Seréis como dioses

Francisco Javier López Martín

Toda la aventura humana hasta nuestros días dio comienzo con eso que llaman una trampa de progreso. En aquel momento en que la serpiente se dirige a Eva y le dice Eritis sicut dii, scientes bonum et malum. Hay que leerlo así, en latín, para luego asumir la traducción, Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.

Una promesa que justifica que nos hayamos comido, desde entonces, una y mil manzanas y un infinito número de cosas mucho peores que manzanas. Esa es la verdadera trampa. No dice la serpiente que vayamos a ser dioses, sino que seremos como dioses, que no es lo mismo.

Muchos son los escritores, como Goethe, que han escrito sobre ese deseo. Mefistófeles, el mismísimo demonio, se hace pasar por Fausto y escribe la frase: Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal.

Seréis como Dios ya no es exactamente lo mismo, a la manera en que no es lo mismo el monoteísmo que el politeísmo. Pero, para los tiempos que corren, tampoco es tanta la diferencia.

Y seréis como dioses es el título del libro de Erich Fromm, escrito después de otras obras fundamentales como El miedo a la libertad, en el que se esfuerza por explicar los orígenes del fascismo, en el marco de unas sociedades modernas que uniforman a las personas en torno a nuevas esclavitudes.

Una reflexión sobre la moderna divinidad del dinero y del consumo, que he visto formulada de forma contundente en un católico como Georges Bernanos, que pone de relieve la gran variedad de productos que creemos que podemos escoger, siempre que aceptemos terminar pasando por la misma caja. Para él, la aceptación, el realismo, es tan sólo la mala conciencia de los hijos de puta.

Sin embargo es Gustave Thibon el que en su libro Seréis como dioses nos sitúa ante un escenario en el que la ciencia ha tomado el papel de divinidad y consigue asegurarnos una vida eterna. Lucifer se encontraría tras ese poder aparentemente infinito de la ciencia. El autor recurre a Simone Weill para explicarnos que el infierno es creerse en el paraíso por error.

Son muchos los científicos que disfrutan como enanos con la investigación, los ensayos, las pruebas, los experimentos, los descubrimientos, los avances científicos y tecnológicos. No pocos de ellos compatibilizan esa sana alegría con la aceptación, sin más, de que no son responsables de los fines a los que se destinan sus descubrimientos. Una manera de aceptarse, una forma de realismo, que permite seguir viviendo.

Sin embargo, tarde o temprano, si el científico en cuestión es persona sensata y justa consigo mismo, responsable del mundo en que vive, termina por entonar el lamento de Openheimer, uno de los padres de la bomba atómica, desde sus responsabilidades en el Proyecto Manhattan, cuando cita a Bhagavad Gita: Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos.

Esa es la actitud que desde el mundo de la ciencia, pero también desde el de la política, la empresa, el sindicalismo, o desde el conjunto de la sociedad, nos permitiría albergar esperanzas en el futuro de la humanidad y su capacidad para convivir con la vida en el planeta.

Alimentar fantasías de viajes espaciales para terraformar Marte y obtener ingentes recursos de los cometas, para mantener un horizonte de crecimiento económico infinito, constituye un tremendo error en el que colaboran no pocos divulgadores científicos.

La propia batalla entre economías verdes, azules, circulares, naranjas, digitales, o de los cuidados, da buena cuenta de otro espejismo consistente en la combinación de ideas procedentes del ecologismo con un desarrollo tecnológico desbocado.

Construir parques eólicos puede parecernos algo medioambientalmente limpio, hasta que reparamos en los costes energéticos de construcción, en los materiales empleados, o los efectos sobre el paisaje, la flora y la fauna. Los coches eléctricos nos pueden parecer una excelente alternativa a la contaminación de los combustibles fósiles, hasta que pensamos en la contaminación que produce construirlos, la fabricación de sus baterías y su eliminación tras su periodo útil de vida.

Parecernos a los dioses no pasa por perpetuarnos en los errores, sino por aprender y aplicarse a juzgar, valorar, evaluar nuestras formas de vida y adoptar medidas que frenen el crecimiento desproporcionado que amenaza los recursos y la vida en el planeta

No soy un negacionista, pero creo que participo de una sensación de que cada decisión que tomamos tiene consecuencias y costes medioambientales, problemas que hay que asumir y saber gestionar. Soy de aquellos que creen que pensar que la ciencia, las nuevas tecnologías, por sí mismas, sin reflexión y sin gobierno de las mismas, nos harán como dioses, no aporta soluciones reales, sino nuevos mitos de la creación, nuevas creencias pseudorreligiosas, nuevos mitos.

Lejos de todo ello, parecernos a los dioses, a alguna versión amable de Dios, no pasa por perpetuarnos en los errores, sino por aprender y aplicarse a juzgar, valorar, evaluar nuestras formas de vida y adoptar medidas que frenen el crecimiento desproporcionado que amenaza los recursos y la vida en el planeta.

Aprender nuevas formas de vida que nos ayuden a dialogar con el resto de los seres vivos que pueblan el planeta. Nuevas maneras de entender nuestra sociedad, nuestra política, nuestra economía y nuestra propia cultura.

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013

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