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La situación en la derecha

La competencia entre PP y Vox provoca un salto de la crispación hacia la violencia política

Los líderes del PP, Alberto Núñez Feijóo, y de Vox, Santiago Abascal, se saludan antes de reunirse en el Congrerso de los Diputados.

Pedro Sánchez se lo ha buscado. La gestión que el Partido Popular está haciendo de los actos de acoso y violencia que la ultraderecha, convocada o jaleada por Vox, está protagonizando en contra del PSOE parte de esa idea y se mueve entre la comprensión y la simpatía.

Su líder, Alberto Núñez Feijóo, ni siquiera se ha tomado la molestia de discrepar en público del último suceso, el apaleamiento de un muñeco representando al presidente del Gobierno que tuvo lugar la pasada Nochevieja en las inmediaciones de la sede nacional del PSOE. Los socialistas, hartos de esta situación, presentaron este viernes una denuncia ante la Fiscalía.

Y los dirigentes conservadores que sí han hablado, con la excepción del presidente de Andalucía, Juanma Moreno, lo han hecho con “peros”, culpabilizando a los socialistas de no haber condenado supuestamente hechos parecidos cuando afectaron al PP o al rey y mostrándose empáticos con quienes protestan contra el gobierno por pactar con Junts o con Bildu.

En el Ayuntamiento de Madrid, el PP acaba de calcar esa estrategia: votó a favor de la reprobación del portavoz de Vox, Javier Ortega Smith, después de que este se dirigiera a un representante de Más Madrid de forma muy agresiva en el pleno municipal. Pero lo hizo arremetiendo contra los partidos de izquierdas, a quienes culpó de ser los causantes de los episodios violentos que empiezan a ser habituales en política.

La banalización de la violencia

La consecuencia de todo ello es, según algunos analistas, una cierta banalización de la violencia. Cuando el PP se mueve hacia posiciones de la extrema derecha, el resultado es el blanqueo de Vox y de sus dirigentes cuando apoyan el acoso y las manifestaciones violentas contra el presidente del Gobierno.

Y Feijóo, pese a haber llegado a la dirección de su partido con la vitola de ser un político moderado —en abril de 2022 el Gobierno de Pedro Sánchez llegó a valorar “la buena disposición del nuevo líder del PP”— ha ido dando pasos, cada vez más acusados, hacia posiciones más extremistas. Especialmente después de que, el pasado mes de septiembre, José María Aznar e Isabel Díaz Ayuso le convencieran para iniciar una escalada, con movilizaciones en la calle en contra de la investidura de Sánchez y de su decisión de amnistiar los delitos y faltas administrativas relacionadas con el procés.

El último escalón lo subió esta semana el PP con la presentación de una propuesta que busca disolver a cualquier partido u organización social independentista. Una idea que, de hacerse realidad, dejaría fuera de la ley a fuerzas políticas que, solo el 23 de julio, fueron votadas por 1,6 millones de electores y gobiernan comunidades autónomas (Cataluña y el País Vasco) y centenares de ayuntamientos. Y que hasta ahora solo defendía Vox.

Detrás de esta radicalización hay poca improvisación. El equipo de Feijóo llegó a la conclusión este verano, después de perder la posibilidad de gobernar, de que la culpa es de la ultraderecha. En Génova creen que esos votos son suyos y que lo único que les impide revalidar las mayorías absolutas de Aznar o de Mariano Rajoy es la existencia de Vox. Así que ahora sólo piensan en devorar a su socio.

El objetivo es Vox

Lo reconoció esta semana el portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado, al revelar en una entrevista el principal objetivo de su partido para la legislatura: absorber el espacio político de Vox. “Vamos a aprovechar este tiempo para construir una alternativa. Si algo hemos aprendido del resultado electoral del 23 de julio es que, si el voto del centroderecha se divide, al final el beneficiado es el Partido Socialista y Pedro Sánchez”.

Según la mano derecha de Feijóo, cuyo perfil radical lo dice todo sobre las intenciones de su partido, el proyecto del PP “tiene que representar la unión del voto del centroderecha para construir un proyecto sólido, un proyecto de 10 u 11 millones de votantes que nos permitan ser alternativa real y echar a Pedro Sánchez, que es lo que nos demanda la ciudadanía”. Se abre así una competencia que irá a más en los próximos meses, a medida que se acerquen las elecciones europeas.

“Es evidente que el PP ha decidido acercarse al máximo a los planteamientos que tiene Vox”, certifica Pablo Simón, politólogo y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid. En primer lugar, por “el tipo de perfiles que ha escogido, en general son bastante duros, y plantean una oposición muy bronca”. Se refiere a Tellado, por supuesto, pero también a Cayetana Álvarez de Toledo, quizá la diputada del PP que más simpatía despierta “en los sectores más duros en la derecha”.

