Volver al cole

Francisco Javier López Martín

Comencé mi carrera como maestro sin tener título en aquello que llamaban repasos en la Escuela de Barbiana, creada por un curilla llamado Lorenzo Milani en los montes florentinos. Los repasos consistían en echarle horas extraescolares voluntarias y gratuitas para ayudar a decenas de chavalas y chavales a hacer los deberes y reforzar las materias esenciales en un barrio de alto fracaso escolar como Villaverde Alto.

No tendría yo más de 16 años y no había comenzado aún a estudiar Magisterio. Luego, cuando ya obtuve el título, pasé un breve tiempo en una academia, di clases durante un curso escolar en un colegio salesiano y comencé a dar clases al año siguiente en el colegio San Roque de Villaverde Alto, el colegio de la Unidad Vecinal de Absorción (UVA), eufemismo de los inestables prefabricados que sustituyeron a las precarias chabolas.

Inicio así el artículo, porque comencé a ejercer el magisterio en un barrio fronterizo, allí donde mi admirado Francisco Candel decía que la ciudad pierde su nombre, donde la pobreza era lo habitual. Los mismo lugares de cine donde Saura encontró algunas localizaciones para rodar su película Deprisa Deprisa. No parece que hubiera cambiado mucho mi barrio cuando años después León de Aranoa buscó localizaciones para alguna de sus películas como Princesas, o cuando ahora los productores de Entrevías decidieron grabar la serie en Villaverde.

Por mucho empeño que ponga el educador, todo conduce al fracaso, si la necesidad y el placer de aprender no existe. Y eso tiene que venir puesto de casa

Dediqué muchos años al sindicalismo madrileño y voy llegando a la edad en la que muchos piensan legítimamente en la jubilación como en una liberación, el descanso reparador tras una larga trayectoria profesional. A mí, sin embargo (tal vez me equivoque, como me ha ocurrido en muchas cosas en la vida), me parece que debo terminar por donde comencé, siendo aquello que nunca he dejado de intentar ser en la vida: un maestro.

No un profesor que enseña y llena las cabezas de sus alumnos de contenidos de los que es portador porque los aprendió en una alta institución llamada universidad. No, un maestro, aquel que allana los caminos y facilita el aprendizaje de otras personas, porque nadie aprende lo que no quiere y, por lo tanto, nadie enseña, sino que es el otro el que aprende.

El maestro incita, agita, remueve, inquieta, facilita, acompaña, ayuda, pero no puede enseñar a quien no quiere aprender. Ese es el misterio de la educación, de la enseñanza, del aprendizaje. Esa es la clave del aprendizaje, en todo momento. Por mucho empeño que ponga el educador, todo conduce al fracaso, si la necesidad y el placer de aprender no existe. Y eso tiene que venir puesto de casa.

Pueden cambiar las leyes educativas, puedes modificar los programas curriculares, quitar unas asignaturas y poner otras. Puedes modificar la EVAU, o la EBAU, según la Comunidad donde te examines. Puedes reforzar el sistema con más profesionales, con más recursos, nuevas tecnologías y aplicaciones.

El problema es que si la sociedad apuesta por el éxito, el egoísmo, el dinero y el poder, bajo cualquier fórmula, en lugar de incentivar el conocimiento, el intercambio, la solidaridad y el bien común. Si la fiesta insufrible e insostenible se impone sobre el esfuerzo y el disfrute de compartir un momento junto a otra persona, es imposible que el aprendizaje contribuya a cambiar la vida y sólo puede actuar como perpetuador de un mundo en descomposición que camina hacia su extinción.

Necesitamos de la educación, claro que sí, pero necesitamos ante todo de un modelo compartido de nueva sociedad, capaz de preservar la vida de todas las especies que poblamos el planeta. Necesitamos políticos valientes capaces de explicar y de liderar este proceso de austeridad que se avecina.

Necesitaremos buenos y generosos profesionales en muchos campos. Y necesitaremos de maestros que inciten, animen y ayuden a difundir y a aprender las ideas, los conocimientos, los valores y las habilidades necesarias para participar en este proceso, preservando la libertad, la igualdad y la solidaridad.

Me apetece continuar el camino de tantas maestras y maestros que me precedieron, este lugar de frontera en el que vivimos como especie. Por eso preparo mi vuelta al colegio. Por eso  no puedo perderme esta aventura en mi lugar en el mundo.

Ya sé que para algunos este artículo puede sonar un poco raro, acostumbrados a esta sociedad adocenada en la que hay que explicar lo evidente, pero como recitaba mi amigo vasco, Gabriel… Nosotros somos quien somos.

Y como cantaba mi amigo extremeño, Luis… agárrense que allá vamos.

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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.

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