Plaza Pública

Contra Vox vivíamos mejor

El líder de Vox, Santiago Abascal, interviene en la segunda y última sesión del debate de moción de censura presentada por su grupo parlamentario, este jueves en el Congreso.

Manuel Cruz

Tenía algo de perturbadora la especificación que aparecía en la declaración firmada en La Paz con ocasión de la toma de posesión del presidente de Bolivia el pasado 8 de noviembre. La iniciativa, según parece promovida por Pablo Iglesias, fue apoyada entre otros por el presidente argentino, el peronista Alberto Fernández, así como por Evo Morales, Rafael Correa, Alex Tsipras o José Luis Rodríguez Zapatero, y en ella se advertía, según las notas de prensa publicadas, acerca de los peligros del “golpismo de la ultraderecha”.

La introducción de la especificación “de la ultraderecha” introduce objetivamente una duda acerca del sentido de la fórmula escogida: ¿hemos de estar alerta ante dichos peligros por su condición de golpistas o por proceder de la extrema derecha? ¿Debe preocuparnos lo que tiene de amenaza para la democracia o de amenaza para los presuntos intereses de las clases populares, defendidos, a veces tan solo presuntamente también, por determinadas formaciones políticas que se reclaman de la izquierda? ¿Qué problema hubiera habido en proponer un manifiesto o declaración contra cualquier forma de golpismo, por lo que tiene de ataque frontal a la democracia? ¿O es que se pretende deslizar la idea de que en eso de los golpismos, como en tantas otras cosas, también hay grados y los hay más o menos reprobables, según el signo político del que los lleve a cabo?

Tal vez haya quien piense que considerar perturbadora la formulación anterior resulta exagerado, una muestra de lo que un castizo llamaría coger el rábano por las hojas, transformando la anécdota en categoría, o lo accidental y secundario en esencial y principal. Aceptaría el reproche si no fuera porque llueve sobre mojado y son abundantes las muestras de que un sector de nuestra izquierda (por supuesto que también de la derecha, pero eso lo podemos dejar para otro rato, que ahora andamos justos de tiempo) tiene serios problemas, vinculados a su propia historia, con lo que genéricamente podríamos denominar cultura democrática o, más en concreto, tradición democrática liberal, cosa que emerge a la superficie del discurso no solo en ocasiones como la comentada, sino en muchas otras.

Por no irnos demasiado lejos en el tiempo, baste con mencionar como argumento de refuerzo de lo que estamos planteando el debate sobre la moción de censura presentada por Vox hace escasas semanas. Dicho debate venía precedido, como se recordará, de múltiples declaraciones públicas e intervenciones parlamentarias por parte de sectores de la izquierda en las que se le reprochaba al conjunto de partidos situados a la derecha del arco parlamentario su preocupante posición política. La preocupación, como es sabido, derivaba del hecho de que hubieran aceptado, en las autonomías en las que gobernaban, acuerdos con una fuerza tan dudosa desde el punto de vista democrático como la que terminó presentando la moción. A esta rotunda y completa descalificación solía seguir la manifestación expresa de un deseo, en apariencia impecablemente bienintencionado: ojalá ustedes cambien algún día, añadían estos críticos, y se comporten como algunos de sus colegas europeos. A continuación, aludían indefectiblemente al político o política de derechas (de preferencia, a Macron o a Merkel, cuando no al mismísimo Fondo Monetario Internacional) que en esos días hubiera hecho la declaración más coincidente en apariencia con sus posiciones.

Pero hete aquí que en dicho debate el líder del PP decidió, de manera sorprendente para muchos, adoptar una posición inequívoca de rechazo, no solo a la concreta iniciativa de Vox que se estaba debatiendo, sino a todo lo que esta fuerza política representa en relación con la democracia. Alguien, sin duda despistado, podría pensar que semejante volantazo por parte de Pablo Casado sería bien recibido por todas las fuerzas políticas que respaldan al Gobierno, las cuales, por fin, verían al principal partido de la oposición entrar en razón, por lo que saludarían, alborozadas, el abandono de unas posiciones que no hacían otra cosa que deteriorar la vida democrática. Como mucho, ese mismo despistado podría comprender que aquellas mismas fuerzas, tras celebrar la nueva posición conservadora, mostraran un cierto y comprensible escepticismo en tanto no se pasara de las meras declaraciones parlamentarias a los hechos.

Sin embargo, la reacción de Pablo Iglesias no fue esa. Tras una concesión retórica y protocolaria a la calidad del discurso de Casado, descalificó por completo la propuesta de este con el argumento, ciertamente llamativo (como si no supiera o no quisiera cambiar la intervención que traía preparada), de que llegaba demasiado tarde. Como no consta que en ninguna intervención anterior el actual vicepresidente segundo del Gobierno hubiera aludido a la existencia de un plazo perentorio para que el PP modificara sus posiciones, parece tan legítimo como lógico preguntarse: demasiado tarde ¿para qué? O, tal vez sobre todo, ¿por qué? Y dado que a simple vista parece que siempre es de celebrar que alguien haga propósito de enmienda de sus errores anteriores, cabe preguntarse: ¿qué hay de irreversible en los perjuicios que la actitud mantenida hasta el momento por estos conservadores haya podido provocar? ¿Acaso no estamos a tiempo de alcanzar acuerdos en aquellos asuntos que la actitud ahora supuestamente abandonada por Casado había mantenido bloqueados?

Se diría que hay una izquierda que tan solo está dispuesta a alcanzar acuerdos con una derecha moderada si tienen como único objetivo combatir a una derecha extrema, pero no para ninguna otra cosa. O, quizá mejor dicho, que clama por esos acuerdos mientras que dicha derecha es reticente a los mismos, con el claro propósito de dejarla en evidencia, pero que le incomodan profundamente cuando es ella la que se los ofrece. A ver si todavía les va a tocar a algunos actualizar la vieja e irónica consigna de Manuel Vázquez Montalbán: “contra Franco vivíamos mejor”, reformulándola como “contra Vox vivíamos mejor”.

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Manuel Cruz es catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona y senador por el PSC-PSOE en las Cortes Generales. Su último libro se titula "Transeúnte de la política" (Taurus).

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