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Mitos de la dependencia energética europea: ni las renovables son las culpables, ni la nuclear la solución

Instalación del gasoducto Nord Stream 2 en el mar Báltico.

La invasión rusa de Ucrania desatada este jueves, de consecuencias aún inciertas, ha dado alas a opinadores vinculados a la derecha y a divulgadores relacionados con la energía nuclear para atacar las decisiones en materia energética tomadas por la Unión Europea en los últimos años. La extrema derecha, con Vox a la cabeza, lleva años asegurando que la transición hacia un sistema fundamentalmente renovable resta soberanía al continente y que la solución pasa por atrasar el cambio y apostar por tecnologías como la nuclear. La dependencia energética del club comunitario y del continente es muy real. Sin embargo, las energías limpias son la solución, no las culpables: y la fisión no arregla de golpe todos los problemas. Ni siquiera una parte sustancial.

Cerca del 40% del gas natural que consume Europa proviene de Rusia. En pleno conflicto entre la OTAN y la superpotencia eslava, y ante el temor –por ahora, sin fundamento– de que Vladimir Putin cierre el grifo, es más relevante que nunca la pregunta de cómo podría alcanzar el continente su independencia. Sin embargo, el despliegue de centrales nucleares solo podría sustituir una parte de la demanda de este combustible fósil, además de ser caro, con tiempos difícilmente compatibles con la transición y con dificultades técnicas, explica el analista y director de Transición Ecológica de la Comunitat Valenciana, Pedro Fresco.

Según un informe del Foro de Países Exportadores de Gas (GECF, siglas en inglés), el 38% del gas natural importado en el continente se usa en el sector residencial: es decir, en las casas, para cocinar y para la calefacción. El 21% se utiliza en la industria y el 32% en la generación eléctrica. Solo en este último, la tecnología nuclear podría sustituir al gas. Si los países que se deshicieron de las centrales de fisión, como Alemania (permanentemente criticada por los nucleares) no hubieran tomado esa decisión, probablemente seguirían siendo dependientes de Rusia. No tanto; pero dependientes.

"Si no hubiese habido una perspectiva de cierre nuclear, obviamente tendría menos dependencia", reconoce Fresco. Pero no se habría solucionado el problema y, probablemente, se habría mantenido algo de capacidad de gas en el sistema eléctrico por una de sus grandes ventajas frente a la nuclear: su flexibilidad, lo que a pesar de sus emisiones de CO2 –menores que el carbón, pero altas, frente al nulo impacto de la fisión–, la hacen buena candidata para acompañar a las renovables en la generación. "Las centrales nucleares son inflexibles por naturaleza. Cuando quieres hacer un complemento de una energía que es intermitente necesitas una que sea flexible", que se encienda y se apague con facilidad dependiendo de la presencia del sol y del viento, explica el analista. "Eso la nuclear no lo puede hacer, no está pensada para trabajar así".

Alemania no depende del gas porque cerrara las centrales de fisión. The Atlantic calcula que el continente se habría librado de apenas un 4% de gas si los germanos hubieran tomado otro camino. El proceso, iniciado hace décadas y acelerado por la canciller Angela Merkel tras el desastre de Fukushima en 2011, hizo decaer buena parte de la generación nuclear, pero esas clausuras no hicieron dispararse la quema de gas para llevar la luz a los hogares, como muestran los datos. Sí creció, pero no para compensar el gap: el aumento de la potencia renovable también cumplió su papel.

En todo caso, la falta de soberanía es evidente y condiciona no solo la factura de los consumidores europeos, sino el margen de maniobra de los países frente a Rusia en la difícil disputa geopolítica que se vislumbra en el horizonte. La solución es la transición hacia un modelo renovable: sin tanta necesidad de materias primas importadas del extranjero, porque en nuestras latitudes también sopla el viento y luce el sol, con costes desplomados durante la última década y que, en base al modelo de fijación de precios actual, también hacen bajar los costes energéticos cuando logran cubrir toda o casi toda la demanda. Sin embargo, hay dos obstáculos en ese camino. Uno, la lentitud de la transición, pese a los avances; y otro, la difícil descarbonización de los sectores más enganchados al metano.

Todos los países de la Unión Europea, menos la nuclearizada Francia, han cumplido los objetivos de renovables para 2020. Alcanzar la meta de 2030 no va a ser tan fácil. Volviendo a Alemania, Los Verdes han advertido a su llegada al Ejecutivo de que el país va retrasado en su implantación de eólica y fotovoltaica y que es necesario acelerar. En cuanto a la primera tecnología, la UE construyó 11 GW de nuevos parques en 2021 y está previsto que construya 18 GW al año durante 2022-26. Pero la UE necesita 30 GW al año de energía eólica nueva para cumplir su objetivo de energías renovables para 2030, según las estadísticas de la patronal Windeurope.

