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Miren Agur Meabe: “Escribo en euskera por compromiso y responsabilidad”

La escritora Miren Agur Meabe.

Ha publicado más de una docena de títulos de literatura infantil y juvenil que son éxitos de venta. Se ha atrevido con la poesía más descarnada y con el relato de tinte autobiográfico. Miren Agur Meabe, nacida en Lekeitio (Bizkaia) en 1962, desempeña el oficio de la escritura con la ternura del artesano y el tesón del devoto. Desde su pequeña localidad vizcaína va añadiendo versos, cuentos, novelas o traducciones de otras autoras y autores al euskera. Es en esta lengua en la que trabaja no solo por comodidad, sino por compromiso: alude al amor por su tierra y sus raíces o a la necesidad de incluir experiencias que aún no están expresadas.

Con Cómo guardar ceniza en el pecho (Bartleby) ganó el Premio Nacional de Poesía en 2021. Era la primera vez que se otorgaba a un texto en euskera y cierra una trilogía libre iniciada por Un ojo de cristal (Pamiela) y continuada con Quema de huesos (Consonni). En ellas trata los temas que suelen rondarle desde siempre: la búsqueda de la identidad, la memoria, la explicitación del deseo femenino o incluso la culpa. Meabe lamenta que sigan imponiéndose unos idiomas sobre otros, pero habla contenta de su creación: hace lo que le gusta y, además, es reconocida por su gente. A veces aparece en público con un parche debido a una serie de operaciones después de un glaucoma que sufrió de pequeña y asegura que hubo épocas en las que “no tenía cara de salir a la calle” después de algunos episodios dramáticos, como la pérdida de su expareja. En conversación telefónica se muestra locuaz, alegre y confiesa estar “hasta arriba”. Algo que no le impide explayarse sobre su vocación y su forma de entender la literatura como algo diverso, sorprendente y, en su caso, analógico: “De tecnología ni idea, tendría que entrar a internet hasta para escribir un whatsapp”.

En muchos artículos se menciona que es desconocida porque escribe en euskera. ¿Le sorprende, se ha sentido arrinconada?

No, no (risas). Mi opción es escribir en euskera. Yo escribo, en principio, para mi comunidad. Porque lo hago por amor a mi territorio, a mis raíces familiares. Y porque me parece que escribir en euskera es una forma de compromiso con mi sociedad y con mi tiempo. Siempre he dicho que prefiero ser luciérnaga en mi barrio que cometa en el universo de las letras. Ahora, que un premio convierta la luciérnaga en cometa está bien. Y yo encantada. Pero nunca voy a reprocharle a mi lengua no haber sido más conocida, porque la responsabilidad no es de los lectores o los creadores sino de las instituciones, que no procuran más medios al alcance que aseguren el intercambio. Yo podría escribir en castellano. De hecho me traduzco a mí misma y traduzco otras obras porque me considero perfectamente bilingüe o bilingüe competente, pero mi opción es la de ayudar a que el aliento de una de las lenguas más antiguas de Europa perviva como un bien cultural.

¿Sigue habiendo centro y periferia?

Sí, pero eso depende de dónde se pone la brújula. En Euskadi yo no soy periférica y, al igual que yo, todas las escritoras hemos ido avanzando hacia una posición más central dentro del sistema literario. Pero si se pone el medidor o la atalaya en otro punto, siempre va a pasar que los que no estamos allí, quedamos lejos.

¿Está cambiando la sensibilidad? ¿Es por culpa del mercado o de los lectores?

Creo que está habiendo un cambio de mentalidad, pero muy, muy, muy lento. Se aprecia que hay editoriales, muchas veces pequeñas o independientes, que tienen interés en obras distintas al castellano. Yo tengo de mi propia cosecha libros traducidos al inglés, al catalán o al castellano. Hay un interés que ha crecido en los últimos años. ¿Por qué? Entre otras cosas, parece que la crítica literaria también presta más atención a lo que llamamos periférico, que no es similar a pequeño, a insignificante o poco importante. Hay valores en esas literaturas que merecen la pena que sean expandidos. También es verdad que cada lengua tiene su propia idiosincrasia y a veces es más fácil cruzar los puentes de la traducción porque técnicamente es menos costoso. Es menos complicado traducir del gallego o el catalán al castellano que del euskera. Eso tiene también un reflejo económico. Es todo un cúmulo de factores.

