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Vidas robadas por la pederastia en la Iglesia: "Me ha jodido la capacidad de amar"

Interior de una Iglesia.

La vida de Juan se rompió en mil pedazos cuando apenas tenía doce o trece años. Entonces, cursaba el primer ciclo de la ESO. Y lo hacía en Gaztelueta, un colegio vinculado al Opus Dei ubicado en el municipio vizcaíno de Leioa. Fue allí donde se produjeron los abusos. El proceso judicial consideró probado que en al menos tres ocasiones su tutor se aprovechó del pequeño valiéndose de su condición de autoridad. Le hizo sentarse sobre su pene erecto, le conminó a quitarse la camisa, le toqueteó desde el cuello hasta los genitales. La Audiencia Provincial, en primera instancia, consideró probados dos episodios más especialmente graves. Pero el Supremo consideró que éstos últimos no estaban suficientemente probados. Y por eso rebajó la pena inicial de once a dos años de cárcel al que fuera su profesor: José María Martínez.

Aquellos abusos hicieron saltar por los aires cualquier posibilidad de disfrutar y vivir una adolescencia normal. El día a día del muchacho se convirtió en un auténtico infierno. "Mi hijo perdió los mejores años de su vida", se lamenta en conversación con infoLibre su padre, Juan Cuatrecasas. Poco a poco ha conseguido ir saliendo del pozo. Eso sí, con mucho esfuerzo. Y, por supuesto, con ayuda profesional. Ha sido un "proceso durísimo" tanto para el chaval, que ahora rebasa la veintena, como para su familia, víctima indirecta de los abusos a los que fue sometido. "Es terrible ver a tu hijo destrozado por completo. Te crea una desazón y una zozobra enorme", explica el padre, que aún hoy sigue sin entender la rebaja dictada por el Alto Tribunal.

El Defensor del Pueblo hizo pública hace una semana la primera gran investigación oficial sobre abusos y agresiones sexuales en el seno de la Iglesia. El extenso informe pone de relieve las "dinámicas de encubrimiento y ocultación" en la institución religiosa o los fallos de la Administración a la hora de prevenir, detectar y reaccionar a la comisión de este tipo de delitos en los centros escolares de la Iglesia. Pero el estudio no se queda exclusivamente ahí. También pone a las víctimas en el centro. Lo hace analizando al detalle los factores de riesgo, las estrategias utilizadas por los pederastas para cometer el abuso o la revelación del mismo. Y también las duras consecuencias que estas agresiones han tenido para las propias víctimas.

"Mi hijo perdió los mejores años de su vida

Juan Cuatrecasas — Padre de una víctima de abusos en el colegio Gaztelueta del Opus Dei.

Durante más de un año, la Unidad de Atención, conformada por profesionales de distintos ámbitos –desde psicólogos hasta juristas o expertos en trabajo social y criminología–, ha mantenido entrevistas con más de tres centenares de víctimas. Y, a partir de ahí, ha llevado a cabo un exhaustivo análisis sobre el impacto emocional, psicológico, físico o social de estos abusos en el ámbito eclesiástico. Alrededor de un tercio de las personas que relataron su experiencia a este grupo de expertos aseguró haber tenido síntomas de estrés postraumático y depresivos. Y más de un 20% hicieron mención a cuestiones como la culpa, la ansiedad o la vergüenza. "Mi hijo estuvo durante tiempo postrado y escondido", relata Cuatrecasas.

"No puedo evitar preguntarme cuántas víctimas hubo posteriormente"

El testimonio que ofrece el padre de Juan coincide con otros tantos recogidos por la Unidad de Atención e incluidos en el informe. "Me mandaron a urgencias porque se me paralizó medio cuerpo. Llevo con una medicación desde que tenía 18 años", señaló una de las víctimas. "Me diagnosticaron un trastorno bipolar inespecífico que, cuando conecto con los abusos, entro en fase depresiva y de angustia", contó otra al grupo de especialistas. Problemas que en muchas ocasiones han pervivido a lo largo del tiempo mezclados con un profundo sentimiento de culpa. Culpa por haber confiado en el agresor. O por no haber denunciado en su momento: "No puedo evitar preguntarme cuántas víctimas hubo posteriormente".

