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La utopía perdida

Pedro Fresco

No hace falta mirar tanto tiempo atrás para recordar cuando la utopía del ecologismo era un mundo sin energía nuclear y sin combustibles fósiles, movido fundamentalmente por la energía del sol, del viento y de otros flujos naturales virtualmente infinitos. Un mundo movido por una energía que no contaminaba ni el aire ni el agua, que no generaba residuos peligrosos ni riesgos de accidentes terribles. Cuando las energías solar y eólica no eran aún competitivas, toda una generación de ecologistas soñó con ese horizonte, igual que lo hacía el entonces niño que hoy, ya adulto, les escribe. 

Permítanme proyectar mis recuerdos un par de décadas después. En el año 2014 participé en un acto de un grupo ecologista español. Se habló de renovables y, a pesar de asistir simplemente como público, quise hacer una breve intervención. En aquel momento ya se estaba hablando en algunos lugares de Europa de “revolución solar” y hasta las grandes empresas veían un campo de negocio allí, lo que descolocaba a algunos. En mi discurso dije que el hecho de que hasta las grandes empresas estuviesen hablando de las renovables como el futuro de la energía era la certificación de que los ecologistas siempre habían estado en lo cierto, de que el mundo movido por los flujos naturales era el futuro al que debíamos aspirar y que el ecologismo y los partidos verdes debían sacar pecho y levantar la bandera por haber sido los pioneros de lo que ya era una evidencia aceptada incluso por quienes antes la rechazaban con uñas y dientes. 

Mi discurso encontró muchos apoyos, recuerdo una chica aplaudiendo entusiasta y gritando “sí señor, sí señor”. Otros, en cambio, tenían cara de no saber muy bien qué hacer ni a dónde mirar. Alguno de los descolocados entonces hoy está pidiendo una moratoria en la instalación de renovables, en plena emergencia climática.

Una de las cosas políticamente más incomprensibles que he visto en mi vida es cómo determinados sectores del ecologismo político dejaron caer la bandera de las renovables en cuanto vieron que las empresas privadas querían hacer negocio con ellas. No en todos los países ha pasado esto, en países como Alemania no fue así y quizá por eso Los Verdes alemanes han conseguido su mejor resultado histórico en 2021, pero en países como el nuestro a veces parece predominar, al menos mediáticamente, esta posición. Muchos, en cuanto vieron la intención de la gran empresa de hacer negocio con las renovables, se colocaron a la defensiva y empezaron a renegar de lo que siempre habían defendido. Si lo defendían las empresas, si las renovables se habían convertido en un objeto de negocio más del capitalismo, estas tenían que ser forzosamente malas. 

El mundo ecologista podría haber usado su memoria y su defensa histórica de las renovables para haberse situado como pioneros y visionarios de lo que hoy es ya inevitable, y lo habría capitalizado en las urnas. Podría haber superado tantas burlas y críticas y haber aprovechado su acierto y visión para situarse en una posición de altura moral que permitiese vencer las enormes resistencias que todavía enfrentamos y orientar así esta transición energética hacia una estructura más social y ajustada a su visión del mundo. Pero algunos han preferido hacer como Ortega durante la II República con un “no es esto, no es esto”, convertido para el caso en un “renovables sí, pero no así”, o “los tejados primero” o alguna de las frases que solemos escuchar y que no aportan alternativas, solo inmovilismo y resistencia, y eso en plena emergencia climática.

Personalmente, escuchar este tipo de cosas produce cierta amargura. La primera pregunta que me viene a la cabeza es: ¿Cuando defendían un mundo movido por renovables, de verdad pensaban que valdría con instalar energía solar en los tejados? ¿No se habían parado a hacer el cálculo de qué superficie se necesitaba para obtener la energía de una sociedad? Porque hace 30 años los consumos energéticos de los países occidentales eran incluso mayores y la eficiencia de las renovables de entonces era mucho menor que las actuales. Al leer cosas así, uno tiene la sensación de que algunos no entendían lo que estaban defendiendo.

