5A | Elecciones en el País Vasco y en Galicia

5A: De la apuesta ganadora del PNV a los riesgos que afronta el PP de Feijóo

El lehendakari, Iñigo Urkullu, y el presidente de la Xunta, Alberto Núlñez Feijóo.

Galicia ha elegido desde 1981 diez parlamentos y siempre, en todas las convocatorias, la derecha se ha impuesto con un margen tan amplio que le ha permitido gobernar 33 de los 39 años transcurridos desde la restauración de su autonomía. Sólo ha perdido la Xunta cuando la oposición ha sido capaz de romper la mayoría absoluta conservadora.

Las únicas dos excepciones a la regla general del dominio de la derecha son el Gobierno bipartito PSdeG-BNG presidido por Emilio Pérez Touriño (PSdeG), entre 2005 y 2009, y el Ejecutivo tripartito (PSdeG-Coalición Galega-PNG) de Fernando González Laxe que alcanzó la Presidencia en 1987 tras una moción de censura y se mantuvo dos años en el poder hasta la llegada de Manuel Fraga.

La figura del exministro franquista dominó la política gallega entre 1989 y 2005: 16 años y cuatro mayorías absolutas consecutivas. Su sucesor, Alberto Núñez Feijóo, ha protagonizado los últimos once, así que entre los dos suman un cuarto de siglo largo de gobiernos del PP apoyados en mayorías absolutas.

Tanto Fraga como Feijóo iniciaron sus mandatos con mayorías absolutas obtenidas por la mínima —38 de 75 escaños— para después ir ampliando sus márgenes. El primero llegó a disfrutar de 43 diputados (1993) y hasta en tres ocasiones (1993, 1996 y 2001) consiguió superar la barrera del 52% de los votos. Feijóo no ha conseguido (todavía) superar esas cifras, que la fragmentación política hace hoy difícilmente repetibles, pero ha estado muy cerca: 41 escaños en 2012 y 2016 y un 47,5% de los votos en las elecciones celebradas hace cuatro años.

Feijóo sí igualará a su antecesor si consigue una cuarta mayoría absoluta consecutiva. O si la pierde pero Vox entra en el Parlamento y el sucesor de Fraga decide llegar a un acuerdo con la extrema derecha. La entrada del partido de Santiago Abascal en la Cámara gallega es una posibilidad remota, a la vista de las encuestas, pero real. Si los ultras repitieran su resultado de noviembre tendrían garantizada la representación, pero los gallegos votan de manera muy diferente cuando lo que está en juego es el Gobierno de España en vez del Gobierno de Galicia.

Un buen ejemplo es lo que ocurrió en 2016. Entre las generales y las gallegas de ese año pasaron sólo tres meses pero fueron suficientes para que en ese período el PP incrementase su porcentaje de voto en 6,5 puntos y el BNG en otros 5,5, mientras el PSOE retrocedía 4,2 y Podemos y sus confluencias 2,2.

La última vez que los gallegos votaron, en las generales del pasado 10 de noviembre, el PP volvió a ser la fuerza más votada, pero se quedó en un 31,9% de los votos, apenas seis décimas por encima del PSdeG. El resultado no es alentador para los conservadores pero está muy lejos de anticipar lo que va a ocurrir el 5 de abril.

El análisis de diez elecciones autonómicas en Galicia demuestra dos cosas: las mayorías absolutas del PP necesitan, para hacerse realidad, reunir todo el voto del centro derecha para sumar un porcentaje de voto superior al 46% o, por debajo de esa cifra, que la oposición se presente dividida. Es lo que sucedió en 1989, cuando Fraga logró imponerse con el 44,2%, o en 2012, cuando Feijóo apuntaló su mayoría con un 45,8%. En el primer ejemplo fueron cuatro las candidaturas de la oposición que obtuvieron escaños (PSdeG, Coalición Galega, BNG y Esquerda Galega) y en el segundo tres (PSdeG, BNG y Alternativa Galega de Esquerdas). La prueba de lo contrario tuvo lugar en 2005, cuando Fraga perdió la mayoría absoluta a pesar de haber conseguido un porcentaje mayor que en 1989 (45,8%).

Esta vez todo apunta a que Feijóo se moverá al límite del listón que le garantiza la mayoría absoluta —ese 46%— pero, aunque baje un poco, cuenta a su favor con la división de su adversarios: enfrente habrá, como mínimo, tres candidaturas con posibilidades de obtener representación (PSdeG, BNG y la lista que previsiblemente reunirá a Podemos, Esquerda Unida y Anova). De hecho, la última encuesta publicada hace dos semanas por La Voz de Galicia pronostica al PP mayoría absoluta con apenas el 43% de los votos, gracias a la división del voto progresista (47%) en tres candidaturas. Eso suponiendo que al final no sean cuatro, en el caso de que Galicia en Común (Podemos y EU) no alcance un acuerdo con Anova —una escisión del Bloque—.

La única preocupación de Feijóo es que ni Vox ni Ciudadanos consigan escaño pero resten al PP, en conjunto, entre cinco y seis puntos porcentuales. Es en ese escenario en el que su mayoría absoluta estaría amenazada.

