Cuando el AVE se inauguró sin banderas de la UE o por qué España se mueve entre el europeísmo y la ignorancia

50.000 personas. Es la cifra de ciudadanas y ciudadanos que salieron a la calle el pasado 15 de marzo en Roma para reivindicar el orgullo europeo. Ataviados con banderas de la Unión Europea (UE), y en un movimiento que trascendía las barreras ideológicas, los manifestantes llenaron la Piazza del Popolo, uno de los centros neurálgicos de la capital italiana y famosa por sus iglesias gemelas, diseñadas por el genial Gian Lorenzo Bernini. Tan solo hizo falta un artículo en el periódico La Repubblica para que, por sorpresa y desbordando todas las previsiones, la sociedad civil llenara las calles para defender la UE.
Una facilidad de convocatoria que contrasta con el arduo trabajo de los Veintisiete en materia de comunicación y que parece no terminar de ser efectivo. Movilizaciones como la de Roma o, previsiblemente, la que tendrá lugar en Madrid en la plaza de Callao este domingo a las 12 h, demuestran que el sentimiento europeísta está más vivo que nunca, aunque quizás la propia UE no contribuya demasiado a ello con su política de comunicación.
Según una reciente encuesta de 40db, en una escala del 1 al 10 donde 10 es ser completamente europeísta, los españoles se colocan de media en el 7,4, una nota relativamente alta que demuestra la afinidad de los españoles por la UE. Una imagen positiva que se combina con un sentimiento de lejanía, e incluso de desconocimiento, respecto al ente comunitario. En esa misma encuesta, las dos palabras con las que primero asocian los españoles a la UE son democracia o protección social, pero la tercera es una de las piedras de toque de la extrema derecha: burocracia.
Esa lejanía se fragua, en parte, porque aunque más del 70% de la legislación nacional viene de la UE, raramente la actualidad europea tiene un hueco en los informativos, ni tampoco en la agenda de los grandes partidos. “La comunicación de las formaciones políticas gira siempre en torno a la política nacional, que es donde perciben que pueden llegar al poder y donde pueden sacar más rédito electoral. El debate centrado en el país se lo come al final todo y eso hace que no se hable nada de la UE ni de sus dinámicas”, explica Xavier Peytibi, consultor de comunicación política.
Sin embargo, pese a que los partidos hablan poco de Europa y muchas de las dinámicas de la UE son bastante desconocidas para el gran público, los españoles siguen teniendo un gran sentimiento a favor de Europa. “Esa imagen positiva creo que es imposible de explicar sin atender al contexto histórico. España entró en la UE al poco tiempo de salir de la dictadura y, en ese momento, Europa se percibía como una puerta abierta al mundo, como una forma que tenía España de sentirse parte de algo. Y eso es algo que aún continúa”, señala Aner Ansorena, consultor de comunicación política y CEO de Hauda Comunicación.
En la misma línea se coloca Peytibi, que alude también a la historia para explicar el europeísmo español pese a esa falta de conocimiento. “La UE es para España un sinónimo de modernidad, un símbolo de nuevos tiempos. Además, existe un condicionante que no está en otros países, y es que no ha pasado tanto tiempo desde que España entró en la UE. En los Estados miembros más antiguos ese desgaste se ha hecho más patente, sobre todo porque ahí sí han pasado más generaciones desde la entrada del país en la organización”, destaca.
Una política de comunicación fallida
Pese a este caldo de cultivo positivo, la UE no ha logrado implementar una política de comunicación que llegue a la ciudadanía y termine por acercar la institución al día a día de los españoles. “La UE tiene una comunicación bastante genérica y no especialmente buena. Al tener tantos Estados miembros y tan diversos, con tantos idiomas, le es difícil crear un contenido que pueda llegar y llamar la atención de todos ellos. Por ello, un primer paso sería realizar una comunicación algo más diferenciada y específica para cada uno de los países. De esa forma podrían hacer que las personas se identificaran más con Europa y no la percibieran como algo ajeno”, asegura Ansorena.
Para ello, es fundamental que los ciudadanos conozcan cómo afecta a su vida cotidiana lo que sucede en Bruselas. “Es el problema del llamado efecto Bruselas o Euroburbuja, es decir, pensar que lo que se decide en la UE se hace por unas personas muy distintas a ti, por una especie de élite y que no te afecta. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Todo lo que sucede ahí termina repercutiendo: los fondos Next Generation igual han ayudado a impulsar negocios en tu ciudad y no lo sabes, y eso es lo que se tiene que arreglar”, comenta Paula Jiménez, responsable de comunicación de Equipo Europa, la mayor organización de jóvenes europeístas de España. Esto, en su opinión, se debe combinar con una narrativa europea que aúne a todos los países sin eliminar sus diferencias, pero donde se puedan identificar con el proyecto de la UE.
Muy relacionado con este problema está otro que, para Peytibi, afecta al mensaje principal que intenta transmitir la UE de sí misma: “Lo que le falta a su comunicación es un valor de futuro que aúne a los europeos. La generación que vio nacer la organización venía de la Segunda Guerra Mundial y su deseo era la paz. La UE en su nacimiento llevaba consigo ese anhelo y por eso tuvo éxito. Nosotros no hemos vivido un pánico similar y ahí la UE tiene que plantearse qué va a ofrecer en un futuro”, explica. Algunas de esas promesas podrían ser, por ejemplo, la democracia, el euro o incluso el Erasmus, tres ideas que los ciudadanos valoran enormemente de la organización. “Si se trabajan, pueden estar bien, pero echo de menos algo más, algo que mueva realmente una narrativa más potente de por qué es útil la UE. Porque solo damos valor a lo que es útil y además percibimos como propio”, señala Peytibi.
