El Sáhara, Ucrania y el doble rasero

Luis Matías López

De un plumazo, saltan por los aires 47 años de respeto a la legalidad internacional, de adhesión al menos formal a las resoluciones de Naciones Unidad y de reconocimiento teórico al derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. De la vergüenza por la cesión del territorio a Marruecos tras la Marcha Verde, auténtico prodigio de la diplomacia amenazante de Hassan II, se vuela, como a través de un vacío en el tiempo, a esta otra claudicación no menos vergonzante, que Sánchez pretende vestir de realpolitik, aunque quizá guarda mayor relación con la cesión a un chantaje puro y duro.

A veces pasan décadas sin que nada se mueva y luego llegan meses en los que todo se acelera. El precedente de que las cosas podían cambiar fue, todavía con Trump en la Casa Blanca, el apoyo al plan de Marruecos como contrapartida al restablecimiento por Rabat de las relaciones con Israel. Pero fue después, hace menos de un año, cuando se abría una artificial aunque profunda crisis con Marruecos justificada por la atención médica prestada en España al líder del Frente Polisario, gravemente enfermo de covid. Da la impresión de que el Gobierno no supo calibrar entonces las consecuencias de lo que debió pensar que era apenas un gesto humanitario.

Primer error. Demostró con ello que no entendía la mentalidad del poder instalado al otro lado del Estrecho. Fue la ocasión que tal vez esperaba Rabat para abrir el melón de la delicada relación bilateral con España y sacar el máximo partido posible para avanzar en el desbloqueo (conseguir de iure lo que ya tiene de facto) de la cuestión saharaui, de la que España, como antigua potencia colonizadora y país garante no podía desvincularse.

Lo que vino después es bien sabido: retirada de la embajadora en Madrid, corte del gasoducto procedente de Argelia, asalto masivo de emigrantes desesperados a Ceuta, libertad de movimientos para las pateras. Y una víctima inocente, la ministra de Exteriores Arancha González Laya, la cabeza de turco más a mano para aplacar a Rabat.

Los miles o decenas de miles que huyen de situaciones igualmente trágicas se encuentran con los muros de la fortaleza Europa. ¿De verdad no tiene que ver que los ucranianos “son como nosotros” y que los sirios o los nigerianos tienen la piel más oscura?

El tiro de gracia ha llegado con la guerra en Ucrania, en la que España, como fiel aliada en la Unión Europea y en una OTAN que sigue los dictados de Washington, se ha involucrado como la que más, desde compartir la agresividad anti-Putin (al que deben vibrar los oídos de tanto insulto), a sumarse a las fuertes sanciones, aprobar el envío de armamento o acoger con los brazos abiertos a los refugiados que nos toquen. 

En definitiva, se ha entrado en guerra, aunque a este lado del mapa no se oiga el ruido de las bombas. Por eso, lo último que podía desear Sánchez es que se reabriese el siempre tormentoso frente magrebí. No ha hecho falta que Putin se coordinase con Mohamed VI, bastaba con que éste aprovechase la ocasión para aumentar la presión hasta llevarla a su gran objetivo existencial, el Sáhara.

Pasará mucho tiempo, o quizás nunca llegue a saberse en detalle, cuales han sido las claves de la negociación desarrollada en las últimas semanas, de lo que ha habido de intercambio de propuestas y de chantajes expresos o encubiertos. Habría que saber si, además de emigración, gasoductos, intercambios comerciales, del tercero en discordia (Argelia) y, por supuesto, del Sáhara, se ha hablado también de Ceuta y Melilla, dos patatas calientes que Rabat nunca dejará enfriar del todo.

Tampoco está claro si, como parece, el cambio drástico en la posición de España ha llegado por la decisión única de un Sánchez con un liderazgo cada vez más personalista, con el seguidismo sin límites de un ministro de Exteriores que parece entender su papel desde la docilidad y sumisión al jefe. ¿Cuántos ministros se han involucrado en el proceso? ¿Estaba informada la dirección de un PSOE que nunca ha dejado de defender el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui?

Lo que apenas deja espacio a la duda es que Sánchez no informó a sus socios de Gobierno, descolocados y sorprendidos ante la noticia y que denuncian la deslealtad de Sánchez, que suman a su lista de agravios. Un paso más que muestra la fragilidad de una coalición que se mantiene porque en Unidas Podemos se tiene muy claro que, fuera de su modesta parcela de poder, correría el riesgo de caer en la irrelevancia.

Mohamed VI se frota las manos. Albares y Sánchez viajarán a Rabat para oficializar la reconciliación. Crisis cerrada. Oficialmente, se afirma que es la propuesta “mas seria, realista y creíble”, que permitirá afrontar juntos desafíos como la regulación de los flujos migratorios. Y, con toda desfachatez, que es “compatible con las resoluciones de la ONU", que se está tan solo al comienzo de un proceso en el que las decisiones últimas deberán consensuarse con los saharauis. Sería ilusorio creer que Marruecos aceptaría una autonomía que deje a los saharauis una cuota de decisión y autogobierno que recuerde a la que tienen Cataluña o Andalucía. Y nunca permitiría un referéndum, en condiciones de libertad, que dejase abierta esa opción.

Donde dije digo…

A simple vista, entre Argelia y Marruecos, Sánchez ha apostado por este último, aunque supuestamente el país del que depende abrumadoramente el suministro de gas a España estaba informado del acuerdo antes de que se hiciera público y, al menos hasta el momento de terminar este artículo, no había dado ningún indicio de que se vaya a replantear sus relaciones políticas y comerciales con Madrid. Pero cuesta creer que Argel renuncie a su apoyo incondicional al pueblo saharaui, a cuya mayoría acoge en los campos de refugiados del Tinduf. ¿Qué pasará ahora con ellos? Albares afirma que no hay que temer eventuales represalias de Argelia, “que ha demostrado en repetidas ocasiones que es un socio fiable”. Hay muchos detalles que aún se desconocen, pero cuesta creer que Sánchez haya vestido un santo para desnudar a otro. ¿O sí? Habrá que esperar y ver. Por el momento, este sábado, el Gobierno argelino ha llamado a consultas a su embajador en Madrid.

Por último, es forzoso aludir al doble rasero. Es comprensible que España quiera controlar la inmigración ilegal desde el Magreb, porque de otra forma el Estrecho sería una autopista para millones de víctimas de la guerra y el hambre. Pero no hay que olvidar que, mientras se da muestra de una justificadísima solidaridad con los millones de refugiados de Ucrania, recibidos con los brazos abiertos y con la eliminación de trabas burocráticas para su integración en los países de acogida, los miles o decenas de miles que huyen de situaciones igualmente trágicas se encuentran con los muros de la fortaleza Europa. ¿De verdad no tiene nada que ver que los ucranianos “son como nosotros” y que los sirios o los nigerianos tienen la piel más oscura?

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Luis Matías López es periodista, excorresponsal de 'El País' en Rusia y en la antigua URSS, columnista y miembro del Consejo Editorial de Público.

De un plumazo, saltan por los aires 47 años de respeto a la legalidad internacional, de adhesión al menos formal a las resoluciones de Naciones Unidad y de reconocimiento teórico al derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. De la vergüenza por la cesión del territorio a Marruecos tras la Marcha Verde, auténtico prodigio de la diplomacia amenazante de Hassan II, se vuela, como a través de un vacío en el tiempo, a esta otra claudicación no menos vergonzante, que Sánchez pretende vestir de realpolitik, aunque quizá guarda mayor relación con la cesión a un chantaje puro y duro.

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