Y, en segundo lugar, porque en Génova saben “que cuando el tema territorial está activo”, y eso es lo que está pasando con la influencia de Junts y ERC en el Congreso y el debate sobre la amnistía del procés, “Vox tiene una ventaja competitiva”. Así que lo que hacen es “intentar achicarle el espacio poniéndose en posiciones lo más duras posibles”.

Una deriva de final incierto

Simón, experto en partidos, sistemas electorales y participación política, no tiene nada claro que esa estrategia pueda acabar bien. “La evidencia empírica que tenemos indica que, cuando un partido de derecha tradicional se coloca en una posición cercana a los partidos de derecha radical, normalmente no suele dar resultado”.

La razón es que la extrema derecha no está en posiciones de responsabilidad, “no tiene por qué tener un perfil institucional”, lo que les permite “plantear una crítica más desacomplejada. Sin tener la mochila de la historia, que sí tiene un partido que ha estado en el Ejecutivo”, como es el caso del PP.

“Desde luego, el PP ha tomado una decisión que a mi juicio es arriesgada y que tiene una capacidad limitada de dar rendimiento”. Porque, en el contexto de la amnistía, “quien se está quedando más ‘huérfano’, entre comillas, es el votante menos ideologizado que optó por el Partido Socialista y que ahora está en una potencial desmovilización”.

Haber girado mucho hacia la derecha, subraya, lo que hace es dejarle espacio al Partido Socialista para “intentar recuperar a ese votante” cuando el tema objeto de discusión ya no sea el territorial y tenga otra naturaleza.

Por su parte, la politóloga y experta en comunicación y liderazgo Verónica Fumanal opina que “cada vez que el PP condena y añade un ‘pero’, lo que hace en realidad es anular el efecto de la condena”.

El peligro de huir de la moderación

“Porque el ‘pero’ invalida todo lo anterior, es una conjunción adversativa”. Y “es peligroso para ellos”, advierte, “porque radicaliza y polariza a su electorado” y, “el día que necesiten el apoyo del centro moderado, no lo tendrán a su alcance”. Le pasó lo mismo a Junts, recuerda, con los votantes de Convergència i Unió (CiU): “El nacionalismo moderado se lo cargó la estrategia de [Artur] Mas”.

Simón cree que el plan del PP de moverse hacia posiciones radicales puede tener además un “impacto importante” en la medida en que implica “de manera evidente que ellos están comprando un marco de carácter autoritario y restrictivo de derechos y libertades”.

Eso es visible, precisa, cuando coquetean con el extremismo al no condenar “con rotundidad las agresiones poniendo ‘peros”. Pero también, y sobre todo, cuando plantean el tema de “qué hacer con los partidos independentistas, si ilegalizarlos o no”.

“Esto es peligroso”, subraya el profesor de la Carlos III, “en el momento en el que tenemos a un partido del sistema político, a un partido que es fundamental, pilar de la alternancia como es el PP, comprando este tipo de tesis más iliberales”, e inicia “una pendiente muy peligrosa que se sabe cómo empieza y no cómo termina”.

La dualidad del PP

A medio plazo, sostiene, “esta estrategia de intentar achicar el espacio a Vox puede terminar condicionándolos a una posición en la cual” el PP “termine perdiendo el control”. Entre otras cosas, porque en el fondo, alerta Simón, “el PP no está unificado en esta estrategia: no es lo mismo el perfil que adopta Moreno Bonilla que el que adopta Díaz Ayuso”.

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¿Lo que está haciendo el PP alimenta la violencia? ¿Puede acabar siendo peligroso? “Tengo la impresión de que estamos viendo más bien que la polarización a través de la radicalización y las acciones, en el fondo lo que está haciendo es expulsar a una parte de la opinión pública de la atención política”.

La polarización “también genera que la gente desconecte del proceso político y esto pueda afectar desmovilizando a ciertos sectores de la izquierda, construyendo una falsa mayoría social conservadora”, advierte. Falsa, recuerda, porque el 23 de julio no existió. “Pero si se construye esta idea” en la “opinión pública y publicada, puede efectivamente ir generando que dinámicas de acoso, como estas que estamos viendo, terminen normalizándose”.

El PP “debe aclarar su estrategia y relato político”, sugiere Verónica Fumanal. “No se puede votar contra ilegalizar los partidos independentistas hace 20 días y ahora proponerlo ellos”. Como tampoco se puede “criminalizar a Junts, al mismo tiempo que te reúnes con ellos”. Y concluye: “No se puede querer ser un partido de Estado y moderado y copiar la estrategia de Vox de no respetar las instituciones.”

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