La izquierda en Galicia, nacionalista y no nacionalista, se mueve normalmente en torno al 40% de los votos. El PSdeG es, por regla general, el líder de la oposición: ha conseguido ocupar ese puesto en siete de las diez convocatorias celebradas hasta la fecha. En dos ocasiones (1997 y 2001), sin embargo, el BNG se situó por delante y en las últimas elecciones celebradas fue el espacio alternativo construido en torno a Podemos, Esquerda Unida y Anova (En Marea) el que se hizo con el simbólico liderazgo de la oposición.

Esa es la clave de las elecciones en Galicia: el voto de la derecha lleva décadas unificado en torno a una sola candidatura y el de la izquierda no. Y eso ha marcado históricamente la diferencia en una comunidad en la que además las provincias con menos población urbana y con mayor peso del voto conservador —Lugo y Ourense—mantienen una clara sobrerrepresentación parlamentaria en perjuicio de las más pobladas —A Coruña y Pontevedra—.

Territorio PNV

En Euskadi el que siempre gana las elecciones es el PNV. Así lleva ocurriendo desde 1980 en todas y cada una de las once convocatorias que se han celebrado para elegir el Parlamento Vasco, en las que las preferencias de los electores han dado como resultado una Cámara siempre fragmentada en la que nunca ha habido menos de cinco partidos representados. La consecuencia es que, a diferencia de Galicia, en el País Vasco ningún partido ha conseguido nunca mayoría absoluta, lo que ha hecho de la cultura del pacto la norma de la política vasca en un Parlamento en el que, para hacer aún más complejo el modelo electoral, cada territorio —Bizkaia, Gipuzkoa y Araba— tienen la misma representación (25 diputados) a pesar de sus diferencias de población.

La segunda pauta que revelan las elecciones autonómicas vascas es el dominio casi permanente de las formaciones nacionalistas e independentistas, que siempre han tenido mayoría absoluta de escaños en la Cámara de Vitoria, con una única excepción: en 2009 los nacionalistas —PNV, Aralar y EA— se quedaron en 35 escaños, en gran parte debido a la prohibición de todas las candidaturas abertzales que el Supremo anuló en aplicación de la Ley de Partidos.

El Partido Socialista de Euskadi (PSE) aprovechó esta circunstancia para unir sus 22 escaños —el mejor resultado histórico de los socialistas vascos— a los 13 del PP y convertir a Patxi López en lehendakari, el único no nacionalista que ha ocupado el cargo hasta la fecha. El PSE, sin embargo, no aprovechó la oportunidad: en 2012 López sólo consiguió 16 escaños y el PP diez. Aquellas elecciones, las primeras tras el abandono definitivo de la violencia de ETA, dieron a EH-Bildu su mejor resultado, 21 diputados, y devolvieron al PNV la Lehendakaritza, que pasó a ocupar su actual inquilino, Iñigo Urkullu.

El liderazgo político del PNV nunca se ha visto realmente amenazado, a pesar de que tuvo que afrontar durante quince años —entre 1986 y 2001— las consecuencias de la escisión encabezada por quien fuera su lehendakari en las dos primeras legislaturas. Carlos Garaikoetxea fundó Eusko Alkartasuna (EA) y disputó el espacio electoral a su antigua formación arrebatándole entre trece y seis escaños en las cuatro elecciones celebradas en ese periodo. EA y el PNV pusieron fin a la división en las elecciones de 2001 —con el fin de cerrar paso a un posible acuerdo poselectoral entre PSE y PP—, se presentaron juntos y eso supuso su mejor resultado hasta la fecha: 33 diputados.

La coalición PNV-EA se repitió en 2005 —con peores resultados: perdieron cuatro escaños— y en 2009, fecha en la que alcanzaron los 30 diputados. Eusko Alkartasuna se escoró a partir de 2012 hacia la izquierda, se presentó primero en solitario y acabó asimilándose con la izquierda abertzale.

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La evolución de EH Bildu también será muy relevante. Las de abril serán las primeras elecciones a las que se presenten con ETA ya disuelta pero con su líder —Arnaldo Otegi— todavía inhabilitado y habiéndose convertido en la única referencia de la estrategia del unilateralismo independentista en Euskadi. La izquierda abertzale ha cosechado sus mejores registros electorales desde que ETA dejó de matar (21 escaños en 2012, 18 en 2016 y, según las encuestas, entre 17 y 19 el 5 de abril).

Todo apunta a que el día de las elecciones se mantendrá el statu quo. En la última legislatura PNV (28 escaños) y PSE (9) han gobernado en coalición pero con ciertas dificultades: a la suma de las dos fuerzas les faltaban un escaño para tener mayoría absoluta. De hecho, los últimos presupuestos han tenido que sacarlos adelante con el concurso de Elkarrekin Podemos (11 diputados).

Esto cambiará en las próximas elecciones si se cumplen los pronósticos, que apuntan a un incremento de escaños del PNV, que superará la treintena, y a un avance significativo del PSE, que puede estar en torno a los 12. De confirmarse estos sondeos, la coalición PNV-PSE, con Urkullu a la cabeza, podrá encarar plácidamente la legislatura que viene, apoyada en una sólida mayoría absoluta por encima de los 40 diputados.

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