Plaza Pública
Rodilla a la tierra
Estos meses de confinamiento por la pandemia han estado cargados de incertidumbre, pero también de reflexiones de distinto tipo, algunas personales y otras de carácter colectivo. Durante este tiempo de meditación obligado, al parecer también estamos más atentos a lo que sucede a nuestro alrededor y más conscientes de nosotros mismos. Somos muchos los que queremos habitar, tras la pandemia, un mundo más amigable y menos hostil. Desde luego, parece que ya no estamos dispuestos a seguir tolerando lo intolerable.
Pudo ser un “negro” más que muere en Estados Unidos a causa del abuso policial, como muchos otros a lo largo de tantos años, pero la reacción colectiva ha sido clara y contundente. “La vida de los negros importa” (Black Lives Matter). No es sólo George Floyd, no es sólo Estados Unidos, son decenas, cientos, miles y millones de vidas injustamente arrebatadas por los blancos a lo largo de la historia de la humanidad. Esclavitud, colonialismo, racismo, segregación, apartheid, intolerancia, supremacismo.
Las concentraciones multitudinarias comenzaron en Minnesota, pero rápidamente se extendieron por todo Estados Unidos y desde allí a Europa y a muchas otras latitudes. Ha sido la ira contenida de generaciones que por siglos han sido primero sometidas y luego discriminadas, la que se ha volcado a las calles a decir basta y a poner fin al enaltecimiento de esclavistas, destruyendo las estatuas como las de Leopoldo II de Bélgica o Edward Colston en el Reino Unido, pasando por otros personajes que en realidad poco tienen que ver con la discriminación racial, pero que nos revelan el hartazgo de la población afrodescendiente.
El abuso policial puede afectar a blancos y negros, pero la reacción de las instituciones no es la misma en uno u otro caso. La mecha que encendió la indignación fue, precisamente, la respuesta del sistema policial y judicial que en principio sólo había imputado al agente Derek Chauvin por homicidio involuntario, cuando las imágenes daban la vuelta al mundo demostrando que la rodilla de un policía no puede estar en el cuello de un detenido de manera involuntaria y mantenerse implacable en esa posición hasta que se extingan los gemidos de quien agoniza por asfixia y hasta su último aliento implora: ¡No puedo respirar, por favor, no puedo respirar! Y todo ello con la connivencia activa o pasiva de otros tres agentes Tou Thao, J. Alexander Kueng y Thomas Lane, que en un primer momento ni siquiera fueron tocados por la justicia como si sus actos y omisiones no hubiesen sido artífices o cómplices de la muerte de un ser humano. Sí, hay que nombrar a estos agentes, porque algunos de ellos tenían un nutrido expediente de abusos policiales. Los hechos deben investigarse y los responsables deben ser sancionados. La justicia que no es igual para todos, no es justicia.
Un mal endémico
La herida sigue abierta, el racismo es un mal endémico que sigue presente en nuestras sociedades sin que nos demos cuenta. No hay más que ver cómo la ira va más allá del momento actual y se dirige, desbocada, a los orígenes, a las razones iniciales que motivaron el esclavismo y la explotación sólo por tener un color de piel diferente. Con toda seguridad este es el genocidio más grande de toda la historia, que hasta ahora nunca ha sido identificado ni reconocido como tal, ni cuantificado ni menos reparado, cuyas secuelas persisten hasta nuestros días y se reavivan cíclicamente como una epidemia que afecta a lo más íntimo del ser humano.
¿Había reparado usted en que uno de los más galardonados largometrajes de todos los tiempos –Lo que el viento se llevó– podía resultar ofensivo para millones de seres humanos en todo el mundo? El racismo está tan arraigado y normalizado que no nos damos cuenta. No creo en la censura, pero me parece de toda justicia para la memoria colectiva de la humanidad que una película como esta sea precedida de una explicación sobre lo que fue la esclavitud, el sufrimiento que causó por generaciones y cómo gran parte del capitalismo actual fue construido sobre la base de la economía esclavista, de la cual el sistema neoliberal que destruye nuestro planeta no es más que su heredero vestido con nuevos ropajes tecnológicos. ¡Cuántas de las grandes fortunas y multinacionales están contaminadas desde sus orígenes y cuántas siguen estándolo con prácticas análogas a la esclavitud!
Así pues, no se trata solo de remediar el presente, sino de intentar hacer justicia con el pasado. Ya me han oído decir más de una vez que no resolver las cuentas pendientes con lo ocurrido ayer contamina, perturba e impide la gestión sana de lo que vivimos ahora y lo que está por venir. “De aquellos polvos, estos lodos”. Sobre todo, cuando, como en el caso de Donald Trump mantiene una presidencia de tintes ultraderechistas, intolerante con el diferente, supremacista y con la represión como instrumento básico de permanencia en el poder. Trump se replica en otros sátrapas como Bolsonaro o sus homólogos europeos de Polonia y Hungría.
