ENTREVISTA
Jaume Asens: "La izquierda tiene que mirarse otra vez a los ojos y reconstruir el espacio"

Un grupo de estudiantes debate intensamente frente a la Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona una tarde de noviembre de 1994. En el centro de la protesta: la exigencia de destinar el 0,7% del PIB a la cooperación. Entre ellos está Jaume Asens. Ahí arranca una vida dedicada a la movilización que, al calor del 15M, acabaría en las instituciones. Tras su paso por el Ayuntamiento de Barcelona junto Ada Colau, ha sido testigo de momentos clave de España como la firma del primer Gobierno de coalición tras la II República. En su mochila lleva la negociación de la ley de amnistía, y hoy es eurodiputado en un momento crucial para una UE que ha virado a la derecha y que sufre las embestidas de Donald Trump y Vladimir Putin.
Todo ese camino lo condensa en el libro Los años irrecuperables, en el que desfilan los grandes protagonistas del panorama político español. De Pablo Iglesias a Yolanda Díaz pasando por Pedro Sánchez y Carles Puigdemont. Y Asens (Barcelona, 1972) mira al futuro llamando a que los progresistas ondeen la bandera de la esperanza frente al auge del miedo y la ultraderecha y apelando a un “perdón colectivo” de toda la izquierda para ir de nuevo en una lista unitaria en las próximas elecciones generales.
¿Qué radiografía política hace de la España de marzo de 2025?
Estamos en un momento complicado, donde el Gobierno de coalición es casi el último mohicano en Europa. Es el estandarte que queda en pie, es la fortaleza del progresismo en la UE. Eso genera una gran responsabilidad porque tenemos la oportunidad de ser un faro para otros países y encarnar la esperanza de una reacción que vuelva a superar a la extrema derecha. Las fuerzas conservadoras llevan ahora la iniciativa política y cultural en el continente, lideradas además por sus facciones más radicales. Y nosotros estamos situados en un terreno abierto, no acaba de terminar el ciclo político de la década pasada. Pero van ganando ellos.
¿En qué momento vital está la UE? ¿Hacia dónde va Europa?
La sociedad se ha endurecido. Cuando teníamos las respuestas, el covid nos cambió las preguntas. Y del estado de shock se pasó al estado de guerra, que lleva a tiempos de reacción. Es la teoría del péndulo. El sistema político y social ha mutado: hay miedo al futuro. El ciclo progresista en España aguanta, en cambio, por la mínima y dependiendo de partidos que no son de izquierdas. Es una brecha de esperanza. Y me lleva a otra reflexión.
¿Cuál?
Europa ha crecido siempre en los momentos de crisis. Todo lo que está pasando es una mala noticia porque es una amenaza a la UE como sueño de continente para la paz, la libertad y la prosperidad, pero a la vez es una oportunidad para crecer. La Unión Europea es un invento que sale tras la derrota del fascismo y del nazismo. Ahora vuelven a campar los vientos fríos y a galopar los fantasmas del pasado pero es tiempo para levantar otro proyecto superador. Tenemos que construir un nuevo pacto social y un nuevo keynesianismo, como señala en esa dirección Thomas Piketty. Hay que ir mucho más allá de la socialdemocracia clásica y abordar cuestiones de fondo. Hay que pensar en lo que vendrá después y en la ola superadora. Europa tiene la oportunidad ahora de ser más fuerte y acabar de construirse. Una cosa positiva de Donald Trump es que ha puesto en evidencia algo que ya sabíamos: EEUU sólo defiende sus intereses y quiere a una UE sometida. Hay que ganar autonomía y emanciparnos de Estados Unidos, porque la amenaza no sólo viene de Rusia.
El Gobierno de España tiene una gran responsabilidad: ser un faro para otros países
El libro es un testimonio directo del ciclo político que arrancó del 15M, ¿qué cambió en positivo en la política y en la sociedad española?
Fue una sacudida muy importante, hizo que todo el mundo tuviera que cambiar sus posiciones. Fue una repolitización de la gente y el movimiento social más grande desde la Transición. Le dimos la vuelta a la sociedad. Los partidos y los sindicatos incorporaron cosas del 15M, que fue el caldo de cultivo para que aparecieran los actores de la nueva política. Con la aparición de ellos, hubo una transformación importante del PSOE. Uno de los principales avances fue la política de rendición de cuentas y de transparencia y la lucha contra la corrupción. Se reseteó, aunque no se logró todo lo que se quería.