En relación a ello, la comunicación europea ha tendido en muchas ocasiones a ser demasiado naif o inocente. Sucede muy claramente en los conflictos bélicos, donde la UE repite sin cesar esa frase del “deeply concerned” (muy preocupados), sin que realmente signifique nada más que eso. La inacción en este sentido, por ejemplo, con la invasión de Gaza, da una sensación de que, pese a que a Europa sí parecen preocuparle los conflictos, nunca hace realmente nada por solucionarlos ni tiene una posición fuerte. De hecho, en la encuesta de 40db, otra de las palabras con la que los españoles relacionan a la UE es precisamente la debilidad internacional. “Su identidad se ha basado en los derechos humanos y en la democracia y, por eso, Europa ha tenido la imagen internacional de una especie de ‘poli bueno’ del mundo. Pero muchas veces eso tiene como contraparte que los ciudadanos la vean como una institución a la que le cuesta posicionarse”, comenta Ansorena.
Otra de las claves para romper ese alejamiento de la UE es que los ciudadanos perciban que esta está en su día a día y es útil. Si bien es cierto que los ciudadanos valoran la importancia de Europa, una vez más, la organización podría hacer las cosas mucho mejor para llegar con mayor éxito a la calle. “La UE comunica un montón y con muchas campañas, pero deja de lado algunas cosas que son fundamentales. Por ejemplo, el AVE Madrid-Barcelona estuvo pagado en su mayoría por los Veintisiete y eso es algo que casi nadie sabe porque no supo agenciarse el éxito. No hubo banderas europeas ni reconocimiento, es algo que terminaron por capitalizar los partidos nacionales cuando realmente no era suyo. En esas oportunidades, la UE puede hacerlo mucho mejor para acercarse”, destaca Peytibi.
Sin embargo, para Jorge Tuñón, catedrático Jean Monnet, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y experto en asuntos europeos, la UE parte de una dificultad de base y es su complicado funcionamiento. En su opinión, si bien es cierto que a la comunicación europea le cuesta llegar a los nuevos públicos y no termina por modernizarse, el problema viene de su propia idiosincrasia: “Los equilibrios que se producen para sacar legislación no son muchas veces fácilmente explicables, además combinándose con un modelo geopolítico donde la UE tiene una importancia menor. Muchas veces se ha dicho que los procesos europeos son lentos y complicados, lo cual es verdad y, además, existen vetos por parte de países que no están tan en línea con la posición general de Bruselas, lo que hace todo aún más difícil”. Por ello, para Jiménez, es fundamental un cambio de lenguaje en la comunicación de la UE, pasar de uno técnico a otro mucho más simple y didáctico.
¿Y los 'influencers'?
Para lograr este cambio, la organización ha recurrido en los últimos años a influencers muy conocidos que conecten con un público más general, joven y, sobre todo, sin mucho interés por la política o los asuntos europeos. Sin embargo, es una estrategia que no ha terminado de dar los frutos deseados y que, muchas veces, no ha permeado fuera de la Euroburbuja o de las personas que ya se interesaban por estos temas antes. “Con los influencers se busca viralizar, pero la pregunta que hay que hacerse es: ¿esa audiencia a la que se llega está realmente interesada? ¿Se va a quedar? En la mayoría de las ocasiones, la respuesta es negativa”, comenta Ansorena.
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El consultor, además, destaca cómo muchas veces estos influencers no tienen demasiado que ver con la política europea y ni siquiera les interesa más allá de salir en ese contenido. Por eso, las colaboraciones acaban siendo en muchas ocasiones artificiales e, incluso, percibidas por la audiencia como pura publicidad pagada por la propia institución o propaganda. “Lo más importante en los influencers que colaboran con instituciones es la naturalidad, y aquí, en su mayoría, todo parece muy impostado y en formatos algo anticuados”, concluye Ansorena.
De hecho, el mayor influencer de la UE no es alguien contratado por la institución, sino que está dentro del propio Parlamento Europeo. Él es Fidias, eurodiputado chipriota y youtuber que consiguió un escaño en las elecciones presentándose como independiente a partir de una campaña desarrollada íntegramente en las redes sociales. Ahora, ya como parlamentario, se ha dedicado a acercar el funcionamiento de la UE a su masivo público (más de dos millones de suscriptores solo en YouTube), con vídeos breves, simples y entretenidos donde explica cómo es su día a día o cómo se llevan a cabo los debates o la aprobación de leyes.
Pese a su cercanía con Donald Trump o a las críticas que recibe por sus sesgos en los vídeos, es indudable que Fidias está logrando acercar la UE a un público al que la institución no estaba llegando. “La clave es su manera de comunicar y eso también se puede hacer perfectamente desde la propia UE, lo pueden hacer otros parlamentarios; la cuestión clave es hacer comprensible algo difícil, y eso se puede hacer desde un Ayuntamiento o desde una entidad supranacional”, zanja Peytibi.