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Victoria Camps: “La corrupción de la política ha llevado a pensar que aparecerá un redentor”

La filósofa catalana Victoria Camps publicó el año pasado su último libro, La búsqueda de la felicidad, en el que exponía cómo la existencia cotidiana está condicionada por aspectos que el ser humano no controla. La pandemia que nos acosa confirma con nitidez su pensamiento. Llegó a ser senadora del PSOE como independiente en los años noventa. En los tiempos actuales, considera que el auge de los extremismos bloquea la capacidad de negociación política. Desde 2018 es consejera permanente del Consejo de Estado.

Coronavirus

Seguro que la pandemia deja algunas secuelas. Que eso cambie nuestras formas de vida es algo que es absolutamente imposible de prever. Además, yo pienso que nuestras costumbres es lo más difícil de cambiar. Lo vemos en el machismo. Las actitudes machistas perviven a pesar de que llevamos más de un siglo luchando por la igualdad de los sexos. La experiencia que estamos viviendo con la pandemia nos ha hecho, quizá, tomar conciencia de que somos contingentes, de que somos limitados. Eso debería llevarnos a ser menos individualistas, a ser un poco más humildes, a potenciar más la investigación y el conocimiento porque nos hemos dado cuenta de lo ignorantes que somos. Debería llevar a potenciar lo público, especialmente la sanidad pública. Y a nivel individual nos debería llevar a repensar la jerarquía de valores.

La utilidad de la política

Más que la utilidad de la política, yo creo que la gente percibe la inutilidad de la política. Actualmente es una política de confrontación, de polarización. Es muy difícil, en esa política de confrontación y en esa necesidad de deslegitimar al otro más que de legitimar, de presentar las propias propuestas, ver que la política es útil. Esa lucha partidista ya la viví cuando fui senadora y pienso que no es de ahora. Lo que ocurre es que se ha ido agudizando con el tiempo. Y dada la dificultad y las crisis sucesivas que tenemos, sería muy bueno que fuéramos capaces de superarlo y de hacer ver que la política es necesaria, porque realmente lo es.

Populismo

Como decía antes, el populismo ha hecho que los grupos políticos dejen de intentar legitimar sus propias propuestas y se dediquen a deslegitimar al adversario, lo cual nos lleva a un estado de confrontación y de polarización que no nos permite avanzar en nada. Y, sobre todo, da al ciudadano la sensación de que la política está en un círculo, en una especie de bucle, donde los problemas y las dinámicas internas son lo único que tiene interés y tiene importancia para la política. Esa es la dinámica populista que yo creo que deriva también, en parte, de una corrupción de la propia política. La corrupción de los representantes políticos ha llevado a pensar que aparecerá un redentor de la política, un líder popular que representará la voluntad popular, la voluntad del pueblo. Todo eso nos tiene en una confusión de la que yo veo difícil salir.

Emociones y razón

En el debate político actual la razón se ve poco. ¿Dónde está el razonamiento práctico? Creo que hay que tener en cuenta las emociones, porque sin ellas no hay motivación para el comportamiento moral. Si no sentimos indignación frente a las injusticias, no pedimos que haya más justicia. El mismo miedo, que es una emoción que tendemos a rechazar, está haciendo que ahora aceptemos limitaciones de la movilidad, de las libertades que, sin ese miedo, no aceptaríamos. Las emociones son ambivalentes, pero es bueno que haya emociones que nos motiven como la compasión hacia el sufrimiento de los demás nos lleva a intentar corregir o resolver o asistir y ayudar a las personas que sufren. Pero esa misma ambivalencia de las emociones debe ser contrastada con el razonamiento y ver hasta qué punto somos siervos de las emociones, de las pasiones y ser capaces de gobernarlas a través de la razón.

Polarización

Estamos en una época de muchos extremismos y, en eso, también los medios de comunicación tienen parte de culpa al dar más pábulo a posturas extremistas que a posturas moderadas, que venden mal, que no son atractivas para el público, pero que, sin embargo, son las únicas capaces de llevar al diálogo, a la negociación. Con los extremismos no se puede negociar. Con los extremismos es difícil llegar a acuerdos. Esas posturas son las que creo que más nos están perjudicando.