Debemos perseguir la vieja utopía perdida del ecologismo desde el mayor de los pragmatismos porque no tendremos una segunda oportunidad de frenar lo que nuestra generación está obligada a frenar

La sensación parece confirmarse cuando se observa la dificultad de algunos para gestionar las contradicciones y conflictos que impone la emergencia climática, y su intención de solucionarlos ignorando las matemáticas. Generar la energía que necesitamos con energías renovables requiere destinar una pequeña parte del territorio a esta función, y esta realidad no desaparece por mucha proclama infantil que se haga sobre los tejados o sobre reducir el consumo. Sin ir más lejos, la propia Generalitat de Catalunya ha publicado recientemente la Prospectiva Energética de Catalunya 2050, donde se indica que habrá que destinar un 2,5% del territorio de Catalunya a la instalación de eólica y fotovoltaica, sin contar las instalaciones en tejado ni la eólica marina, y créanme que las estimaciones del estudio sobre la instalación de fotovoltaica en tejado son muy optimistas. Quizá la tecnología nos ayude a que estas necesidades sean algo menores, pero hoy en día esta es la realidad, nos guste o no nos guste.

Finalmente, la reducción de consumo se convierte en lugar común al que se recurre cuando acorralan los números. Pues bien, la prospectiva de la Generalitat de Catalunya ya contempla una reducción de consumo de energía final del 30% ¿Cuánto se pretende reducirla para no instalar renovables? ¿El 90%? Suerte con eso de decirle a la gente que va a tener el mismo consumo energético que sus bisabuelos. Y como no se puede lanzar ese mensaje, como eso es imposible de gestionar por una sociedad, se llega al estadio final: La profecía, decir que el consumo energético de la tierra es insostenible, que las renovables no pueden solucionarlo y que, o se les hace caso y se reduce el consumo energético al estándar comentado, o todo colapsará. Por supuesto, no hay ninguna evidencia de eso.

Entiendo que para mucha gente es difícil de aceptar que grandes multinacionales aparezcan convertidas en su propaganda en los adalides de las renovables, pero si el posicionamiento de alguien depende de la propaganda que hagan los demás es que está perdido, que sus convicciones son débiles o que es incapaz de actuar con el pragmatismo necesario para tomar decisiones. Y no creo que ninguna de las tres cosas hable bien de quien las padece. Y ante tal incapacidad, algunos parecen preferir defender posiciones indistinguibles a las de un tipo de conservacionismo tradicional y reaccionario, que hoy encarnan personajes como Marine Le Pen quien, por cierto, está pidiendo no solo la paralización de la instalación de renovables, sino incluso un plan de desmantelamiento de los aerogeneradores actualmente en funcionamiento en Francia. 

Como creo que mis convicciones no tiemblan, déjenme que les hable claro: Nuestra generación tiene una responsabilidad histórica que quizá no ha enfrentado otra en la historia de la humanidad. Nos estamos jugando transformar la era geológica de la tierra, acabar con el Holoceno que ha hecho nacer nuestra civilización, lo que condicionará a todas las generaciones que nos sucedan y a su modo de vida. Tenemos la obligación moral de enfrentar esta emergencia y la historia nos condenará si no lo hacemos. Y no solo la historia, lo harán las miradas de los niños que aún no han nacido cuando, en 30 o 40 años, nos pregunten mirándonos fijamente a la cara: “Abuelo ¿por qué no hicisteis nada si la ciencia os estaba diciendo lo que iba a pasar?”

Yo no sé ustedes, pero yo me niego a agachar la cabeza el resto de mi vida. Quizá fracasemos, quizá lo que pase en China, en África o donde sea haga inútil lo que hacemos aquí. Puede ser. Pero quiero ser capaz de levantar la cabeza, mirar a los ojos y decir que, si fracasamos, no fue por lo que hicimos o permitimos. Y sé que este estado de emergencia hará que a veces nos equivoquemos o no tomemos las mejores decisiones, pero prefiero equivocarme que ponerme a tocar el violín mientras se hunde el Titanic con la maliciosa satisfacción de quien desea que ocurran desgracias para decir después “ya lo dije yo”. 

Nadie ha hecho nunca una transición energética como esta y, por tanto, nadie está en posesión de la verdad. Nuestra obligación es escuchar a todo el mundo con humildad, reflexionar y cambiar de opinión si los hechos así lo sugieren. Pero nada de eso se puede hacer desde la parálisis ni ignorando la física. Debemos perseguir la vieja utopía perdida del ecologismo desde el mayor de los pragmatismos porque no tendremos una segunda oportunidad de frenar lo que nuestra generación está obligada a frenar. La súbita aparición de dos crisis adicionales a la climática, una energética y una geopolítica, relacionadas ambas con el consumo de combustibles fósiles, nos debería hacer entender las gravísimas consecuencias de la parálisis.  

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Pedro Fresco es director de Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana

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