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"Ahora seré yo quien le abrace": los siete de Pajares vuelven a casa tras 64 años encerrados en Cuelgamuros

De izquierda a derecha: Fausto Canales, Rosa Maroto, Carmen Sanz, Ignacia Blázquez y Juan Luis González.

Jueves, 20 de agosto de 1936. Un grupo falangista irrumpe de madrugada en varias casas de Pajares de Adaja, un pequeño municipio de la provincia de Ávila. En una de ellas, Pedro Ángel Sanz duerme junto a su familia. Tiene 34 años. Y no es más que un simple jornalero vinculado a la Casa del Pueblo de la localidad. Rápidamente, el comando le agarra y le conduce hacia la oscura calle. "Nada he hecho, nada tengo que temer", repite mientras le sacan de casa. Sin embargo, Pedro nunca volvió a ver a su mujer y tres hijos. Aquella cuadrilla le asesinó a sangre fría. E hizo desaparecer el cuerpo. Pero ahora, el jornalero regresa a casa con los suyos. Ochenta y siete años después de su desaparición. Y tras más de seis décadas metido en una caja del Valle de Cuelgamuros.

Fausto Canales también tiene clavado en lo más profundo de su ser esa madrugada de verano de 1936. Apenas tenía dos años cuando la cuadrilla falangista le sacó de la cama y se llevó a su padre. Se llamaba Valérico Canales. Y era también jornalero, uno de los muchos que se partían el lomo día tras día en el campo para llevar a la mesa un plato de comida. "Humilde, trabajador, honrado. No había cometido delito alguno. Sólo era un sindicalista de la UGT que defendía los derechos de los trabajadores", cuenta al otro lado del teléfono su hijo, que se ha pasado media vida batallando para recuperar sus restos.

Pero Pedro y Valérico no fueron los únicos. La misma suerte que ellos corrieron, aquella noche, otros cinco vecinos de la localidad abulense: Román González, Celestino Puebla, Emilio Caro, Víctor Blázquez y Flora Labajos. El primero de ellos era ganadero y teniente de alcalde cuando fue asesinado. El segundo, regentaba una tienda de ultramarinos. "Tenía una muy buena relación con los campesinos, a los que fiaba sus productos si no podían pagar", cuenta en conversación con infoLibre Rosa Maroto, su sobrina-nieta. Tienda por la que, con seguridad, pasaban con sus útiles de labranza Emilio y Víctor. O Flora, ama de casa que hacía de costurera por encargo.

Los siete de Pajares, como se conoce a este grupo, han sido las primeras víctimas republicanas exhumadas del Valle de Cuelgamuros, ese mausoleo que el régimen franquista levantó en plena sierra de Guadarrama para, según se recogió en el decreto de 1940, "perpetuar" la "memoria" de quienes "cayeron" en la "gloriosa Cruzada". Todos ellos, cuentan las familias, están ya identificados genéticamente. El último, Celestino Puebla, el regente de la tienda de ultramarinos, esta misma semana. "Al no haber tenido descendencia, su identificación ha sido la más complicada", cuenta su sobrina-nieta, quien ha aportado las muestras necesarias.

Los restos rescatados de la que durante décadas fue la tumba del dictador serán devueltos el domingo a las familias en un acto institucional al que acudirán, entre otros, el ministro de la Presidencia en funciones, Félix Bolaños. "¡Va a ser histórico!", dice exultante al otro lado del hilo telefónico Carmen Sanz, nieta de Pedro Ángel. La victoria pone fin a dos décadas de lucha. "Ha sido un proceso durísimo, frustrante en muchas ocasiones", recuerda Juan Luis González, nieto del teniente de alcalde asesinado. "Pero, al final, fructífero", completa el hijo de Valérico, quien celebra la actitud decidida del Gobierno y agradece el buen hacer del equipo de expertos que trabaja en Cuelgamuros.

Un largo camino que ambos iniciaron a comienzos de siglo. "En cuanto me jubilé en el 2000, me dediqué a investigar sobre el tema para intentar llenar ese vacío que tenía", explica Canales. Fue así como descubrieron que los siete habían sido asesinados en un paraje del término municipal de Aldeaseca. Y que luego sus cuerpos fueron arrojados, por orden de los falangistas, a un pozo en desuso que se encontraba en una tierra de labranza. Con mucho esfuerzo, las familias lograron localizar aquel agujero. Y allí, a varios metros bajo tierra, se toparon con algún resto humano suelto. "También había un dedal, lo que indicaba que allí había estado también una mujer [Flora]", completa González.