Una Ley contra el racismo
En España el racismo está latente y pervive más o menos solapado. Nos lo ha advertido así el Grupo de Trabajo sobre el Examen Periódico Universal de Naciones Unidas en su informe del 35º período de sesiones del 20 a 31 de enero de 2020. En sus recomendaciones el comité se muestra preocupado porque las medidas adoptadas por España “no hubieran permitido combatir de manera efectiva la persistente discriminación de facto de que eran objeto determinados grupos, entre otros la población gitana, las personas afrodescendientes, las personas con discapacidad, los migrantes, los refugiados y los solicitantes de asilo”. De ahí, se reseñan las recomendaciones para aprobar una Ley integral de no discriminación, dirigida también contra el racismo. En total nos hicieron 82 recomendaciones para hacer frente a la discriminación racial. El 20 de este mes España tiene nuevamente cita ante el alto organismo. Ya veremos qué compromisos se asumen o se renuevan.
Ya hubo un primer anteproyecto de Ley aprobado por el Consejo de Ministros durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero en 2011, que fue rechazado por la Mesa del Congreso. En 2012 el Grupo Socialista presentó una Proposición de Ley retomando el anteproyecto anterior, pero el Pleno del Congreso, con mayoría absoluta del PP, se opuso y la iniciativa quedó rechazada. Una vez más, la derecha.
Las palabras hacen dañoLas p
Las palabras son como piedras de obsidiana con aristas afiladas de exclusión que duelen en lo más hondo cuando se arrojan contra los otros. "La oveja negra", "merienda de negros", "moros en la costa", "trabajo de chinos"… Nuestro lenguaje cotidiano guarda expresiones que pueden resultar chocantes, ofensivas o dolorosas para quien las escucha y se siente afectado por el significado que contienen.
Sólo un ejemplo reciente. En el año 2015 la Real Academia de la Lengua modificó en la versión online de su diccionario el término “gitano”, específicamente una de sus acepciones que la equipara al término "trapacero". Lo que hicieron fue añadir que su uso en ese sentido era "ofensivo y discriminatorio". Incluyeron esta observación obligados por la protesta del Consejo Estatal del Pueblo Gitano, que reprochó el significado y añadió que hubiera preferido que la RAE suprimiera tal definición sin poner parches. Si no lo han visto, recomiendo el vídeo de la campaña que este organismo romaní hizo con tal motivo, titulado “yo no soy trapacero”, en el que niños gitanos de diferentes edades muestran su disgusto al conocer lo que significa la palabra. El antídoto contra el racismo y la discriminación está en otra palabra: Empatía. Es una palabra mágica, que alude a la habilidad de ponerse en el lugar del otro, una habilidad que debemos ejercitar, pues su práctica habitual, creo yo, acabaría con la mayoría de los problemas de la humanidad.
“Sucede que para muchos negros –y también para otros colectivos– no hace falta llegar a la muerte para darse cuenta de lo que es no vivir”, escribía hace unos días el periodista Xavier Torres en la revista Sport, denunciando cómo en el fútbol “el racismo está consolidado hasta el punto de que muchas de sus manifestaciones ya no sorprenden ni provocan el rechazo: pasan por normales, aunque ni en la vieja ni en la nueva sociedad, lo sean”.
En 2016 el jugador de futbol americano Colin Kaepernick hincó la rodilla antes del partido, mientras sonaba el himno nacional. “No me levantaré para mostrar mi orgullo por una bandera y un país que oprime a la gente negra y de color”, explicó. El jugador acabó dejando su profesión, pero su gesto caló hondo y hoy la asociación británica contra el racismo Kick It Out ha pedido que sea ese gesto de Kaepernick el que se utilice en señal de respeto a la lucha antirracista.
Medio mundo ya lo está haciendo en protesta contra la barbarie física y mental de quienes se creen superiores por el color de su piel. Esta revolución espontánea debe llegar más lejos, invadir nuestro pensamiento y el de nuestros niños. El racismo es un veneno que mata la conciencia. Que al menos esta nueva mirada tras la pandemia nos lleve a la convicción de que el antídoto se basa en la empatía, en la solidaridad y la comprensión de que todas las personas somos diferentes, especiales y valiosas, y por tanto todas somos iguales en dignidad y derechos. No podemos consentir la discriminación. Echemos rodilla a tierra.
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Baltasar Garzón es jurista y presidente de FIBGAR.