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Gana Ribera, pierde Weber y el PP se queda solo: diez días de ruido en Bruselas que no movieron nada

Ursula von der Leyen (de espaldas), Alberto Núñez Feijóo y Manfred Weber.

Los 26 comisarios de Úrsula Von der Leyen, entre ellos la vicepresidenta y número dos de facto Teresa Ribera, debían pasar sin problemas las audiencias entre el 4 y el 12 de noviembre. Los pactos, los números, los nombres, todo daba. Todo estaba políticamente acordado. Hasta que llegó la lluvia y el Partido Popular usó la audiencia de Ribera para soltar un bote de humo en las instituciones europeas. Los de Feijóo, liderados por una Dolors Montserrat a la que le faltan referencias importantes para moverse en una selva donde en cada grupo hay decenas de posiciones, no hubieran podido hacer eso (son 22 de 188 eurodiputados del Partido Popular Europeo) sin la ayuda de Manfred Weber, líder del Partido Popular Europeo. El bávaro vio una oportunidad para debilitar a su compatriota y compañera de partido Von der Leyen. Pero esa no era la razón principal. Vio sobre todo el momento para forzar a socialistas y liberales a tragarse sus alianzas con la extrema derecha.

La jugada de Weber nunca tuvo visos de prosperar. No por la reacción socialista, liberal y ecologista, sino porque dividió a su grupo. 82 de los 188 eurodiputados populares veían como habían pasado ya los exámenes sus comisarios, personas de su partido que ahora veían cómo podían caer por el intento de los populares españoles de cargarse a Teresa Ribera. Populares polacos, holandeses, irlandeses, portugueses o búlgaros veían como podían caer sus comisarios, que eran sus compañeros de partidos nacionales, para salvar a los populares españoles, que buscaban provocar una situación de crisis institucional europea inédita. La marea interna llegó a Varsovia y Atenas, donde Donald Tusk y Kyriakos Mitsotakis empujaron para movilizar tropas contra Weber. El alemán tiene enemigos íntimos en su partido y desconfía de Roberta Metsola, la presidenta de la Eurocámara, también popular pero lejos de sus postulados. Weber ejerce un liderazgo autoritario que a muchos molesta.

La presión de Feijóo lleva al PP europeo a poner en jaque el funcionamiento de las instituciones de la UE

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Weber siguió a Feijóo hasta que vio cómo su cabeza corría peligro, porque en mayo los populares europeos se reúnen en un congreso en Valencia y Weber veía que para garantizar el voto de los populares españoles podía perder demasiados en Polonia, Grecia, Países Bajos, Portugal y otros países. Cuando hizo números, y sobre todo cuando los “adultos” (Olaf Scholz, Pedro Sánchez, Donald Tusk, Emmanuel Macron y una pieza clave en todo esto y que suele pasar desapercibida, Bjorn Seibert, el todopoderoso y temido jefe de Gabinete de Von der Leyen) levantaron el teléfono, Weber dio marcha atrás y dejó caer a sus socios españoles. Los 22 eurodiputados populares españoles prometen votar la próxima semana, cuando se vote en la plenaria, contra el colegio de comisarios entero. Su soledad será una imagen muy extraña para un partido supuestamente europeísta.

10 días de ruido movieron muy pocas cosas y ninguna favorable al alemán. La presión para sacar el paquete de seis vicepresidentes, que iba a salir igual y con votos muy parecidos antes de la estampida de los populares españoles, acabó siendo usada por Iratxe García, la española que lidera a los socialistas europeos, y por Valérie Hayer, la francesa que hace lo propio con los liberales, para forzar a Weber a dejar de jugar con la extrema derecha. ECR, el grupo donde están los polacos del PiS o los italianos de Giorgia Meloni, entrará en su mayoría al juego, como lo harán buena parte de los ecologistas. Con los melonistas, que en Bruselas pasan por unos conservadores al uso, se tratará como con iguales. Porque Meloni en Bruselas juega a la europea y porque Fitto es de origen democristiano y su europeísmo no se pone en duda. A la derecha quedan dos grupos, Europa de las Naciones Soberanas y Patriotas por Europa, donde está Vox, que quedan fuera de los acuerdos.

El acuerdo se cierra con un texto amplio, algo vago y no legalmente vinculante con el que las tres grandes fuerzas europeístas, populares, socialistas y liberales, acuerdan trabajar a partir de líneas comunes en las políticas esenciales: economía, migración, lucha contra la crisis climática, defensa de la democracia y los valores europeos (una referencia contra la ultraderecha) y reforzar el papel de Europa en el mundo.

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