Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
A menudo, la lucha por la existencia se nos hace difícil. Sucede así porque precisa un instinto social de ayuda. En grupo se podrían resolver mejor las adversidades. La colaboración aparecería entonces como una estrategia de vida. La necesitamos para adaptarnos a un entorno que cambia rápidamente. Concluyen varias investigaciones que la cooperación es la estrategia más productiva para que los grupos sean capaces de superar convulsiones pequeñas que son cercanas, e incluso las globales. Nadie desconoce que la alianza triunfa en los termiteros y hormigueros. Imagino que el grupo dispondrá de estrategias para superar los conatos de la posible prioridad del éxito personal egoísta. La asociación podría ayudar a la construcción individual de una cierta moralidad para cumplir la tarea propia sin molestar la de quienes tenemos a nuestro alrededor; lo cual se acercaría al modelo de ética desinteresada.
Parece innegable que en estos años se propaga rápidamente cierto malestar vivencial. Llega desde el inmenso espacio exterior, inventado por gentes y dirigentes que no conocemos. Aun así interfiere en nuestra esfera íntima, mutando lo que debería ser ontológicamente particular en lo que es exageradamente –por su inabarcabilidad e incomprensión- global. Porque, en cierta manera, la solidaridad debería ser un principio de resistencia humanitaria. Máxime cuando muchos países que ocultan su vergüenza ante atropellos bélicos, no solo en Gaza y Ucrania, han firmado la Declaración Universal de los Derechos Humanos que surgió en diciembre del año 1948 en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El silencio ante una catástrofe humanitaria nos hace cómplices y anula la supervivencia de aquellos que sentimos lejanos
¿Dónde está, y cómo es, ese instinto social de ayuda en el caso del genocidio que se está extendiendo en Gaza? Ni siquiera nos conmovemos suficientemente ante las pocas imágenes que nos traen ahora los medios de comunicación, cargadas de destrucción y necesidades palpables. Silbamos y miramos para otro lado, acaso nublados por el maremágnum propagandístico y desmesurado que supone el festival de Eurovisión. El ondear de banderas testifica el vestido patriótico, dentro del cual van desigualdades múltiples. El silencio ante una catástrofe humanitaria nos hace cómplices y anula la supervivencia de aquellos que sentimos lejanos. Por eso, debemos aplaudir las intenciones de protección ética del Gobierno español ante la ONU, como también la solidaridad mostrada por Rtve antes de la retransmisión del evento: Frente a los derechos humanos, el silencio no es una opción. Paz y Justicia para Palestina.
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Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental y metodología educativa.
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