Meloni, la doctora sin receta para el enfermo económico europeo
La derecha mediática y política española puso esta semana el foco en los datos macroeconómicos de final de año certificados por Eurostat, la Oficina de Estadísticas de la Comisión Europea. Esos números son los argumentos que tendrá la Comisión Europea en junio para empezar a abrir expedientes por procedimiento de déficit excesivo. Que no llevarán a sanciones porque esa decisión tiene mucho de política y como los primeros sancionados deberían ser Italia y Francia, difícilmente lo sea nadie. Más allá de esas sanciones con las que titulaban muchos medios y que en Bruselas nadie ve en el horizonte ni siquiera para 2025, en la capital europea la economía que más preocupa es de largo la italiana.
Los números dicen que Italia cerró 2023 con el mayor déficit (7,4%) y la segunda mayor deuda pública (137,3%) de toda la Unión Europea. Sólo Grecia, que se recupera todavía de la crisis financiera del período 2008-2012 tiene más deuda, el 161,9%. Francia tiene un 110,6% y España un 107,7%. En cuanto al déficit, el francés es del 5,5% y el español del 3,6%.
Los números italianos son no sólo los peores, sino que evolucionan peor. La deuda italiana se redujo en el último trimestre de 2023 sólo un 0,6%, mientras la francesa se reducía un 1,4% y la española un 2,1%. Grecia va peor pero redujo en un trimestre un 3,7% y Portugal un 8,4%. El déficit español de los últimos cuatro años lleva una evolución de las más positivas de la Unión Europea. Del 10,1% que alcanzó en 2020 con la pandemia, ha ido bajando al 6,7% en 2021, al 4,7% en 2022 y al 3,6% en 2023. Una reducción de 6,5 puntos. En ese período el francés se redujo 3,4 puntos, del 8,9% de 2020 al 5,5% del año pasado. Y el italiano sólo dos puntos, del 9,4% de 2020 al 7,4% de 2023. La economía española creció más que la italiana y que la francesa en los últimos tres años.
España debe alcanzar el ansiado 3,0% del déficit a finales de este año si cumple con sus previsiones (el año pasado las mejoró) y Francia ya empezó a anunciar recortes para rebajar por debajo del 5,0%, mientras Italia se destaca como el enfermo europeo, con peores datos y sin soluciones a la vista. La preocupación, cuentan fuentes de la Comisión Europea, existe a pesar de que la presidenta Úrsula Von der Leyen pone sordina estos últimos meses porque no quiere broncas con Roma. En caso de que los dirigentes nacionales decidan que siga otros cinco años en la Comisión Europea, necesitará que la italiana Meloni no se mueva contra ese nombramiento (porque puede arrastrar a otros como el húngaro Orban o el eslovaco Fico) y que los eurodiputados de Meloni (del grupo de extrema derecha ECR, el mismo de VOX) voten a favor de su nombramiento.
Los italianos dieron el martes otra prueba de su choque económico con Bruselas. Ningún eurodiputado italiano, de ningún partido, votó a favor de la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Ni siquiera los del Partido Demócrata (aliados del PSOE), cuando el comisario europeo responsable del dossier es Paolo Gentiloni, uno de los suyos. También les había pedido su voto favorable el ministro de Finanzas italiano, Giancarlo Giorgetti, cercano a Meloni, pero hicieron oídos sordos.
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Fuentes comunitarias consideran que la clase política italiana vive fuera de la realidad y que en caso de crisis financiera los mercados podrían atacar de nuevo su deuda. Gentiloni decía esta semana que en Roma deben darse cuenta de la necesidad de “políticas presupuestarias prudentes”, algo que consideraba “indispensable para un país con un déficit y una deuda tan elevados”.
El análisis a fondo de los desequilibrios macroeconómicos italianos, publicado esta semana por la Comisión Europea, pinta un escenario peligroso: “Vulnerabilidades ligadas a su deuda pública elevada, asociada a déficits presupuestarios importantes y a un débil crecimiento de la productividad en un contexto de fragilidad del mercado de trabajo y debilidades en el sector financiero”. La diferencia con Francia, cuyas cuentas públicas están peor que las españolas, sobre todo en términos de déficit público, es que Bruselas entiende que en París ha habido “una respuesta política apropiada a las vulnerabilidades identificadas”.
Ese escenario no se enfrenta. Meloni maneja la economía con el piloto automático puesto y a pesar de ser el primer receptor de los fondos del Next Generation su crecimiento es menos de la mitad del español. La jefa del Gobierno italiano centra sus esfuerzos en las políticas que alimentan su base electoral: mostrarse dura contra la inmigración y dar la batalla cultural contra derechos sociales como el aborto. Mientras, cuando en Bruselas ya se habla en algunos ambientes de la “orbanización de Italia”, Meloni legisla para controlar con mano de hierro los medios de comunicación públicos.