Este trocito de calle de mi ciudad, frente a unos contenedores de residuos listos para ser reciclados, ha sido durante algunos años el rincón donde se sentaba a leer una vida que no se pudo reciclar. Creo que el dueño de ese cuerpo abandonado no era de aquí, debía de ser de algún lugar olvidado. Siempre tenía un libro o un periódico entre las manos, aunque sospecho que no sabía leer en nuestro idioma. Dormía al raso, viendo pasar frente a él la vida en los otros. No pedía. Si alguien le echaba a sus pies unas monedas reaccionaba lanzándole un chorreo de palabras incomprensibles, que a buen seguro no eran cariñosas. Conmigo tenía una especial fijación. Estoy seguro de que me convertí, vete tú a saber por qué, en su aliciente diario.
El dueño de ese cuerpo abandonado no era de aquí, debía de ser de algún lugar olvidado. Siempre tenía un libro o un periódico entre las manos, aunque sospecho que no sabía leer en nuestro idioma
Esperaba a que pasara por delante de su nido vagabundo para taparse la nariz como si oliese una inmundicia y hacerme gestos con su mano como indicándome que me alejara de allí. Manías. Hoy he vuelto a pasar por allí, pero él no estaba. Según me han dicho terminó de consumir los últimos sorbos de desgracia que le quedaban la última semana de agosto. Y a partir de este final triste de verano, ese trocito de calle de mi ciudad va a ser un lugar vacío y desolado.
________________________
Juan Luis Cano es periodista, escritor, miembro del dúo Gomaespuma y de la Sociedad de Amigos de infoLibre.