Algunas víctimas comparan todas estas "cicatrices" con estar metidas en una "cárcel" de la que se va "intentando salir poco a poco". Vidas completamente rotas –"He sido incapaz de ser mínimamente feliz"– no solo a nivel psicológico, sino también conductual. Los problemas más habituales en este sentido son las alteraciones en la esfera sexual. "Tardé muchísimos años en tener relaciones satisfactorias. A día de hoy sigo sin tenerlas en condiciones. [...] Si tengo una relación como la que tengo, que estoy casado, es porque mi marido se esfuerza, sabe lo que hay y respeta", apuntaba una de las víctimas. Otros testimonios, además, hablan de la dificultad para expresar sentimientos de ternura: "Me ha jodido la capacidad de amar".

He sido incapaz de ser mínimamente feliz

Uno de los testimonios recogidos en el informe del Defensor del Pueblo.

Un 37,45% de las víctimas que participaron en las entrevistas señalaron las dificultades en la relación de pareja como uno de los grandes problemas. Y un 22,39% hizo mención al aislamiento social. De eso sabe bastante Cuatrecasas. Tras los abusos, su hijo desarrolló "fobia a las aulas" y se encerró en casa. "Como si fuera una monja de clausura", resume el padre al otro lado del hilo telefónico. Aquellos episodios, además, hicieron que generase una "gran desconfianza hacia la gente". Y eso le dificultó construir un grupo de amigos a su alrededor. "Tenía pocos", cuenta el padre. No es el único. De hecho, un 10% de los entrevistados por la Unidad de Atención señaló como uno de los principales problemas de relaciones interpersonales la menor cantidad de amigos.

Un fantasma que siempre reaparece

La ideación del suicidio o las conductas de este tipo también han estado presentes en la vida de algunas víctimas. En concreto, de más del 10% de las que dieron su testimonio al Defensor del Pueblo. "En el caso de mi hijo hubo dos intentos", señala Cuatrecasas. Algunas de ellas, de hecho, llegaron a quitarse la vida. En el informe puede leerse, por ejemplo, el fragmento de una carta de despedida en la que un hombre relataba a su hermano que a finales de los setenta había sido agredido en el colegio católico en el que ambos se encontraban internados, violencia que también había vivido este último. "Sufrí unos abusos sexuales como jamás podrías imaginarte, pero no podía contarlos por miedo y por vergüenza", señalaba la misiva.

El estudio también pone de manifiesto el consumo abusivo de sustancias para intentar evadirse del infierno y escapar del dolor emocional. Una espiral autodestructiva que marcó buena parte de la vida de Emiliano Álvarez, una de las víctimas en el Seminario de La Bañeza (León). "No hay dinero que pague una vida destrozada desde los 12 años por las drogas y el alcohol", señalaba a infoLibre en febrero de 2022, pocos meses antes de fallecer. Abusos que también han tenido un enorme impacto a nivel espiritual porque, en algunos casos, además de la infancia les "robaron la fe". "Si hubiera un dios no podría permitir que esta gente actuara impunemente. Me habían educado en la religión católica y esto me cambió por completo", señaló una de las víctimas a la Unidad de Atención.

Con frecuencia, las cicatrices permanecen ahí para siempre, con pensamientos recurrentes e intrusivos relacionados con aquellas agresiones sufridas: "Es muy difícil que haya un día en que no piense en ello. A veces por asociación de ideas y a veces viene como un fantasma. Siempre está". Unos abusos en el seno de la Iglesia que han sido para muchos "las hojas de un triturador interior que todo lo destruía". De hecho, alguno de ellos aún hoy se pregunta cómo hubiera sido su vida si aquel pederasta no le hubiera robado la infancia. "Nunca se podrá saber qué hubiera sido de mí, de mi vida, sin mi experiencia del abuso, y nunca se podrá saber cuánto del ser mutilado que me he sentido se ha debido a ello. Solo puedo especular que he sido la sombra de lo que podría haber sido".

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