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¿Podrá Petro inventar otras Colombia?

Gustavo Petro durante un momento de su discurso de toma de posesión como nuevo presidente de la República de Colombia, el pasado 5 de agosto

Santiago Gamboa

La victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez le devolvió a Colombia algo del entusiasmo y la euforia del Proceso de Paz, esa alegría perdida en la hecatombe del plebiscito, cuando la derecha uribista (del expresidente Álvaro Uribe) ganó un referéndum con el NO a los acuerdos de La Habana en un fatídico 2 de octubre de 2016 (nuestro Brexit). Hoy la realidad es otra y el país está de fiesta. Como si seis años después el SI a la paz resurgiera de sus cenizas. En el discurso de posesión, Gustavo Petro fue muy claro: se recuperará el tiempo perdido y se irá adelante con el Proceso de Paz y las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, un grupo de expertos que después de 30.000 entrevistas a víctimas y victimarios elaboró una hoja de ruta y una especie de memoria oficial de cinco décadas de guerra.

¿Qué tan lejos podrá llegar con las transformaciones económicas y sociales? Para esto se necesita un sólido apoyo en el Congreso, que ya tiene, pues a los senadores del Pacto Histórico se unieron muchos más, desde otros partidos, dándole una cómoda mayoría. Se necesita también un buen diálogo con la sociedad, para que esta entienda y apoye sus reformas, que sin duda exigirá sacrificios. Esto requiere de algo: liderazgo. Petro es conocido —y temido— por su prodigiosa elocuencia, algo que en Colombia es fundamental, así como por su cultura. En los debates televisados citaba con propiedad a Michel Foucault o a Thomas Pikkety y parecía saberlo todo, desde el censo de pensionados de Corea del Sur hasta el promedio de pasajeros por vagón y la velocidad a la que se desplaza el Metro de Dublín. Por eso fue el rey de la plaza pública y la política a la vieja usanza.

Petro fue claro: se recuperará el tiempo perdido y se irá adelante con el Proceso de Paz y las recomendaciones de la Comisión de la Verdad

Un punto clave será la lucha contra la corrupción en un país cuyas élites, tradicionalmente, se han enriquecido con los recursos y monopolios del Estado. Aquí, su historia personal es fundamental para consolidar la imagen de mandatario íntegro. Como senador, Petro fue el gran rival del uribismo, que hoy, en el imaginario nacional, representa el abuso y el desfalco a los dineros públicos. Fue él quien denunció de forma valiente la relación de los paramilitares con la clase política, que se apropiaba a la fuerza de recursos estatales. Muchos senadores fueron a parar a la cárcel por sus denuncias. El milagro es que haya sobrevivido en un país en el que un sicario vale menos de mil dólares.

Hoy ningún gobierno puede perdurar sin igualdad de género y por eso Petro anunció la creación del Ministerio de la Equidad, que dirigirá su vicepresidente, la abogada afrocolombiana Francia Márquez, líder social y que en otra época fue empleada del servicio doméstico. Esta alianza redobló su fuerza electoral: “No somos uno y dos, somos uno y una”, dijo Petro en campaña. El voto de las mujeres fue clave. Sobre todo, el de las olvidadas de los territorios lejanos, las campesinas y de diferentes etnias; las madres de los 6.402 jóvenes asesinados por el ejército para cobrar premios (los llamados “falsos positivos”); o las madres de los guerrilleros, soldados y paramilitares fagocitados por la violencia y las mujeres agredidas y violadas por el conflicto, víctimas de agresiones sexuales. Las humildes. Las Úrsulas Iguarán que, como en Cien años de soledad, mantuvieron en pie este país mientras los hombres lo destruían en la guerra. Porque en estas elecciones pasó algo nuevo. Como si Colombia, por primera vez, se hubiera mirado al espejo. ¿Y qué vio? Su verdadera cara: rostros de hombres y mujeres de muchos colores, no sólo el de las élites blancas de las capitales.

