"No han bajado los brazos": Carmen Amoraga reivindica la labor de los intelectuales frente a la censura

La escritora Carmen Amoraga.

Inmediatez, click o crispación son algunas de las palabras que usa Carmen Amoraga (Picaña, 1969) para definir el mundo tan complicado en el que se tienen que mover los intelectuales hoy en día. Periodista, política y escritora, la valenciana siempre ha estado muy ligada al mundo de la cultura. Tanto es así que desde el año 2015 es la directora general de Cultura y Patrimonio de la Generalitat Valenciana. Además de su actividad en el parlamento autonómico, Amoraga ha sido columnista en diversos medios de comunicación como Canal 9, Radio 9 o Punto Radio, y también una destacada escritora que atesora un Premio Nadal en 2014 por su exitosa novela La vida era eso. Suma a ese reconocimiento un puesto de finalista del Premio Planeta en 2010 con El tiempo mientras tanto y otro del propio Premio Nadal en 2007 con Algo tan parecido al amor.

No se puede conocer cuál es el papel de los intelectuales sin saber qué es exactamente un intelectual. La definición es, para Amoraga, enormemente difícil, y su ambigüedad hace que aún sea más complicado el análisis: “¿Es una persona con más formación, una persona con interés por las ideas o la cultura, o una persona con autoridad cultural sobre el resto? Creo que ni los propios pensadores se ponen de acuerdo", opina la escritora. 

Ya entrando en materia, Amoraga es bastante pesimista con el momento histórico actual, sobre todo por tener que reflexionar en medio de un debate público contaminado por la inmediatez de las redes sociales: “Todo sucede a golpe de click, cualquier asunto inmediatamente pierde actualidad y se prioriza la originalidad y la supuesta ‘gracia’ sobre el razonamiento”. Este contexto es enormemente perjudicial para la labor de los intelectuales, ya que, según destaca, toda esa inmediatez deja muy poco espacio para la reflexión pausada y el pensamiento crítico. 

Sin embargo, en el siglo XX, antes de que las redes sociales tomaran el mundo, la situación en España era bien distinta. En medio de todos los traumas que sufrió el país durante esa época, la sociedad contó con algunos de los intelectuales más importantes de nuestra historia. Muchos de ellos alzaron la voz en el golpe de estado a la República en 1936 y continuaron su lucha durante el franquismo. Por todo ello, Franco “los llegó a culpar de todos los males que sufría el país”, recuerda la escritora. Ya en la Transición, alzaron la voz para impulsar la democracia u oponerse a los últimos años del franquismo. Con todo este historial, es normal que muchos añoren ese pasado donde parecía que los hombres y mujeres de la cultura sí tomaban partido mayoritariamente por causas sociales y políticas. “No creo que tengamos idealizado ese pasado, pero es cierto que la historia ha situado a esos intelectuales en un lado muy pesado de la balanza”, opina la escritora.

Mucho tiempo después, las condiciones han cambiado enormemente, y los nuevos pensadores se han tenido que adaptar a un mundo que en nada se parece al de la Transición. “Antes no todo el mundo tenía acceso a la educación y ahora sí. Eso ha aumentado el número de personas con capacidad de opinar y se ha reducido en la misma proporción su presencia y capacidad de influir”, aduce Amoraga.

La escritora halla otra explicación de este fenómeno en el progreso tecnológico y en la irrupción de las redes sociales, que en su opinión, han democratizado posibilidad de mostrar una opinión en el espacio público de forma relevante. Además, cree que eso afecta a los medios de comunicación, los cuales “elevan a la categoría de noticia cualquier tema que aparece en redes sociales”. 

Intelectual no es solo quien reafirma mi pensamiento. También lo es el que plantea ideas que no me gustan

Sin embargo, todo ello no evita la existencia de grandes intelectuales en la actualidad como lo son, para la propia Amoraga, Adela Cortina y Jesús Conill. De hecho, la escritora no comparte la visión de que ahora mismo faltan personalidades comprometidas en el mundo de la cultura: “Estos días, por ejemplo, en los que Vox ha comenzado a dar muestras en las instituciones de lo que es, un partido que cuestiona los derechos y que practica la censura, los intelectuales no han bajado los brazos”, sostiene Amoraga, la cual cree que este fenómeno no se da únicamente en la izquierda, sino en todos los espectros ideológicos: “Intelectual no es solo quien reafirma mi pensamiento. También lo es el que plantea ideas que no me gustan”, zanja.

De cara al futuro, en su opinión, una materia en la cual se deberían involucrar más los intelectuales por su gran importancia es la educación. Para Amoraga es fundamental ponerla en valor, porque es la base de absolutamente todo lo que vendrá. “No sólo educación de la escuela, que también, sino la de la vida. La que se da en casa y en el entorno más íntimo”, reivindica.

Carmen Amoraga, Premio Nadal

Carmen Amoraga, Premio Nadal

La clave de ese futuro son, sin duda, los jóvenes. A su modo de ver, estos tienen, como toda la sociedad, muchísimos referentes en todos los ámbitos (cultural, social, empresarial, deportivo…) para poder formar sus opiniones y cultivar su conciencia crítica. Sin embargo, pese a que existan todos esos referentes, también cree que estos intelectuales no llegan, en muchas ocasiones, a conectar con las nuevas generaciones: “A veces me da la sensación de que los intelectuales no tienen demasiado predicamento entre la gente joven, se relacionan con la vieja escuela, con lo viejuno, con lo caduco. Y eso es un error”.

La escritora relaciona este fenómeno con los referentes que, en su opinión, tienen los jóvenes. Muchos de ellos son influencers y tiktokers que, en general, “se sitúan en las antípodas de los intelectuales”. Estos ídolos se mueven en un clima, el de las redes sociales, donde suele primar la inmediatez y la rapidez, un ambiente que, según Amoraga, no favorece la reflexión propia de los intelectuales, porque esta “requiere una calma que las redes sociales no fomentan”. 

Por último, la escritora no cree que a las personalidades de la cultura les cueste dar un paso adelante y comprometerse socialmente, aunque, desde su punto de vista, muchas “no pueden permitirse perder trabajos por dar una opinión”, o simplemente “consideran que más allá de su música, de su literatura, de su papel como artistas, no tienen por qué pronunciarse”. Por tanto, estén o no estén involucrados en política, la autora defiende que se les debe respetar porque “no todo el mundo con cierta relevancia pública tiene la obligación de posicionarse política o socialmente”.

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