Ana Rivero, taquígrafa del Congreso: “Las sesiones de control se han convertido en un plató de televisión”

Ana Rivero contesta al otro lado del teléfono con un entusiasmo contagioso y una serenidad que contrasta (y mucho) con el clima de su antiguo lugar de trabajo: el Congreso de los Diputados. Con la cercanía de una amiga de toda la vida, confiesa entre risas, que se había olvidado de la entrevista. Normal. Tras su aparición en La Revuelta, el éxito de su libro ha sido tal, que ya no recuerda con cuantos medios ha hablado: “Broncano se esperaba encontrar una señora vieja y con el pelo blanco y no una señora que le vacilara”, explica ella misma. 

Rivero ha sido testigo de la historia, un privilegio del que se siente orgullosa, y también una de las principales autoras del documento más importante en la política española: el Diario de Sesiones. Junto con la periodista Ana I. García ahora escribe sobre su propia vida en Luz y Taquígrafa. En el libro, publicado por Plaza & Janés, cuenta desde sus inicios en el Cuerpo de Redactores Taquígrafos y Estenotipistas, solo seis meses antes de la muerte de Franco, hasta su último día, hace poco más de un año. 

Después de estar tantos años trabajando en el Congreso ¿Echa de menos la vida parlamentaria?

Lo único que echo de menos es estar con mis compañeras, pero vivo tan cerca de la Cámara que puedo bajar a tomar un café con ellas. El trabajo no tanto. Estoy muy feliz, tengo una vida super interesante con un montón de actividades que antes no podía hacer. El Congreso tiene un horario muy rígido y nosotras dedicamos muchísimas horas.

¿Por qué ha escrito este libro?

Antes que nada, por amor a mi profesión. Es un oficio que la gente no conoce. También hay quien piensa que no somos necesarias si ya todo se graba en vídeo y audio. También es un canto de amor a mi familia y a mis padres, que han tenido una vida muy dura. Además, quiero que en 20, 40 o 50 años cualquiera pueda decir “pues fijate cómo se vivía hace un tiempo”. Desde mis experiencias cuento también cómo se ha transformado la sociedad y sobre todo cómo ha cambiado el papel de la mujer. 

Con el avance de las tecnologías y la IA, que permite tergiversar o inventar declaraciones de políticos ¿no cobra la taquigrafía otro sentido?

Claro, es más necesaria ahora que nunca. La visión humana es vital para entender lo que pasa. Siempre será imprescindible la presencia de un compañero que esté presente y compruebe todo.

Lo vivimos con la pandemia del coronavirus. Todo el mundo se fue a su casa y nos tuvimos que organizar muy deprisa, hasta había gente que no tenía ordenador. Pero yo le dije a la jefa del departamento: "No te preocupes, yo vengo aquí todos los días que haga falta". Y me pidió estar un mes entero sola. Ocurren muchísimas cosas en el Congreso que no se ven con la cámara de televisión y que el taquígrafo sí las ve y las puede recoger. 

En las sesiones de control es cada vez más habitual el uso del insulto para atacar al adversario político, usted está pendiente de todo lo que sucede ¿ha notado la escalada en violencia verbal?

Los improperios o palabras malsonantes las ponemos en negrita. Hace 50 años no había negritas, ni hace 30, ni 40. Desde hace un tiempo prácticamente todos los diarios de sesiones están llenos de este tipo de letra. Tanto que incluso ha habido una iniciativa del grupo socialista diciéndole a la presidenta que eso es una locura. Hay un código de conducta que se aprobó en el 2020 para todos los diputados, por el que se comprometen a ser responsables, transparentes y respetuosos. No lo cumplen. 

¿Se ha perdido ese saber estar que menciona en su libro, propio de políticos como Adolfo Suarez o Peces-Barba?

La sociedad está polarizada y el Parlamento es reflejo de la sociedad. Es una polarización brutal, y el diputado o la diputada que no se presta a ese juego, que no insulta, que es respetuoso, pues ese no consigue atención. Ahora lo que hay es un plató de televisión, en cinco minutos tienen que mostrar, decir algo, enseñar algo para captar la atención del público, y claro, así no se puede gobernar.

¿Cree que la ciudadanía al final se queda sólo con los discursos y no con las políticas que adoptan los políticos?

Sí, pero los discursos últimamente están deslavazados. No son profundos, no hacen un análisis, pero es un poco reflejo de la sociedad. Las personas no tienen tiempo de informarse a fondo. Entonces hay que reducir los tiempos, sacrificando el análisis o la profundidad.

¿El ambiente fuera de cámara es tan irrespirable como parece?

Antes no era así y podías ver a diputados de diferentes formaciones políticas desayunar juntos, tomarse un café, pero ahora eso es cada vez más imposible. Hacen un discurso, se levantan y se van, y ya no socializan ni hablan ni nada.

Cuando Peces-Barba fue presidente del Congreso tuvo una costumbre muy sana y muy democrática, que fue juntar al presidente del gobierno y al líder de la oposición, en aquel entonces Felipe González y Fraga, para que comieran una vez al año, por lo menos. A mí me parece maravilloso porque ¿cómo es posible que el actual presidente de gobierno y el líder de la oposición lleven dos o tres años sin hablarse? Es alucinante.

