Héroes
Patt Skinner y Carlos Conde: la sirena y el vikingo que se unieron para salvar el océano
La primera vez que Patt Skinner se enfundó en una colorida cola de sirena y nadó entre arrecifes de coral, fue en las Islas Caimán cuando solo tenía ocho años. La última, en Indonesia, justo antes de la pandemia. Lo que empezó como un juego se convirtió en una poderosa forma de concienciar: una sirena de carne y hueso denunciando la suciedad de los océanos y recogiendo los plásticos que se encontraba a su paso. “Antes los peces venían y se peleaban entre ellos para ser tus amigos, para acercarse a ti... Hoy se escapan”, denuncia mientras busca la aprobación de su compañero en Ocean Viking Cleaner, Carlos Conde. “Hemos visto mucho, sobre todo, cómo se han deteriorado los océanos por culpa del plástico”, añade él, detrás de una poblada barba ya canosa.
Como los vikingos, Carlos surcó las aguas del Ártico y trabajó a bordo de cruceros de expedición noruegos. Estudió en la Escuela Náutica de Hamburgo y, durante quince años fue piloto de la marina mercante alemana. Igual que Patt, hija de un excónsul británico en nuestro país, ha vivido y viajado por todo el mundo. Ambos han sido testigos directos de “la contaminación y la increíble cantidad de basura, plásticos y desechos nucleares —ahora también mascarillas— que arrojamos a los océanos”. Por eso, se unieron para crear Ocean Viking Cleaner. Han comprado un buque oceanográfico en el que quieren instalar una especie de turbina que les permitirá recolectar y reciclar los plásticos que recojan del mar. El proyecto iba viento en popa, pero la pandemia lo ha retrasado todo. Su barco, el Polar Endeavour, está atracado en aguas irlandesas, a la espera de que todo pase y puedan salir a alta mar.
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Patt, que nació en Bolivia por el trabajo de su padre, se define como una “ferviente luchadora por este planeta”. Reconoce que nunca más ha vuelto a ver el agua tan limpia como cuando nadaba de pequeña con la cola de sirena que le había hecho su abuela: “Hace cincuenta años, era diferente, el mar era como un jardín del Edén”. Ahora, está lleno de plástico. El Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA) estima que, cada año, más de ocho millones de toneladas de plástico terminan en las aguas marinas, representando el 90% de toda la basura que flota en nuestros océanos. “En Indonesia, el fondo de la costa era gris, notabas como si fuese un caldo de plástico, pero, lo peor, según los científicos, son los ‘nanoplásticos’ que están llegando al cerebro de muchos animales marinos”, explica.
Durante treinta años, Patt compaginó el activismo medioambiental con su trabajo como profesora de arte: “Siempre he intentado hacer hincapié en la importancia de la concienciación. ‘Nadie te tiene que recoger la habitación, la tienes que recoger tú’, les decía a mis alumnos. Pues lo mismo con nuestro planeta. La pandemia nos ha avisado”. Mientras ella organizaba “convenciones de sirenas” e inculcaba en clase la importancia de cuidar el medioambiente, Carlos era declarado persona non grata en Belice por denunciar la contaminación de los Cayos de San Pedro.
No tienen país, su vida y su lugar siempre ha sido el mar. Por eso, desean que vuelva la normalidad para poder organizar sus festivales vikingos: folk-rock, pulpo a la gallega y espectáculos de teatro con hologramas marinos. Solo así podrán recaudar fondos, desatracar el buque y salir de expedición a salvar el océano.