¿Qué asignaturas quedaron pendientes?
Es difícil señalarlas, porque el 15M no tenía un programa político, sino que era una idea difusa de la impugnación de la carcasa ideológica del régimen del 78 a partir de la ruptura del pacto social que lo alumbró cuando las élites empezaron a mercantilizar todo y la gente salió a la calle. Fue una forma de recuperar el poder que se había delegado a los partidos. El sistema intentó reprimir eso al principio, pero luego hubo una cierta voluntad de reformar algunas cosas para apaciguar esa movilización. Por eso es difícil decir que no se logró. Si se pregunta a los actores que nacieron el 15M, pues que llegamos lejos pero no todo lo que queríamos. Para empezar no logramos ganar las elecciones generales, aunque rompimos el bipartidismo y la cláusula de exclusión que impedía que un profesor con coleta o una activista de la PAH llegaran donde llegaron. Pero hay reformas que se quedaron a medias, con la vivienda como caso emblemático.
No teníamos experiencia institucional, aprendimos a hostias
Vivió en primera persona la llegada de Ada Colau al Ayuntamiento de Barcelona y ahora comentaba la reacción de los grandes poderes. ¿Cómo fue ese choque con el establishment?
Fue un choque abrupto, aprendimos a hostias. No teníamos experiencia institucional, todos veníamos de los movimientos sociales. Una de las cosas que aprendimos es la distancia entre lo que uno quiere y lo que puede hacer. Logramos cambiar muchas cosas, pero fue una montaña rusa donde tuvimos que confrontar con muchos adversarios que ponían palos en las ruedas y con los que teníamos que negociar. No sólo hago referencia a otros poderes políticos, sino también a los mediáticos y económicos. La batalla cuando estás en la institución no es de cornetas como en la calle. La euforia de la victoria electoral se nos atemperó rápidamente. Debimos adaptarnos a la realidad sin perder la energía social. Tuvimos que trabajar con lo que teníamos a mano, con muchas dificultades. En el fondo es muy difícil gobernar cuando estás rodeado de poderes conservadores. Son lecciones importantes pero amargas.
En el libro recoge la caída de Íñigo Errejón. Estos días ha trascendido también el caso de Juan Carlos Monedero. ¿Ha supuesto un golpe conocer esas situaciones?
Sí, es un golpe emocional fuerte. Primero: cuando sucede un caso de estas características, siempre nos interpela a los hombres. Nos pone ante un espejo incómodo: el machismo es muy transversal, nadie es inmune. Cuando son entornos cercanos, lo vives peor porque son personas que conoces. La empatía siempre tiene que estar con las víctimas, hay que estar a su lado. No es una situación agradable. Pero permite crecer: aprendes, tomas conciencia de la problemática y ves que está más cerca de lo que puedes imaginar.
Al principio del ciclo del 15M no había un partido de extrema derecha, y ahora es la tercera fuerza del país. ¿Cómo lo analiza? ¿Ha tocado techo el partido de Abascal o puede seguir creciendo en las encuestas?
No lo sé, es difícil de prever. Pero si la marea impugnatoria antes venía de abajo, ahora viene de la extrema derecha del tablero. Eso tiene que ver con muchos factores como la crisis de la modernidad o que el futuro da miedo, por lo que la gente busca refugios y mira al pasado para buscar certezas en un contexto convulso. En este clima se impone un sentimiento muy humano pero peligroso: el miedo. Lo que hace es paralizar a quien lo sufre, es algo invisible que te vuelve más desconfiado, egoísta, conservador, impotente y resignado. La derecha se alimenta de eso porque el miedo es el instrumento por excelencia de dominio para anestesiar la conciencia política y social. Eso lleva al repliegue identitario y al odio y a los chivos expiatorios. La obligación de la gente de izquierdas frente al ascenso de la extrema derecha es levantar la bandera de la esperanza.
