Antes de

Félix antes de Rodríguez de la Fuente, de la 'banda del Dios te libre' a dejarlo todo por los halcones

En el primer episodio de El hombre y la Tierra, Félix Rodríguez de la Fuente surca el mar, de pie, en la proa de una pequeña embarcación, sobrevuela bosques y selvas, y recorre páramos en una especie de Jeep que él mismo conduce, salpicando de barro y chinas cada vez que la máquina tropieza con un bache. De fondo, su voz: “En ningún momento eludimos el peligro, aunque la prudencia guió todos nuestros movimientos”.

A juzgar por lo que cuenta su hija, Odile Rodríguez de la Fuente, parece que esa máxima que escucharon tantos españoles el 4 de marzo de 1973 fue una especie de mantra que se aplicó su padre durante toda su vida: desde sus años de infancia en Poza de la Sal (Burgos), hasta en los viajes más extremos en los lugares más recónditos. Pero es en la infancia donde encontramos el por qué a las preguntas que rodean a una de las figuras más míticas –casi mitológicas– de la historia de la televisión española. “Él la definía como una infancia libre y montaraz”, concreta Odile, quien ha seguido los pasos de su padre y se ha convertido en una reconocida bióloga. La historia de Félix es una historia, precisamente, de historias. Su niñez estuvo rodeada de ellas y, andando el tiempo, supo transformarlas en relatos llenos de sentido. “Tenía una capacidad asombrosa para mezclar aquellas aventuras de pastores que le contaban cuando era pequeño con la última teoría, por ejemplo, de Biología”, observa Odile: “Con esos ingredientes armaba las historias que encandilaban e instruían a los telespectadores y a los oyentes”. En los bares, recuerda, “se callaba todo el mundo cuando empezaba El hombre y la tierra. Tenía más éxito hasta que el fútbol”.

Y todo, efectivamente, empezó en Poza de la Sal, un pequeño pueblo que, en 1930, cuando Félix tenía dos años, apenas superaba los 1.500 habitantes. Ahí, rodeado de naturaleza salvaje –mucho menos domesticada que ahora, aclara Odile– creció un niño que formaba parte de la banda del Dios te libre. Hay que imaginarse a un Félix de ocho o diez años cuya única preocupación era la de descubrir e investigar todo aquello que le provocaba curiosidad del entorno natural y de las gentes del pueblo. Aquella banda del Dios te libre corría libre por la sierra y convivía con los animales. Respiraba el aire de La Bureva y se refrescaba con el agua del río. “Piensa que mi padre estuvo sin escolarizar hasta los diez años”, recuerda. “Mis abuelos”, continúa, “no creían en una escolarización temprana y la guerra retrasó todavía más su ingreso en un colegio”. Sus padres preferían darle lecturas y que aprendiera jugando. “Los animales aprenden así y nosotros, como animales que somos, también deberíamos hacerlo”, reflexiona la bióloga.

También es cierto que si el niño Félix pudo vivir esa infancia despreocupada y en contacto libre con la naturaleza fue porque su coyuntura vital se lo permitió. “Su padre –mi abuelo– era notario”. Por eso, a diferencia de otros niños, Félix no tenía que trabajar en el campo en largas jornadas que le impidieran dejarse llevar por sus instintos. Fue entonces, cuando, tal y como apunta el periodista Benigno Varilla en Félix. Un hombre en la tierra (Planeta, 2020), un volumen que ha publicado la propia Odile Rodríguez de la Fuente, el niño acompañó “a legendarios cazadores furtivos y pastores del alto páramo, que le cuentan las primeras historias de lobos”. Fueron aquellas voces las que penetraron en lo más profundo de su ser y aquellas historias las que quiso vivir en sus propias carnes. Lo hizo, eso sí, tras una de las decisiones más importantes de su vida: la que lo apartó del camino de la medicina y lo puso en la senda de la naturaleza. Su primer aliado, el halcón.

De halcones, valentía y un jersey rojo

Victor antes de Victor Hugo: el 'Erasmus' madrileño que moldeó al gran romántico

Victor antes de Victor Hugo: el 'Erasmus' madrileño que moldeó al gran romántico

“Cuando mi padre llegó a la universidad, lo suspendía todo”, sonríe Odile. Para él fue volver a la libertad tras los años de colegio e instituto, cuando tuvo que ir interno a los Sagrados Corazonistas de Vitoria. “El primer año de la carrera fue como recuperar la sensación de la niñez, la independencia”, resume su hija. Sin embargo, el gran respeto que Félix profesaba a su padre fue suficiente para, en los años siguientes, dar la vuelta a la tortilla y obtener unas notas envidiables. “Pero él era un vividor, en el mejor sentido de la palabra. Le gustaba vivir, aprender y aprovechar al máximo”, argumenta. “Por eso, evitaba pasar estudiando todo el año. Su estrategia era encerrarse el mes anterior a los exámenes –sin ver a nadie y casi sin comer– y, así, adquirir todos los conocimientos necesarios. Y no solo aprobaba, sino que sacaba las mejores notas”. Tanto fue así, que pronto logró un trabajo como estomatólogo. “Era a media jornada. En Madrid”, explica Odile. Sin embargo, no se sentía bien. No estaba feliz. O no todo lo que debería. No estaba, en definitiva, en contacto con la naturaleza. Félix no había nacido para una vida constreñida ni encorsetada entre las paredes de una consulta y, por supuesto, tomó cartas en el asunto. Golpe de timón.

“Tú imagínate”, sorprende Odile, “lo que significaba, en plena Transición, abandonar un puesto de médico para dedicarte a la cetrería, algo que en España estaba prácticamente desaparecido”. En palabras llanas, Félix se lio la manta a la cabeza y decidió dedicar su vida a la doma de halcones. “Ahí estaba él, con su jersey rojo, paseando por el pueblo con un halcón en el brazo”. Nadie daba crédito a su última ocurrencia, pero tampoco nadie podía llegar a imaginar que sería el volantazo que cambiaría su vida para siempre.

En concreto, fue en 1965 cuando Félix dejó de ser un anónimo para el gran público y apareció por vez primera en televisión. Había obtenido éxito en las Jornadas Internacionales de Cetrería, que, por primera vez, y gracias a su influencia, se organizaron en España. TVE se puso en contacto con él para que hablara del tema en uno de sus programas. Todo el resto es historia. Lo explica su hija: “Muchísima gente avasalló a Televisión Española con cartas preguntando quién era ese hombre que hablaba de halcones y pidiendo que apareciera más en televisión”. A fe que lo hizo. Félix Rodríguez de la Fuente se convirtió en la voz “que iluminó y despertó a una sociedad adusta” y que estimuló “el potencial de toda una generación de jóvenes y niños”, tal y como se puede leer en Félix. Un hombre en la tierra. Efectivamente, si uno echa la vista atrás, encuentra todo el sentido del mundo a aquellas palabras que pronunciaba el gran comunicador en el primer episodio de El hombre y la Tierra. “En ningún momento eludimos el peligro”, decía. Y no era una forma de hablar. Lo había demostrado años antes, cuando se apartó del camino para dedicarse a su pasión. Odile, con los ojos brillantes, esboza una media sonrisa. “Era un poco temerario”.

Más sobre este tema
stats