Parece una ilusión, pero no lo es, el verano expande el tiempo y a veces ese tiempo se convierte en tiempo libre. Volvemos a aquello que a veces ansiamos: perder el tiempo, ser un poco más libres. Nuestro especial de verano rompe el guion de números anteriores y se dedica a explorar esos rincones de la intimidad, a veces de dolce far niente, la mayoría de cosas que alguna vez hemos vivido y recordamos como algo especial. El encargo corre a cargo de doce mujeres, doce escritoras y periodistas, que de manera radical ofrecen un testimonio de ese envite.
Abre el desfile Leila Guerriero, que en sus Planes sin plan ofrece la posible receta ganadora: “La posibilidad de lo inesperado, el encontronazo con el hallazgo, el riesgo de tomar esa bifurcación hasta hace un rato inexistente, el peligro gozoso de ir hacia sin saber demasiado bien qué”. Sara Barquinero dedica al sueño su voluntad de resistir al verano, lo suyo no es una siesta sino un estudio detallado del buen dormir. Nuria Labari, por su parte, se interna entre recuerdos y veranos pasados, y llega a una conclusión: “La cuestión es que el verano que tenemos por delante es un poco así: un cuaderno en blanco, siempre en blanco. El momento de elegir quiénes somos, a quiénes amamos, adónde iríamos si pudiéramos ir a cualquier parte”.
Cristina Morales llena su cuaderno en blanco de un verano adolescente en Italia con fugas, pequeños hurtos, zapatillas y bicicletas para escapar del tedio. Paula Bonet recuerda Chile y el desierto de Atacama, fauna y flora, versos de Raúl Zurita. Isabel Coixet relata un eclipse en Finlandia donde la protagonista hace el camino difícil para llegar a una cima donde ya están las tumbonas y los autobuses de turistas. Laura Ferrero brinda con un relato iniciático de cuando fue enfermera voluntaria en el corazón de África y se encontró los ojos enfermos de una niña que nunca olvidó. Lucía Lijtmaer repasa las películas que vio aquel verano que sus padres la dejaron sola en Barcelona, un verano de serie B. Y Najat El Hachmi recuerda aquel verano que por primera vez no tuvo que trabajar y hasta disfrutó del aire acondicionado.
Por el cuaderno de ruta de la memoria también se interna Marta Peirano, que habla de Zagreb, Liubliana y Venecia, fronteras que vuelve a revisitar. Raquel Peláez nos cuenta cómo fue aquel primer amor platónico en un apartamento de la costa que les tocó en el Un, dos, tres. Y Lydia Cacho nos emociona con el último viaje con su madre por Europa antes de que el cáncer se la llevara.
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Hay más en este número y con mucho humor. Flavita Banana narra y dibuja su amor por el papa Francisco y Miguel Sánchez-Romero sigue a la greña con Claude, una Inteligencia Artificial cada vez más respondona. Máximo Pradera sorprende con un retrato inédito de su abuelo Rafael Sánchez Mazas y nos desvela entre otras cosas que la letra del Cara el Sol que le atribuyen no es suya porque tenía la costumbre de no dar un palo al agua.
El número trae también dos relatos sin desperdicio. Edurne Portela y José Ovejero reescriben una secuela de su libro Una belleza terrible a través de un episodio en Le Marais parisino y Ramón Reboiras se va a Australia a ver ovejas merinas en una suite con ducha… Pero si se quedan con hambre hay más: los crudos Diarios de Ponç Puigdevall (traducidos del catalán por Enric Sòria para TL) hablan de un divorcio y de lo que es la vida en todas las estaciones.
Disfruten y volvemos en septiembre.
Parece una ilusión, pero no lo es, el verano expande el tiempo y a veces ese tiempo se convierte en tiempo libre. Volvemos a aquello que a veces ansiamos: perder el tiempo, ser un poco más libres. Nuestro especial de verano rompe el guion de números anteriores y se dedica a explorar esos rincones de la intimidad, a veces de dolce far niente, la mayoría de cosas que alguna vez hemos vivido y recordamos como algo especial. El encargo corre a cargo de doce mujeres, doce escritoras y periodistas, que de manera radical ofrecen un testimonio de ese envite.