“Si tienes miedo de llegar al límite, estás perdido”. No, no es una declaración de un piloto temerario, al estilo del francés Romain Grosjean, conocido como ‘El Loco de la Primera Curva’, y que dejó la Fórmula 1 tras salir ardiendo del coche en su última carrera. Lo dijo un político estadounidense, John Fuster Dulles, que creó escuela en la Guerra Fría por esa estrategia de “ir al borde del abismo” o “jugar con fuego” como un método de intimidación. El llamado Brinkmanship.
Lo sorprendente de Alberto Núñez Feijóo es la manera en que se ha colocado cómodamente en el límite, e incluso más allá. Para muchos, cuando traspasó el Telón de Grelos, era el mirlo blanco liberal y moderado que venía de una Galicia amansada para enderezar la evolución de las especies en la derecha española. Se atribuyó a célticos cangrejos derrotados y resentidos los avisos en sentido contrario. Según ellos, Feijóo habría transitado en el campo político a la manera de aquel central del Peñarol de Montevideo que se estrenó en el estadio con el apodo de ‘El Hombre’ y se despidió siendo conocido como ‘El Hombre de Neandertal’. Había sido apadrinado por José Manuel Romay Beccaria, un conservador estamental, bien estructurado del Medievo al Opus, pero con la calidad de ser un hombre culto y gran lector que tenía el detalle de regalar a los discípulos La sociedad abierta y sus enemigos.
Una de las grandes incógnitas en la biografía de Feijóo es qué hizo con el ejemplar de Karl Popper que le regaló el padrino Romay. Desde luego, no le influyó a la manera del 1984 de George Orwell, escrito, como nos explicó con desparpajo, “allá por el año 84”. Lo leyese o no, está claro que le dejó una profunda huella. Tanta que, si llega a gobernar, parece seguro que Feijóo creará el Ministerio de la Verdad. Me atrevería a decir que el titular en la sombra, nunca mejor dicho, es ya Miguel Tellado. Feijóo encontró en él su doppelgänger, un doble perfecto para pisar fuerte más allá del límite. Tellado es el Steve Bannon de Feijóo, el laborioso capataz en la versión española del operativo Flood the Zone!, es decir, inundar el escenario de mierda. En este caso con un esparcidor industrial de purín, el valioso residuo de las macrogranjas de bulos y los mentideros industriales. Un magnífico abono para la cosecha del futuro. Andersen tiene un cuento en el que la Sombra, el doppelgänger, se va apoderando del protagonista. Eso lo intentó con su jefe el expropagandista de Trump, pero nunca ocurrirá nada parecido con Tellado. La suya hacia Feijóo es una lealtad neolítica. Leo Strauss, un sabio oráculo en el pedestal neoconservador, otro admirado por Romay, distinguía entre “mentiras nobles” y “mentiras vulgares”. Las primeras eran las propias de las élites, pero ambas pueden ser útiles siempre que se expresen con habilidad y eficacia. Como de alguna forma ocurrió con Felipe González (el superhéroe de Feijóo) y Alfonso Guerra, Feijóo y Tellado se han repartido, con bastante habilidad y mucha eficacia, lo noble y lo vulgar, el haz y el envés del discurso. Y juntos han abierto una nueva era en la disputa por el poder en España: la política MMA.
Hubo y hay una desinteligencia política progresista a la hora de identificar el fenómeno Feijóo. Cierto que puede darse un efecto Forer, también llamado Falacia de Validación Personal, como pone de relieve la poca escrupulosidad en el caso Marcial Dorado. Pero ni es el hombre de paja que algunos vieron ni el telonero de la emperadora castiza Ayuso que otros quisieron ver. Ha ido más allá del límite, con un punto de jactancia. Ha consagrado la unión con esa extrema derecha que, en España, como diría un viriato portugués, “é fascismo de máis”. Y ha invertido el cordón sanitario para marcar como enemigo a todo lo que no es Sobreespaña o españolismo, incluida la actual socialdemocracia. Feijóo y la derecha futurista no juegan al boxeo en el cuadrilátero del bipartidismo. La deriva deportiva de Feijóo son las Artes Marciales Mixtas o MMA (Mixed Martial Arts), donde él imita a Ilia Topuria, juega el papel de ‘El Matador’. Todo vale: kárate, kickboxing, jiu-jitsu, hapkido, sambo, lucha libre, muay- thai… Han asumido el lenguaje propio del temor semántico que utiliza la extrema derecha. La intimidación. El amedrentamiento. La suma de negacionismos. La creación de la víctima propiciatoria, en la que personalizar el mal absoluto. La política ha dejado de ser una “lucha ritualizada” o “disuasoria”. En vez de herramienta inhibidora de la agresividad, es el escenario de la excitación destructiva.
Manuel Fraga y Pío Cabanillas, cuando era uno ministro de Información y Turismo, y el otro su director general, acudieron a Cambados para inaugurar un teleclub. Era un caluroso domingo de verano. Ambos eran tempraneros y llegaron al lugar con demasiada antelación. Acordaron darse un chapuzón en una cala desierta a esas horas. Y allí estaban felices como dos cetáceos cuando llegó un autobús con excursionistas. Resultaron ser las alumnas del colegio de monjas de Placeres de Marín. El chófer avisó nervioso a los jefes y estos salieron a todo correr desnudos hacia el coche oficial. Fraga se tapaba con las manos las partes pudibundas y Pío Cabanillas, con inteligencia liberal, le gritó: “¡La cara, Manolo, la cara!”.
Yo no sé lo que se tapará en el futuro el señor Feijóo.
*El último libro publicado por Manuel Rivas es ‘Detrás del cielo’ (Alfaguara, 2024).
“Si tienes miedo de llegar al límite, estás perdido”. No, no es una declaración de un piloto temerario, al estilo del francés Romain Grosjean, conocido como ‘El Loco de la Primera Curva’, y que dejó la Fórmula 1 tras salir ardiendo del coche en su última carrera. Lo dijo un político estadounidense, John Fuster Dulles, que creó escuela en la Guerra Fría por esa estrategia de “ir al borde del abismo” o “jugar con fuego” como un método de intimidación. El llamado Brinkmanship.