Cuando ya se ha perdido todo…
Hasta la fecha, en Gaza 15.613 menores han sido asesinados en los 19 meses de ataques israelíes, 876 no habían cumplido un año. Se calcula que hay unos 40.000 menores huérfanos. Los menores de Gaza son el 60 por ciento del total de víctimas directas e indirectas de la guerra. Y, además, ahora se enfrentan a graves consecuencias provocadas por la negación de asistencia humanitaria y protección.
Tal vez deberíamos tener presente que los conflictos armados son una problemática mundial que afecta a millones de niños, niñas y adolescentes produciendo consecuencias devastadoras para sus vidas. A pesar de los datos, estadísticas e informes que indican el gran número de niños, niñas y adolescentes víctimas directas e indirectas de estos conflictos, los Estados no se hacen responsables, y estos menores siguen sufriendo las consecuencias.
La guerra despedaza el contexto familiar y altera las relaciones de apego, conduciendo al agotamiento emocional debido a la exposición constante al miedo. Este impacto en el apego es irreversible y tiene consecuencias a corto y largo plazo. Es en la infancia cuando el sistema de respuesta al estrés se desarrolla, y la presencia de un soporte parental es crucial para ayudar a gestionar las experiencias adversas. Sin este soporte, aumenta la posibilidad de aparición de trastornos físicos y mentales.
La guerra no solo destruye ciudades y economías, sino que también despedaza las vidas de los más vulnerables
El conflicto armado afecta de múltiples formas a los niños, niñas y adolescentes que lo sufren, exponiéndolos a contextos de violencia constante y tensión psicológica en etapas donde el grado de vulnerabilidad es alto. Por ello, la prevalencia de trastornos y malestares psicológicos también es elevada. Diversos estudios han demostrado que las principales afectaciones en menores víctimas directas e indirectas de conflictos armados son la depresión, el trastorno de ansiedad, el trastorno de estrés postraumático, el consumo de sustancias psicoactivas, los pensamientos e intentos de suicidio, y las conductas externalizantes e internalizantes. Estas afectaciones persisten mucho después del cese de las hostilidades.
Es imperativo que los Estados y la comunidad internacional asuman la responsabilidad de proteger a los niños, niñas y adolescentes en contextos de conflicto armado. No podemos permitir que las generaciones futuras carguen con las cicatrices de nuestra inacción. La guerra no solo destruye ciudades y economías, sino que también despedaza las vidas de los más vulnerables.
¿Qué futuro les espera a estas menores víctimas de la guerra en Gaza? ¿Podemos realmente esperar que se conviertan en adultos sanos? Una cosa es segura: debemos ser conscientes de que no tendrán nada que perder, pues ya lo han perdido todo.
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María Verónica Jimeno Jiménez es socia de infoLibre.