional humanitario. 32 votos a favor, 2 en contra (Rusia y Eritrea) y 13 abstenciones (China, India y Venezuela entre ellas). Significativo.

La principal medida de autoaislamiento la ejecutó Moscú el diez de marzo al retirarse del Consejo de Europa, atento vigilante de la situación de los derechos humanos en el continente, lo que implica desvincularse del Convenio Europeo de Derechos Humanos. El carácter estrambótico de las declaraciones moscovitas se puso una vez más de manifiesto al justificar la retirada porque Europa y la OTAN, “hostiles a Moscú continúan su camino hacia la destrucción de esta institución y del espacio humanitario y legal europeo”.

No quisiera terminar estos párrafos sin rendir homenaje escrito al pueblo de Ucrania y a su presidente por la decidida y valiente respuesta armada a la cruel invasión, pero también elogiar otro tipo de respuesta que están llevando a cabo. Me refiero al activismo judicial que el asediado Gobierno ucraniano está desarrollando en la esfera internacional. En concreto, a las peticiones, demandas y exigencias formuladas, entre otras instancias, ante el Tribunal Internacional de Justicia, el Tribunal Penal Internacional, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Sin olvidar que la simpatía, atención y solidaridad suscitadas por ese activismo hayan movido a diversos Estados (Alemania, España, Suiza, Suecia, Polonia, Eslovaquia, Letonia, Lituania y Estonia entre otros) a movilizarse también judicialmente a favor de Ucrania y en contra de la barbarie de Putin. 

¿Es Rusia una nación bárbara que apoya y permite los crímenes de guerra y, aparentemente, de lesa humanidad, perpetrados por su actual presidente? ¿O estamos ante un sátrapa, esquizofrénico sin escrúpulos, que reprime, encarcela, tortura y elimina a quienes combaten, pacíficamente, su satrapía? He citado el viaje del presidente Obama de 2009 a Rusia. Ya  se sabía cómo era y qué era Putin. En sus Memorias, Obama lo define y describe la situación. Da una charla a una nutrida asamblea de estudiantes y jóvenes y reflexiona así en sus páginas: “Para reducir el riesgo de una catástrofe nuclear o de otra guerra en Oriente Próximo, me había pasado la mañana cortejando a un déspota que sin duda tenía informes de todos los activistas rusos de la sala y podía acosar, encarcelar, o incluso algo peor, a cualquiera de ellos… no me podía sacar de encima el miedo de que la manera de hacer las cosas de Putin tuviera más fuerza e ímpetu del que me atrevía a admitir, que en el mundo tal y como era, muchos de esos esperanzados activistas podían acabar pronto marginados o aplastados por su propio Gobierno, y que yo podía hacer muy poco para protegerlos.” (op. cit., 563).

“¿Qué raza de hombres es esta o qué nación tan bárbara que permite un trato semejante…?". (Virgilio, Eneida, I, versículo 538).

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España

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