La izquierda debe levantar la bandera de la esperanza frente al ascenso de la ultraderecha
Habla de la bandera de la esperanza por parte de la izquierda, pero ahora mismo hay un fragmentado mapa progresista (Podemos se separó de Sumar, hay partidos como Más Madrid e IU que piden mayor espacio dentro del grupo…). ¿La izquierda puede lograr el objetivo de una lista unitaria para las próximas generales o está abocada a ir por separado?
No sé si puede, pero sí que debe. Es verdad que es difícil porque estamos navegando en un mar de resignación y de reproches y existe el riesgo de acabar totalmente naufragando. Pero no nos podemos permitir perder la esperanza. El mundo en general nos induce al reproche, a la rabia, al rencor y a la venganza. Son sentimientos muy humanos pero que nos atrapan en la prisión asfixiante del pasado e hipotecan el futuro. Por eso, es importante mirar atrás para comprender la vida y seguir adelante. Hay que aprender a olvidar ciertas cosas, como dejar atrás heridas, traiciones y errores propios y ajenos para situarnos en el presente con un perdón colectivo. Quien no esté a la altura y no sea capaz de dejar esos sentimientos tiene que dar un paso al lado. Ante el ascenso de la extrema derecha hay que desinflar los egos. Esos sentimientos son propios de los egos de personas que no quieren abrir su corazón. Tenemos que mirarnos otra vez a los ojos, desinflar y reconstruir el espacio. Para eso hay que dejar de atacarse en los medios de forma pública. Nunca he criticado a un compañero del espacio. Y sigo defendiendo eso. La división desmoraliza a la gente. Si conduces a tu gente con antorchas montaña arriba, después es muy difícil bajarla porque creas anticuerpos que dificultan la unidad.
Fue una de las personas más implicadas en la negociación de la ley de amnistía, ¿valió la pena a pesar de todas las críticas?
Sí, la ley de amnistía era una oportunidad importante para volver a hacer política, restablecer los puentes rotos y resolver un conflicto político por las vías del diálogo y del acuerdo. Es lo que debe hacer una democracia cuando hay problemas políticos. Se había resuelto mal con cárcel y persecución, lo que alargó la cuestión. La democracia española ahora es más fuerte cuando es capaz de integrar a quien ha expulsado del juego. Igual que pasó con EH Bildu en su día. Era importante poner el marcador a cero y tener un nuevo inicio para avanzar en el Estado plurinacional y en la agenda social.
Ha sido testigo de algunos de los momentos más trascendentales de la política en los últimos años como la firma en el Congreso del primer Gobierno de coalición desde la II República. ¿Cómo descifra la figura política de Pedro Sánchez?
Sánchez es una persona astuta que sabe poner los acontecimientos a su favor. Es muy pragmático y no le importa decir una cosa y la contraria. En la campaña electoral lo caractericé como un camaleón, lo que es una virtud y un defecto a la vez. Cuando lo conocí en la distancia corta, me pareció más listo de lo que pensaba. Imaginaba que detrás de su belleza ortodoxa había una persona vacua y superficial, pero me equivoqué. Es una persona preparada y que sabe de lo que habla, además de tener mucho olfato político.
Yolanda Díaz tiene todavía futuro político
En el libro menciona también mucho a la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. Después de las elecciones europeas, fue muy cuestionada su figura política, también por parte de integrantes del espacio de Sumar. Ahora vuelve a despuntar con la aprobación de la reducción de la jornada laboral y el choque con el PSOE sobre el SMI. ¿Le queda tirón político?
Creo que sí. Es una gran vicepresidenta, una buena gobernante, sabe negociar. Representa la esperanza para mucha gente y ha logrado cosas que parecían inimaginables como levantar el escudo social y subir el SMI, además ahora tiene la batalla de la jornada laboral. Sus acciones hablan bien de ella. Otra cosa es, como reconoce ella, que la vida interna de los partidos no le gusta. No podemos desaprovechar su capital político, porque tiene una gran inteligencia y una gran audacia política. Todavía tiene futuro político.
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La victoria en las elecciones municipales en Barcelona en 2015. Había muchísima ilusión y esperanza. No nos lo acabábamos de creer, pero son momentos estelares de la historia, como escribió Stefan Zweig. Ese día queda en la memoria de todos los que lo vivimos.
¿Y el peor momento?
El atento yihadista en Barcelona, fue un boquete en nuestra alma.