En España, a pesar de que ostenta el liderazgo en la transición como reconoce la propia comisaria, aún no vamos a buen ritmo: se necesitan 2.5GW de nueva potencia eólica para llegar a la meta del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), que marca los objetivos a 2030. Se espera que el crecimiento no sea lineal sino exponencial, por lo que aún es muy pronto para encender las alarmas, pero hay que apretar el paso. "Vivimos en una época extraña", matiza Fresco. "Ha habido una pandemia, una crisis de suministros... es difícil, en esta locura, ser muy contundente con los análisis porque la coyuntura pesa mucho, pero yo creo que hay que acelerar".

En cuanto al otro gran obstáculo, no hay perspectivas de cambio a corto plazo. Buena parte de la industria del continente necesita gas natural y la mayoría de los hogares del continente, sobre todo en el centro y en el norte, cuentan con calderas de gas para el invierno. La salida pasa por electrificar estos procesos para que las renovables puedan responder también a esta demanda. Pero al sector secundario no le vale la electricidad porque, simplemente, no es lo suficientemente potente. Esperan como agua de mayo la llegada del hidrógeno verde, pero la tecnología no está madura y no empezará a imponerse hasta la década que viene. Y con respecto a los consumidores domésticos, las alternativas no avanzan al ritmo suficiente.

El segundo paquete de descarbonización de la Unión Europea, encuadrado en el programa Fit for 55, establece lastres para la calefacción por gas natural: los edificios deberán pagar derechos de emisión de CO2 a partir de 2026, lo que subirá considerablemente el recibo. Pero no hay prohibiciones. La electrificación clásica de la calefacción, con radiadores conectados a la red, es la principal opción a día de hoy, pero no supone un gran ahorro teniendo en cuenta que, de todos modos, el gas marca directa o indirectamente el recibo eléctrico.

Las bombas de calor, en las que se utiliza la aerotermia para calentar o enfriar la estancia con una potencia eléctrica mucho menor, son la opción más sostenible, pero el mercado aún no está muy desarrollado ni en España ni en Europa, no funcionan demasiado bien en climas demasiado fríos y la instalación no es barata. Fresco apuesta por poner el foco en las viviendas de nueva construcción, e incentivar la rehabilitación de casas y las acciones comunicativas por parte del Estado. Pero una intervención radical no está en el horizonte.

Pasado, presente y futuro del gas

La sociedad industrial se construyó en base a los combustibles fósiles. No en un solo día. Tampoco será rápida, ni fácil, la salida. En la transición, el papel del gas natural como combustible de soporte para aliviar la intermitencia de las renovables y para sustituir al carbón ha sido cuestionado por las organizaciones ecologistas, defendido con uñas y dientes por las empresas interesadas y sustentado, con la boca pequeña, por las instituciones. Hace unos años, los bajos precios del combustible espoleaban a la industria para defender los coches a gas. Enagás criticaba el PNIEC por mantener, y no aumentar, la potencia de los ciclos combinados de cara a 2030, asegurando que los precios previstos para los próximos años se sobreestimaban, así como el coste de los derechos de emisión. Se equivocaban.

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La organización Ecologistas en Acción elaboró un informe el año pasado en el que aseguraba que la capacidad de España para gestionar el Gas Natural Licuado, con casi la mitad de las regasificadoras del continente, era demasiado grande. Los últimos episodios, con un posible corte de suministro por parte de Rusia, dejan anticuadas las críticas de la organización: España podría convertirse en un hub del rediseño energético necesario. Sin embargo, el fondo sigue estando vigente: la intensa acción climática necesaria para poner al mundo en rumbo de cumplir los objetivos del Acuerdo de París exige que el continente, según las estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía, empiece a decrecer en el uso de este combustible entre 2023 y 2025. Es decir, ya.

El organismo reconoce que el papel del gas "no es fácil": útil para eliminar rápidamente la dependencia del carbón en grandes potencias contaminantes, como China e India: pero con un recorrido mucho más corto en las economías que tienen la delantera en la transición. Las emisiones de metano, en el punto de mira de la pasada COP26 e infraestimadas en un 70%, según advirtió esta misma semana la propia IEA, están desequilibrando la balanza. Sin embargo, los mensajes de la Comisión Europea siguen siendo contradictorios: insistiendo en que las renovables son la única salida, pero abriendo la puerta a que las inversiones en gas se consideren "verdes", lo que abre la puerta a más infraestructuras, más emisiones del sector y menos recursos para las tecnologías verdaderamente limpias.

El cambio de escenario, considera Fresco, puede llevar a que a medio plazo España deba plantearse su estrategia eléctrica: ampliando la vida de las centrales nucleares, previo pacto con las empresas explotadoras, y reduciendo la potencia de los ciclos combinados, que por ahora seguirá inalterada de aquí a 2030. Pero no hay ninguna solución a corto plazo para la desconexión con Rusia ni con otros países importadores. "La única manera de conseguir la independencia es la transición hacia las renovables. Es el único camino. No hay otro camino. Los hechos acaban cayendo por su propio peso. La transición energética no puede parar, no tenemos tiempo de parar".

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