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Muros sin Fronteras

La propiedad del derecho a morir dignamente

Los talibanes prohibieron el vuelo de las cometas, además de la música, el cine y los tacones en las mujeres porque su sonido invitaba al hombre al pecado. Las cometas representaban un desafío intolerable, además de una perdida de tiempo. El cielo es patrimonio exclusivo de Dios y de las criaturas creadas por él para su mayor gloria.

¡Vaya tontería!, exclamamos desde una superioridad primermundista que nos permite ver en las celebraciones religiosas de los demás, sean chiíes, suníes, hindús, sijs, etc, lo que no vemos en las nuestras. Nos escandaliza el fanatismo de la fiesta de la Ashura, pero vemos normal la agitación que preside el salto de la reja con la virgen del Rocío.

Sobre las cometas, les recomiendo este En Portada de TVE: Las cometas vuelan sobre Kabul de José Antonio Guardiola con realización de Susana Jiménez.

Las religiones ocuparon los espacios emocionales y mentales del hombre antes de la existencia de la ciencia. Donde había oscuridad y miedo surgieron los mitos y los dioses, las explicaciones de dónde venimos y a dónde vamos. Los vigilantes de la infalibilidad de los mitos convirtieron las metáforas en hechos incuestionables bajo pena de muerte. La Razón a través de la ciencia ha devuelto la mayoría de las explicaciones mágicas sobre la creación del mundo al terreno de la poesía. El choque es inevitable, está en juego el monopolio de la verdad.

También está en juego el monopolio de lo que es la vida y lo que es la muerte. Convertirla en una puerta a lo desconocido, en la antesala de un premio o un castigo eterno sin derecho de revisión de pena, ha generado en la cultura judeocristiana una negación de la muerte. Somos una sociedad de inmortales que se mueren. En esto, los budistas nos llevan mucha ventaja.

Las fiestas religiosas, su expresión callejera, forman parte de la pertenencia al grupo. Hasta la Revolución francesa no había vida, ni salvación eterna, fuera del grupo y de la obediencia a la jerarquía. Las jerarquías apuntalaban a un poder terrenal absoluto y despótico en cuyos beneficios participaban con exclusivas en educación y el negocio de la fe. Cualquier intento de corregir el viejo orden conducía al patíbulo primero y al infierno después.

El siglo de las Luces, y la Razón como motor del pensamiento, inventaron la individualidad, su valor intrínseco separado de la tribu. Defendían la posibilidad de vivir fuera de la obediencia sumisa. La pérdida del control de verdad se debe al avance de la ciencia y a los científicos, de su capacidad de presentar hechos probados. Hablamos de la redondez de la Tierra, del giro de los planetas alrededor del Sol, la evolución de las especies o el Big Bang. Y aún así hay resistentes que prefieren el relato de la creación en siete días (con uno de descanso).

Se ha avanzado tanto que el poder religioso cristiano siente el vértigo de la inexistencia de Dios y de su futura irrelevancia como fuerza política y moral. Es un error porque la ciencia no podrá jamás reemplazar la conexión de cada individuo con sus creencias. Se pierde poder político, pero se gana influencia ética. El papa Francisco y el Dalai Lama serían ejemplos.

El laicismo nació como propuesta de encuentro, un espacio en el que la sociedad democrática se organiza desde unas normas comunes en las que la clave es la eficacia de las instituciones. Leyes que permitan la convivencia de diversos credos, pero sin que los credos puedan imponer sus normas a la totalidad de la sociedad. Para la Iglesia católica, el laicismo es la bicha.

La iglesia esgrime la libertad religiosa cuando es un oxímoron.

En un Estado laico, el divorcio es una opción legal para el conjunto de la ciudadanía, no una obligación para nadie que no quiera divorciarse. Como lo es el aborto y debería serlo también la eutanasia, convertida en la última frontera de resistencia, al menos en España. La Iglesia también batalló contra el matrimonio civil. En este caso, el asunto era económico.

Versión corta de un debate apasionante: ¿estaríamos mejor sin religión?

Versión completa:

En el fondo, el debate es el mismo que el de las cometas de los talibanes. La jerarquía católica niega al poder civil, democráticamente elegido, la capacidad de competir con su dios y dejar en manos de las personas, con todas las cauciones legales que se quiera para evitar abusos, la decisión de cuándo morir.

La palabra eutanasia procede del griego: eu (bien) y tanathos (muerte), la buena muerte.

El diccionario de la Real Academia recoge dos acepciones: “intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura”. Dos: “muerte sin sufrimiento físico”.

¿Cuál es el problema? El problema es el poder: quién tiene la capacidad de decidir. La Constitución española establece en su artículo 16.3 la aconfesionalidad del Estado. No hubo en los años setenta capacidad de ir más lejos. Esta aconfesionalidad se incumple de manera sistemática. La Iglesia ha aprovechado los vacíos legales para inmatricular bienes de todos en beneficio propio, como la Mezquita de Córdoba. Es una involución, una relectura de las desamortizaciones. Habrá que volver sobre ellas.

Sorprende en el asunto de la eutanasia que el PSOE sea tan timorato, que apoye la sedación que es una eutanasia con sordina, un sinónimo. Sorprende que no se atreva a entrar a fondo en un asunto que cuenta con el apoyo masivo de la población. Según el CIS, el 77,5% de los españoles está total o bastante de acuerdo en que se regule la ayuda a morir. La última encuesta de Metroscopia eleva ese apoyo al 84%.  

Según una encuesta publicada por The Economist, España es el cuarto país más favorable a la muerte digna después de Bélgica, Francia y Holanda.

La eutanasia es legal en Holanda, primer país en legalizarla, Bélgica, Luxemburgo, Suiza y en cinco Estado de EEUU. El 3,9% de las defunciones en Holanda proceden de eutanasia. Hablamos de 5.516 personas. Sobre este asunto hay mucha literatura y mucho cine, les recomiendo Las invasiones bárbaras de Denys Arcand.

Tráiler:

Completa:

La Conferencia Episcopal Española trata el tema bajo el epígrafe “defensa de la vida”. En el apartado VI 90 dice: “Para los católicos, la eutanasia, como cualquier otra forma de homicidio, no sólo es un ataque injustificable contra la dignidad humana, sino también un gravísimo pecado contra un hijo de Dios”.

El Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México es más preciso: “La Sagrada Escritura es clara al señalar que la vida es un don de Dios y solo Él tiene poder para darla y quitarla. Bajo esta idea, toda persona, institución o gobierno deben hacer todo lo posible para ayudar a conservar la vida propia y la de los demás”.

En el fondo el debate es el mismo desde hace siglos, ¿qué prima, las leyes aprobadas por un gobierno elegido en las urnas o el llamado Derecho Natural. La iglesia condenó el liberalismo, el socialismo, los derechos humanos, el divorcio, el aborto. Defiende la vida, pero no la calidad de la vida ni se enfrenta, como institución, al maltrato de un sistema depredador que desprecia la vida de los más pobres.

Si quieren enfadarse lean Sin Alma (Galaxia Gutenberg) de Andrés Ortega. No trata de la eutanasia, sino de la invasión de la intimidad de un individuo que se enfrenta a la muerte, que es enfrentarse a su vida ya vivida.

España, un extravío ético

Sobre el derecho a decidir qué tipo de vida y qué tipo de muerte les recomiendo Desaparecer de sí (Siruela) de David Le Breton.

Sobre el miedo a la muerte, Mirar al sol (Booket) de Irvin Yalom

¿Y los talibanes? Bien gracias.

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