La caja 198

Pero en aquella intervención no se encontró mucho más. Básicamente, porque las víctimas habían sido extraídas del pozo décadas antes. Ocurrió en marzo de 1959. Por aquel entonces, el Valle de Cuelgamuros estaba a punto de ser inaugurado. Y ante la dificultad para rellenar las criptas, la dictadura comenzó a enviar al mausoleo restos de las fosas comunes. Solo en aquel año, según las cifras de Patrimonio Nacional, fueron inhumados allí 11.329 cuerpos. Entre ellos, los de los siete de Pajares. Estos últimos se colocaron, junto con cinco personas más de Navalmoral de la Sierra (Ávila), en una caja con el número 198, que se colocó en el nivel cero de la Capilla del Santo Sepulcro.

Por esa planta baja fue por la que el Gobierno inició a comienzos de junio, una vez superada la ofensiva en los tribunales de algunos grupos ultras, la búsqueda de más de un centenar de personas inhumadas en el mausoleo. Un trabajo de gran complejidad que, sin embargo, no tardó en dar sus primeros frutos. Cuando no había pasado ni un mes, cuatro de los vecinos de Pajares de Adaja ya habían sido identificados. Y luego llegó la confirmación de los otros tres. Ignacia Blázquez, nieta de Víctor Blázquez, recibió la llamada del secretario de Estado de Memoria, Fernando Martínez, hace una semana. "Me emocioné muchísimo", cuenta al otro lado del teléfono.

La vuelta a casa de los siete republicanos pone fin a un dolor que durante décadas se llevó en silencio en el seno de la mayoría de estas familias de Pajares de Adaja. Lo resume muy bien Blázquez: "Mi padre me contó la historia del abuelo en 1995, seis meses antes de fallecer". Un silencio al que también hace alusión Sanz: "En las casas era algo de lo que no se hablaba. Todo eran llantos y silencio". O Maroto: "El silencio era sepulcral". No fue este, sin embargo, el caso de Fausto. El hombre, que roza los 90 años, cuenta que sus abuelos, que fueron quienes criaron a él y a su hermano mientras su madre servía en una casa, siempre les hablaron de lo que había ocurrido.

"Del pueblo se lo llevaron y al pueblo debía volver"

Aquella noche, la cuadrilla falangista dejó seis viudas, un viudo y más de una veintena de huérfanos. Familias que tuvieron que tirar hacia delante como buenamente pudieron. Sanz y Blázquez cuentan que los suyos tuvieron que vivir de la caridad. La viuda de Román González, por su parte, continuó repartiendo leche. Y la abuela de Maroto siguió regentando la taberna. Aquella por la que desfilaban los mismos verdugos que habían arrebatado la vida a su hermano Celestino o a su marido Ángel Maroto, alcalde del pueblo cuando se produjo el golpe de Estado y cuyos restos la familia aún no ha podido localizar.

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Un capítulo traumático que se cerrará este domingo en el cementerio de Pajares. En concreto, en el monolito que las familias levantaron hace dos décadas y en el que se encuentran depositados los restos que en su momento quedaron en el pozo. "Tengo la satisfacción del deber cumplido, un deber que sale de las entrañas. Cuando era pequeño, él estuvo ahí, acariciándome y abrazándome. Ahora, seré yo quien le abrace", resalta Fausto Canales. "Del pueblo se lo llevaron y al pueblo tenía que volver, con los suyos", señala Blázquez. "Lo único que queremos es dignidad y que todos conozcan estas historias para que no vuelvan a repetirse", completa Maroto.

Carmen Sanz, por su parte, suspira cuando se le pregunta por el acto institucional, en el que también se hará entrega de los restos de los cinco vecinos de Navalmoral de la Sierra, tres de ellos ya identificados –Gregorio Pérez, Raimundo Meneses y Rito Martín–. Tras eso, deja pasar unos segundos antes de responder. Lo hace emocionada, acordándose de su madre o de su tío. De todo lo que sufrieron con el asesinato de su padre, Pedro Ángel Sanz. De todas las penurias que tuvieron que pasar. Y de que no van a poder ver el regreso del jornalero al pueblo.

–El domingo va a ser un día triste y feliz al mismo tiempo. Cuando acabe, sentiré alegría. Y me iré directa a la tumba de mi madre, que se encuentra a escasos metros, para decirle: "Lo he logrado".

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