El camino de Petro, de cualquier modo, no será fácil. Por primera vez un gobierno popular llega al poder, sí, pero los enemigos son fuertes y obtuvieron el 47,3% de los votos. Y además recibe un país en bancarrota. Duque usó hasta el último día de su moribundo mandato para amarrar los recursos futuros del Estado a favor de amigotes y cómplices, y poco le faltó para salir en una avioneta repleta de lingotes de oro hacia Panamá, como el ex presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram. Esos contratos firmados a las carreras, ¿podrán revertirse? No lo creo. Quienes llevan cuatro años burlando la ley saldrán a gritar que les están violando los derechos. Así se construyó el déficit más grande dejado por un presidente: 20.000 millones de dólares. Ese medio país, poderoso y recursivo, le hará la vida difícil, pues tiene bajo su mano una parte de la economía y puede mover la canoa hasta volcarla.

En el plano internacional las cosas parecen más claras. Petro arranca con buena imagen y el apoyo de la Unión Europea y Washington. Pero, ¿qué sucederá en la región? Los dos agujeros negros de Sudamérica son Venezuela y Brasil. La Venezuela de Maduro sigue cayendo en picada. El cataclismo de su economía causado por la corrupción y la incompetencia de sus líderes, y ahondada por el embargo, sigue adelante. Su primitiva idea de un socialismo que acapara y deglute el aparato productivo fue catastrófico, y el país se quedó sin nada. Y sin dinero para comprar. Por eso en Venezuela hay escasez de medicinas y comida. Falta incluso el papel higiénico. Antes del chavismo, Venezuela era el primer socio comercial de Colombia en la región. La agricultura y ganadería colombianas le enviaban comida fresca y de buena calidad, de manera rápida. Pero las peleas entre Chávez y Uribe rompieron esta armonía. Petro ya anunció el restablecimiento de relaciones con Caracas y Maduro lo aceptó. Esto traerá mejores condiciones a los venezolanos en su propio país, habrá menos inmigración y más colaboración. Eso sí: Petro dejó muy claro que su idea de la izquierda está muy lejos del viejo chavismo del siglo XX.

Como senador Petro fue valiente: denunció la relación de los paramilitares con la clase política que se apropiaba a la fuerza de los recursos estatales

Brasil es el otro agujero negro, pero de signo contrario. La política ultraderechista, xenófoba, autoritaria, militarista, intolerante, homofóbica y lesbofóbica y por momentos nazi del presidente Bolsonaro hacen casi imposible cualquier acercamiento con la nueva Colombia. Lo que más preocupa a Petro es el incremento industrial en la Amazonía, que Bolsonaro le ha ido entregando a sus amigos empresarios, sin tener en cuenta la repercusión en los países amazónicos vecinos. Pero el tiempo de Bolsonaro, por fortuna, llega a su fin, y las encuestas permiten ser optimistas. El regreso de Lula a partir de octubre parece seguro. Esto reforzará el liderazgo regional de esta “segunda ola” de gobiernos de izquierda. Tras la versión de Cuba, Nicaragua y Venezuela, hoy se imponen Chile, Uruguay, México o Argentina. Y Colombia, porque Petro aspira a tener un rol destacado a nivel latinoamericano, lo dijo en su discurso. Habló de unidad para tener más peso en el mundo y de una moneda única para el continente.

Difícil, pero no imposible. La literatura puede ser una fuente de inspiración para este largo camino, pues en ella los obstáculos acaban por transformarse en conocimiento. Y en belleza. Y lo que vale para un individuo vale para una sociedad. Por eso, ante este nuevo país —y en esta nueva configuración continenta —, podemos seguir el ejemplo de la literatura: creer en lo que aún no existe para hacer que una idea colectiva aterrice en la realidad, se materialice y tenga sentido. Ojalá.

Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) es uno de los escritores colombianos más prestigiosos posteriores al Boom. Algunas de sus últimas novelas son Colombian Psycho y Será larga la noche (Alfaguara) o Plegarias nocturnas (Literatura Random House). En 2004, Sergio Cabrera llevó al cine Perder es cuestión de método.

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