¿Y se utiliza el idioma como barrera o arma arrojadiza?

Sí, y además hablamos de que se elige una lengua por compromiso y obligación, no simplemente por facilidad. Pienso que puedo aportar cierta modernidad a la literatura de mi País Vasco, escribiendo desde mi óptica de mujer en un idioma en el que ciertas cosas no se han dicho, como puede ser la explicitación de la sexualidad. Y sí que se utiliza como arma arrojadiza, como diciendo: “Ellos se automarginan, es más práctico escribir en una lengua que entendemos”. Vale, pero eso desde mi punto de vista es una forma de pensar muy arcaica que no reconoce que cada lengua encierra un mundo simbólico propio y que engarza con una tradición literaria de siglos anteriores. Y resulta constrictora, como una boa. Deriva de intereses políticos. Hay que ser prudente, pero también hay que defender tu posición con respeto y coherentemente. Es como decir que por ser poco conocida una no se merece un premio. Yo no sé si lo merezco o no, pero ha habido un jurado que ha deliberado, supongo que lo más objetivamente posible, y no hay mucho más que decir. Habrá quien tenga dudas y le parezca que tiene méritos o no, pero eso no tiene nada que ver con el hecho de cómo ha sido escrito. Como si a un escritor se le da el premio Nobel y ha escrito en finés. Al final vamos a escribir todos en inglés, o español, o francés. O en esperanto. Y al hacerlo vamos a perder mucha riqueza de tradición, de simbología y de representación que solo son posibles en la lengua de origen.

En relación con modernizar la lengua, alguna vez ha dicho que fue la primera en usar clítoris en euskera. ¿Cómo escoge las palabras?

Sí (ríe). La anécdota tiene su parte humorística. Todo el mundo se queda con esa copla, pero al decirlo no estoy echándome flores, sino quiero expresar esa idea de que hay cosas que decir en nuestra literatura que aún no se han dicho desde la renovación o modernidad. Y elijo eso no de forma casual, sino porque expresando nuestra identidad femenina por medio de palabras que denotan partes fisiológicamente femeninas es una manera de reivindicar nuestra existencia, nuestra visibilidad y nuestra sensibilidad. Partiendo de esa premisa, escojo todas las palabras como una obsesa. Nunca me quedo del todo satisfecha si no he repasado un poema mil veces. Incluso después de que se haya maquetado un texto encuentro alternativas. Huyo de las repeticiones infructuosas que pueden parecer despistes, que no responden a una intencionalidad. Y como la materia prima que utiliza un escritor es la lengua, pues su obligación es precisamente hacer que esa lengua brille, que sea personal. Y que despierte en el lector, sea grande o pequeño, un aprecio por el universo lingüístico. Es como un trabajo de orfebrería, que me vuelve loca pero me encanta el resultado. Porque los lectores aprecian que no solo estoy transmitiendo un mensaje, sino que el texto está cumpliendo la función estética del lenguaje.

¿Se siente igual de cómoda en la literatura juvenil, la adulta, la poesía o la novela?

Para mí es exactamente lo mismo. Yo trabajo igual la prosa y la poesía. Con la misma atención y con la misma búsqueda de la palabra precisa, sugerente. Ahora bien, en poesía hay que tender a la economía. Entonces, tengo la misma actitud, pero aquí es más acentuado: limpio más aún.

En ‘Quema de huesos’ opta por el relato. Y sirven para aligerar el pasado mediante recuerdos o sentimientos.

Los huesos son una metáfora de las cargas de la vida. No estamos hablando de artrosis o de reuma, sino de sucesos, sueños, fantasías... Todo tipo de huesos o cargas que ocupan ya un lugar ilegítimo, que son un lugar pasado como los rastrojos en la huerta y deben ser sustituidos o quemados. Se enlaza con lo anterior, Un ojo de cristal, que comparaba la literatura con cuidar un jardín. Porque hay que escoger la tierra ideal para determinada planta, ser consciente de que alguna vez no se llega a la hojarasca que estorba o incluso que hay quemar. De eso viene el libro: quito lo que me sobra en la vida, lo pasado, lo quemo, hago una hoguera y con ella, que es el proceso de transformación, creo una energía que me empodera como persona o como escritora. ¿Y qué pasa con eso? Lo más normal en las huertas es que esas cenizas sirvan para abonar las bases de los frutales o las flores. En ese lugar alegórico yo las utilizo para trabajar mis próximos libros. En este caso, Cómo guardar ceniza en el pecho. Cada obra es independiente, pero forman una especie de mosaico.

