'Remember my name'

Nieves Sevilla Nohales

DOCMA, la asociación de cine documental en España con sede en Madrid, presentó la película Remember my name, de Elena Molina, el pasado 26 de enero en la cineteca del Matadero. Remember my name se había estrenado en el 26º Festival de Málaga, en la Sección Oficial de Documental, donde obtuvo la Biznaga de Plata del Premio del Público.

El documental nos presenta cómo es el día a día de los y las menores migrantes no acompañadas, que entran en Melilla desde Marruecos. Es un documental optimista que plantea más los logros que las dificultades. Los logros son enormes, desde luego; y las dificultades también lo habrán sido, sin duda ninguna.

El título del documental, Remember my name, pretende que estos chicos y chicas no sean anónimos. Aprender sus nombres es una forma de demostrarles respeto y consideración.

Remember my name se desarrolla en el centro donde fueron acogidos cuando cruzaron la valla hace ya varios años. Se acerca el final de la estancia, que puede prolongarse hasta los dieciocho años, como máximo, y en su mente se agolpan multitud de proyectos; está claro que se van a enfrentar al futuro con energía. Lejos quedan el miedo y la incertidumbre. Han conseguido adaptarse a nuestro modo de vida, a las comidas que son tan diferentes, a convivir con los compañeros y a respetar las normas. La inmersión en nuestra cultura les ha facilitado el aprendizaje de una lengua nueva, con otro alfabeto. La mayoría ha superado los obstáculos y ha desarrollado habilidades sociales, que van a ser fundamentales para integrarse en el mundo laboral al que se dirigen. ¡Cuánto habrán sufrido desde que se lanzaron a una carrera sin retorno para cruzar la frontera! ¡Qué intensa habrá sido la añoranza de su familia, de sus amigos, de su entorno, de su país!

En la fuga de los chicos menores, en ese impulso que los empuja a salir de su tierra, como quien escapa de un ser monstruoso, se esconde el hambre, la desolación y la falta absoluta de expectativas. El mañana ante ellos es un erial de pobreza extrema. Sin embargo, lo que se ve en la huida es arrojo, fuerza y un brío extraordinario. No importa el riesgo porque tienen confianza en sí mismos, en su capacidad para labrarse un porvenir, en la esperanza de una vida mejor. 

Ya saben que van a ser blanco de la xenofobia, que hay sectores de la población que los consideran el origen de todos sus males; y que tal vez los culpen de delitos que no han cometido. 

Pero, ¿qué pasa con las niñas y las chicas? 

El mañana ante ellos es un erial de pobreza extrema. Sin embargo, lo que se ve en la huida es arrojo, fuerza y un brío extraordinario. No importa el riesgo porque tienen confianza en sí mismos, en su capacidad para labrarse un porvenir

Lo que me ha conmovido ha sido la presencia de niñas con seis, siete, ocho años, o incluso menos. La mayoría de ellas son tan pequeñas cuando huyen que llegan sin objetivos, no saben por qué vienen. Las que lo saben son las madres, son ellas las que no quieren que sus hijas vivan como esclavas sujetas a los designios de los hombres y a la miseria; son ellas las que las llevan a la frontera con la certeza de que podrán cambiar su destino. Hay algo inenarrable en la valentía, en la determinación y en la seguridad con que actúan estas madres que te deja sin aliento. Conscientes de la ignominia en la que viven, se desprenden de sus hijas lanzándolas a lo que se supone que es un mundo mejor. ¿Cómo será su vida cuando son capaces de tanto sacrificio? ¿Qué será de ellas cuando el marido se entere de lo que han hecho? No quiero pensar en el dolor infinito de la ausencia; aun así, están dispuestas a sacrificarse, a no verlas crecer, a no abrazarlas, a no saber de ellas.

Para las chicas es muy importante la estancia en España porque conocen otras formas de estar la mujer en el mundo, otro reconocimiento social. Se dan cuenta de que pueden ser dueñas de sus propias vidas y tener una profesión que las haga libres. A pesar de la separación de su familia, valoran, en lo más hondo de su corazón, el coraje de sus madres que las han librado de estar sometidas a los designios culturales de una sociedad machista, en la que una mujer está bajo el yugo del padre, de los hermanos, del marido, de los hijos. Imposible salir de ese escudo patriarcal, que incluye a todos los familiares del sexo masculino. 

Una de las chicas que habló en el coloquio posterior, Saray, contó que a ella su madre la llevó a la frontera, cuando tenía cuatro años, y le dijo:

-¡Corre, corre, no te pares, no mires atrás! Y la obligó a cruzar la frontera convencida de que era lo mejor que podía hacer por ella; y así ha sido, porque Saray ahora está en Madrid estudiando y trabajando. Nos habló de la angustia que ha padecido su madre, durante tantos años, y de la responsabilidad que ella y los demás tienen para con sus familias en Marruecos, a las que han de ayudar desde aquí para hacerles la vida más fácil. En Saray vemos que está perfectamente integrada en España; y lo más probable es que se sienta más española que marroquí.

Estos chicos y chicas forman parte del grupo de los llamados MENAS (acrónimo que se refiere a los menores extranjeros, cualquiera que sea su procedencia, que entran en nuestro país no acompañados y que están tutelados por las autoridades públicas, al no tener un adulto de referencia en el país). Actualmente se evita la utilización de este término, “menas”, debido a los fuertes discursos xenófobos lanzados por algunos políticos de extrema derecha, que los criminalizan y los acusan de provocar disturbios, se ha sacado de contexto y encierra connotaciones negativas. 

Ahora se les llama niños migrantes no acompañados.

 

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Nieves Sevilla Nohales es maestra y escritora.

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