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La traca final

El Rey emérito Juan Carlos I a su salida de Madrid con dirección Abu Dabi tras su visita a España.

El jet de los saudíes recogería a don Juan Carlos después de almorzar. Tan pronto el rey bajó a desayunar, toda la maquinaria palaciega se puso en marcha para preparar su equipaje. Camisas, bañadores fosforitos, un par de rifles, su reciente colección de ortopedia fantástica y el iPad para ver The Crown en el avión.

Me inquietaba que su majestad no hubiese intentado ninguna finta para quedarse en el país. ¡No me cogería con la guardia baja! Durante las últimas semanas, sacando un rato de aquí y de allá, había redactado un plan de operaciones que solucionase las opciones más previsibles. El rey me miraba y yo lo miraba a él: éramos contrincantes en una despiadada batalla de ingenio.

—Joaquín, ¿qué harás mañana, cuando me haya ido?

—Pedir el subsidio de desempleo, majestad, como un buen español.

—Hombre, no quiero hacerte eso…, quizás podría alargar mi estancia unos días más.

—Oh, no se preocupe, señor. Si a mí no me gusta trabajar. Usted me entiende, ¿verdad?

¡Uf! Por los pelos. Oía el pitidito del telégrafo en mi despacho. A los funcionarios de Zarzuela no les quedaban uñas que morderse. "Que no se quede STOP por la gloria de tu madre STOP Don Felipe va tibio de orfidales STOP La infanta Elena pregunta qué es una infanta STOP".

Contesté apresuradamente y seguí a lo mío. Don Juan Carlos se estaba tomando un vermú con aceitunas y se entretenía mirando cómo el servicio correteaba de un lado para otro. Noté que barruntaba alguna treta. El astuto jubilado no me hizo esperar. Fingió que se levantaba y lanzó un alarido de dolor. "¡Maldita cadera! Así no puedo ir a ningún lado…". Salí corriendo y volví con una jeringa con una aguja que ríete tú de las de tricotar. "No se preocupe, señor, tenemos este calmante intramuscular superdoloroso en el botiquín. Voy a ver si acierto en el sitio". Don Juan Carlos puso cara de espanto y se repuso inmediatamente. Me miró con unos ojos que decían "habrás ganado esta batalla, pero no la guerra".

A medida que avanzaba la mañana, sus artimañas y maquinaciones subían de nivel. Fingía haber perdido algo importantísimo sin lo cual no podía marcharse, nos fustigó con la pantomima de una aparición de la virgen e incluso amagó con prestarse a declarar ante la fiscalía. Resolví aquellas situaciones con una maestría condecorable, así que espero que el rey reinante lea estas columnas y me haga comendador de la Orden del Santo Sepulcro o algo así. En fin, llegada la hora nos apresuramos a montar la famosa comitiva real (ya saben, el Seat Ibiza, la C15 y los húsares en Vespino) y nos dirigimos al aeródromo privado de Madrid Barajas Adolfo Suárez La Parte Contratante De La Primera Parte. Mientras las azafatas subían las maletas de su majestad, el rey quiso despedirse de mí con su última jugarreta.

—Verás, Joaquín, es mi real deseo quedarme un poco más por aquí.

—Oh, excelente noticia, señor. Acabo de recibir una nota de la reina Letizia, que le encantaría que la acompañase a…

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—Bueno, bueno, bueno, mejor no hacer esperar al piloto.

Subió al avión como si le quemase el suelo de la pista. Mientras recogían la escalerilla, agité mi pañuelo. Con lágrimas en los ojos, vi que me acababa de llegar la transferencia de Zarzuela.

Au revoir, majestad. Nos volveremos a encontrar.

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