Muchas veces se critica a los políticos por estar demasiado desapegados de la ciudadanía. ¿Hay algo de verdad en esto?

Si, y les está afectando sobre todo de cara a la juventud. La gente joven está desapegada de la política porque se sienten ajenos, no solo por lo que dicen los políticos que viven, en mi opinión en una burbuja, sino que no se están resolviendo los verdaderos problemas de los jóvenes, que son también los de toda la sociedad. ¿Tanto cuesta ponerse de acuerdo en cuatro o cinco puntos estratégicos como la vivienda, la educación, la sanidad? 

¿Queda algún político que no sea así?

Claro, no podemos incluir a todos en el mismo saco. Lo que pasa es que a esos no se les ve porque hacen una labor callada, no insultan, son respetuosos, y como ejemplo te puedo decir Isidro Martínez Oblanca de Foro Asturias. Ese hombre era súper respetuoso, súper trabajador, venía siempre a saludarnos. Todavía hay gente así, pero son la minoría silenciosa de todos los partidos.

¿Quién considera que ahora mismo tiene la mejor oratoria en el Congreso?

A mí siempre me pareció que tenía una oratoria muy buena Aitor Esteban, del PNV. Nunca pierde los papeles. Además dejó momentos divertidísimos como la anécdota con Rajoy y el tractor.

En el libro relata varios episodios de agresiones sexuales y de machismo en el Congreso. ¿Sigue pasando a día de hoy? 

Ahora está cambiando. Hoy en día, si hubiera ocurrido, yo lo habría denunciado. Lo que pasa es que, claro, la primera vez fue hace 40 años, y la segunda hace mucho tiempo, en un momento en el que la mujer se sentía sucia y mal porque pensaba que era la responsable, cuando no es así. 

Ahora, el 44,3% del Congreso está formado por diputadas ¿Ha notado mucho el cambio de ambiente en los últimos años? 

De las seis diputadas del año 76 hemos pasado a tener casi paridad. Ha sido un cambio brutal en todo, igual que el cambio que ha habido en los derechos de la mujer. En el año 65, o diez años antes, no podía acceder ni a la magistratura, ni ser letrada,  doctora, ni ser nada sin el consentimiento del marido. Hasta para poder sacar dinero. En el 75, cuando yo entro, no existía el derecho al aborto ¿Cuántas mujeres murieron por abortar en España? ¿Y cuántas otras tuvieron que marcharse fuera para hacerlo? No existía el divorcio. Yo diría que España ha evolucionado mucho, pero en cuanto a la mujer, hemos dado un paso de gigante. Que no significa que hayamos logrado todo. Como le transmitía el otro día a Francina Armengol: primero hay que consolidar esos derechos, porque en el resto del mundo estamos viendo que hay una involución y, a la vez, seguir avanzando.

¿Las dinámicas de trabajo en la Cámara también han cambiado?

Al feminizarse el cuerpo de taquígrafas, ha cambiado mucho, no tiene nada que ver. Por ejemplo, mi madre murió hace 20 años, tenía cáncer de huesos, estaba ya terminal, en el hospital y yo estuve hasta el último momento trabajando. No me dieron permiso para irme. El último día, cuando nos dijo el médico “Mire, a esta señora ya le quedan horas”, un miércoles por la mañana, le dije a un compañero mío: Yo sí o sí me tengo que ir a despedir de mi madre.” Y me dijo: “No te preocupes, que yo te hago tu trabajo.” ¡Fíjate qué fuerte!

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Cuenta en uno de los capítulos cómo vivió el 23F. Usted no quería irse para así poder recoger lo que dijera la autoridad competente ¿no tuvo miedo?

Sigo pensando, a pesar de que han pasado tantísimos años, que no me tenía que haber ido. Fíjate, me arrepiento de haberme ido. Y yo sabía que el 23F era trascendental: si salía adelante, me tendría que haber exiliado. Bueno, como hablo varios idiomas, no tenía problema en haberme ido a cualquier país de Europa o Estados Unidos. Pero si no pensé que alguien tenía que dar fe, alguien tenía que ser testigo de lo que estaba pasando.

Por encima de todo, he tenido siempre la sensación de que he sido una privilegiada por vivir momentos históricos únicos. Y cuando, por ejemplo, no tenía que trabajar, como en la capilla ardiente de Suárez o la de Rubalcaba, yo he estado allí. He ido a verlo porque pensaba: “Es una oportunidad. Tengo que estar aquí viendo algo que es trascendental en la historia de España.”

Ana Rivero contesta al otro lado del teléfono con un entusiasmo contagioso y una serenidad que contrasta (y mucho) con el clima de su antiguo lugar de trabajo: el Congreso de los Diputados. Con la cercanía de una amiga de toda la vida, confiesa entre risas, que se había olvidado de la entrevista. Normal. Tras su aparición en La Revuelta, el éxito de su libro ha sido tal, que ya no recuerda con cuantos medios ha hablado: “Broncano se esperaba encontrar una señora vieja y con el pelo blanco y no una señora que le vacilara”, explica ella misma. 

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