Dudar

Hace unos años, escribí un Elogio de la duda porque soy filósofa y la filosofía es el ejercicio de la duda. La filosofía se detiene sobre todo en las preguntas, más que en las respuestas. En poner en cuestión casi todo antes de tomar decisiones. En deliberar antes de emprender una acción. Esto ocurre poco en política, donde se improvisa mucho. Sería bueno dar paso a la duda, que es dar paso a la reflexión y al pensamiento. Hay que tener en cuenta que, sin embargo, la política implica tener que tomar decisiones. Por lo tanto, no podemos detenernos sólo en la duda. Actualmente exageramos en el sentido de improvisar demasiado, de no evaluar lo que hemos hecho, de no evaluar suficientemente y, por tanto, de no reflexionar antes de actuar.

Prioridades de la izquierda, hoy

Ahora tenemos una prioridad clara que es salir de esta crisis, salir de esta pandemia. Una de las cosas que se ha puesto de manifiesto y que ya se puso de manifiesto en la crisis anterior son las grandes desigualdades. Tenemos un gobierno de coalición que es de izquierdas, que quiere ser progresista. Un gobierno de izquierdas tiene que dar prioridad necesariamente a la igualdad. Los dos grandes valores que son los ejes de los derechos humanos y de los principios constitucionales son las libertades y la igualdad. Sin unas condiciones mínimas de igualdad, las libertades son un engaño. Por lo tanto, sanidad, protección de la salud, educación, trabajo, vivienda, seguridad social y nuevos factores que aparecen como el de qué hacer con el envejecimiento de la población, qué hacer con los movimientos migratorios…, todas estas cuestiones, que plantean grandes desigualdades, deberían ser prioritarias en un gobierno de coalición de izquierdas como el que tenemos.

El conflicto catalán

El conflicto catalán es un conflicto que no tiene solución. Yo creo que la única solución, el único aparcamiento, podría ser el cansancio que todos tenemos ante ese conflicto. Soy muy pesimista y lamento la decadencia de Cataluña derivada del conflicto. Pienso que, volviendo a la idea que antes he manifestado, el independentismo es un extremismo. Es un extremismo que se basa en unas creencias, en unos dogmas que no son, desde su punto de vista, discutibles: el derecho a la autodeterminación de donde tiene que derivar necesariamente un referéndum. Esos dogmas hacen muy difícil la negociación y, por lo tanto, no es que piense que el conflicto no tiene solución, es que pienso que es imposible negociar desde esas posiciones tan extremas.

Periodismo libre e independiente

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Cada cual tiene su ideología y cada cual se debe a sus ideas. Aunque el objetivo del periodismo es informar y hacerlo de la forma más objetiva posible, esas ideas previas con las que nos acercamos a la realidad son las que son en cada caso. Más que de periodismo independiente, a mí me gustaría hablar de periodismo responsable. Ser responsable es hacerse cargo de lo que uno hace. El periodismo o la expresión pública de las propias ideas es absolutamente básico en una democracia. El derecho a la información es básico en una democracia. Hacerse cargo de la responsabilidad de esa información es lo que para mí sería el equivalente de la independencia periodística. Cuando una información no ha sido veraz, hay que hacerse cargo y reconocer que lo que uno ha dicho no tiene nada que ver con la verdad.

Redes sociales

No sigo mucho las redes sociales. Me parece una maravilla Internet porque facilita el acceder a cualquier tipo de información y a cualquier tipo de duda. De todas formas, debe significar un acceso a la información que implique tener criterios. Internet nos ofrece muchas cosas frente a las cuales hay que saber distinguir y hay que saber seleccionar. Nunca he estado en Facebook. Tampoco he estado nunca en Twitter. Me parece que no son elementos que ayuden demasiado a la democracia. En Twitter, esa reacción inmediata de las personas frente a cualquier acontecimiento y, además, obligada por una limitación de palabras no ayuda a profundizar ni a hacer una reflexión ponderada. Creo que no es bueno para luchar contra la fragilidad de la democracia.

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