¿Tiene que ver con la metamorfosis?

Sí, porque la búsqueda de la identidad y la actualización de la propia imagen tienen mucho que ver con la metamorfosis. Porque es otro tipo de quema. Si lo hacemos para deshacernos de cosas que nos pesan, también nos metamorfoseamos para nacer de otra manera. Tiene que ver con superar crisis personales para reconstruirse, y es una constante en toda mi obra. Es esa búsqueda de la identidad y la desinstrumentalización del propio cuerpo en busca de ciertas cotas de libertad. Está todo unido y ya veremos si se incluye, en otra fase, el extrañamiento.

¿Usa los mismos temas (la pasión, la infancia, la familia) en toda la producción?

Bueno, en literatura juvenil la temática es distinta. Recurro a tramas históricas o el empoderamiento femenino a través de la fantasía. En los otros se repite, pero porque pertenece a la misma etapa vital, estética. Son temas que me han ido despertando cada vez más interés. No se ve la vida igual con 45 años que con 60. La memoria es el archivo del pasado que nos ayuda a comprender nuestro presente. Y todo ello (la reconstrucción, la metamorfosis, la búsqueda de espacios de mayor libertad, la renuncia o ruptura con aquello que nos impide ser más felices) responde a una pregunta: qué necesito en este momento para sentirme más plena. A mí me suele importar mucho. Es que siento que acabo un ciclo vital y debo replantearme cómo quiero seguir. Y en mi literatura se refleja mucho porque está muy inscrita en el yo. Aunque no sea totalmente autobiográfica. Voy a tener que buscar otro tipo, rosa o de ciencia ficción, para dejar de hablar de este yo, yo, yo. Que parece muy protagonista pero es que no soy solo yo: es mi voz que es portavoz de muchas mujeres de mi generación. No es Miren Agur Meabe que está hablando de sí misma, sino que está haciendo de portavoz de otras mujeres cercanas a las que ha conocido y con las que ha compartido educación, también sentimental, y espejos.

¿Se apropia de otras biografías?

Hay que hacer una distinción. No adopto vidas de otras mujeres o de personajes muy célebres. Me refiero a que hay compañeras, amigas o colegas que han vivido experiencias parecidas y a veces me apropio de ellas para construir un personaje ficticio. Después hay otro asunto, el de las mujeres célebres que aparecen de distintas maneras. Puede aparecer Margaret Atwood, Jeanette Winterson o Marguerite Yourcenar, que son algunas de mis escritoras favoritas, que las traigo como elementos de autoridad. O porque van a iluminar algo que yo voy a contar, mucho peor, después. Su premisa alumbra lo que yo quiero decir. Otras veces las cojo y hago un retrato porque me sirve para plantear algunas inquietudes mías. Me pasa con Wendy, de Peter Pan, o Mary Shelley, que tomo como mitos para cuestionar la sororidad, la crítica del amor tóxico, el cuidado mutuo... Es como actualizar unos mitos desde un punto de vista ficticio, pero sirve para divertirse y reflexionar. Lo hago porque iluminan, pero también se las visibiliza y se hace justicia. Es una actitud que yo entiendo como feminista.

¿Y llega a rozar el exhibicionismo?

De mí siempre se ha dicho que me desnudo mucho. Y siempre digo, para defenderme, cuánto hay de real o de falso en mis obras, porque lo que funciona es el artificio literario y no se trata de analizar si lo que se lee es un 80% real o inventado. En El ojo de cristal explicaba que, igual que ese ojo de cristal que tengo no es de cristal sino de una resina, en la novela puede no serlo. Me servía la metáfora: no es la vida, pero se le parece. Es una prótesis: el ojo, o una peluca, o los dientes postizos se nos colocan para sustituir algo que nos falta orgánicamente de cara a la socialización. Y esa novela era rellenar un hueco que a mí me faltaba físicamente. Era una prótesis emocional. Entre mi vida y mi obra hay mucha identificación. No al 100%, pero bastante. Y que algunos se puedan escandalizar, qué le vamos a hacer. Estoy haciendo literatura y el pacto con el lector es que por su parte me preste la confianza de creerse lo que le estoy contando. No estoy confesándome con el cura de mi pueblo.  

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