¡La banca siempre gana! Helena Resano
Es difícil que a estas alturas no lo sepáis, pero la semana pasada se cumplieron 20 años tanto de la aprobación como de la entrada en vigor del matrimonio igualitario en España. Una efeméride que el Gobierno del país ha celebrado de manera repetida durante los últimos días, recordando el trabajo de activistas históricos y el papel de personalidades como Pedro Zerolo o el en aquel momento presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.
Las semanas de celebración también han ido acompañadas de cierto debate entre muchos de los activismos queer más alejados de las corrientes “asimilacionistas”. Al fin y al cabo, el debate sobre si el matrimonio igualitario debía ser una reivindicación del colectivo, según narran las propias activistas históricas, nunca tuvo obtuvo una postura unánime. ¿Fue un avance sin precedentes que integró a gran parte de la comunidad LGTBIQ+ en la mente colectiva del país? ¿O por el contrario una forma de amoldarnos al sistema que calmó la parte más rabiosa y más visceral delos espacios más rupturistas de la lucha del colectivo?
Una cosa que es importante entender es que la lucha de activistas históricas en los años 90 por la legalización del matrimonio igualitario no siempre vino desde el deseo de estas de poder formalizar sus relaciones, tradicionales y monógamas, para poder asemejarse más a las cisheterosexuales. Muchas de estas activistas realizaron esta lucha con un objetivo muy distinto: que no naciera una sola persona más en este país que, al crecer y darse cuenta de que no era heterosexual, no tendría los mismos derechos que el resto de españoles. En definitiva, equipararnos al resto y convertirnos en ciudadanas de primera, y no de segunda. O matrimonio para todos o matrimonio para nadie.
Celebro y agradezco a todas esas personas que pelearon tantísimo para ponernos en el centro, bien visibles, y que la gente empezase a leernos de una manera más amable, más integradora. Recuerdo a Boti García Rodrigo, activista histórica y quien fuese directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI del Ministerio de Igualdad la pasada legislatura, contar emocionada en un documental cómo notó el cambio en la sociedad gracias al matrimonio igualitario. En Nosotrxs somos (RTVE Play) narraba cómo un taxista que la llevaba, al oír hablar en la radio sobre el tema, le decía que no entendía el problema, que si esas personas solo querían ser igualadas en derechos, ¿por qué no se les iba a conceder? Un cambio en la mente colectiva que suponía una ruptura con una herencia de décadas de nuestra historia manchadas por la Ley de Vagos y Maleantes y la de Peligrosidad y Rehabilitación Social.
La importancia del matrimonio igualitario para la percepción y, por tanto, la seguridad de las personas del colectivo parecía clara. Ahora nos hacemos la pregunta: ¿qué nos toca a continuación? Porque celebrar está muy bien, pero, al mismo tiempo, es imperativo no dejar que la celebración haga que parezca que con eso lo conseguimos todo.
Ya no es que en la actualidad tengamos otros retos pendientes: es que directamente hay retos que siempre han estado ahí.
Recordemos que la institución matrimonial en un inicio nace con tres objetivos: garantizar la filiación de hijos, la subordinación de la mujer y la transmisión de propiedad mediante herencia. Tiene en sus inicios una intención de mantenimiento de un sistema económico y productivo. De hecho, en los primeros activismos LGTBIQ+ –como por ejemplo en el manifiesto del Front d'Alliberament Gai de Catalunya de 1977– se pedía la abolición del matrimonio, no el matrimonio igualitario. Lo que se pedía era que el Estado no pudiera establecer de forma legal cómo debíamos relacionarnos sexual y afectivamente.
Las reivindicaciones y la forma en la que hacemos lo que podemos en el sistema en el que vivimos cambian. Pero me gustaría que aprovechásemos más estas fechas para recordar a mucha gente que las realidades LGTBIQ+ no solo son respetables si imitan las realidades tradicionales cisheterosexuales
Las reivindicaciones y la forma en la que hacemos lo que podemos en el sistema en el que vivimos cambian. Pero me gustaría que aprovechásemos más estas fechas para recordar a mucha gente que las realidades LGTBIQ+ no solo son respetables si imitan las realidades tradicionales cisheterosexuales. Si nos agrupamos de la misma manera, somos parejas monógamas, con un adosado, un perrito (o comprando un niño, si resulta que la pareja tiene mucho dinero y pocos escrúpulos).
Muchas personas disidentes sentimos que si no lo hacemos, si no nos adaptamos a la vida organizada de manera tradicional que se espera de cualquier “buen ciudadano cisheterosexual”, nos van a llamar “desagradecidas”. “Encima que les dejamos ser como nosotros, y van y no quieren hacerlo. ¿Qué pasa, que se creen mejores? ¿Veis como son ellos los que no se quieren adaptar?”. Parece que todo vaya de conseguir que cambiemos el hecho de ser las personas que somos, de una manera o de otra.
Está bien celebrar, pero siempre recordando a quienes no encajan. A las no monógamas, a las promiscuas, a las que se relacionan de manera diferente. Y sobre todo a las personas trans, que son el principal objetivo de las estrategias de odio a nivel mundial, y para las que la Ley de Matrimonio Igualitario no significó un cambio en sus vidas ni en su percepción. Porque ser LGTBIQ+ no va de amar; va de ser.
También de celebrar, pero, ¿por qué no aprovechar para recordar que la manera en la que se atacó la ley de matrimonio igualitario es igual a como se ataca ahora la ley trans? ¿Hemos olvidado los ataques constantes de la derecha política y mediática de este país? ¿Hemos olvidado cuando el Poder Judicial comparó la boda entre dos hombres con “la boda entre un hombre y un animal”? ¿Hemos olvidado que dijeron que los hombres se iban a casar entre ellos para hacer la gracia, que se iba a hacer fraude de ley para ganar ventajas fiscales? ¿Que el matrimonio dependía de cuestiones biológicas porque iba de reproducirse, así que no se podía llamar matrimonio a la unión entre dos hombres?
Quienes estaban en contra del matrimonio igualitario eran los mismos que ahora se oponen con tanto ahínco a la ley trans con los mismos argumentos. Y la historia nos ha demostrado cómo esas críticas no tenían sentido alguno, exactamente igual que las que hacen ahora. ¿Por qué no usamos esa arma para dar el siguiente paso: blindar la seguridad y los derechos de quienes, por desgracia, siguen en los márgenes?
Celebrar está muy bien. Y celebro también con vosotras. Pero quizá, mientras celebramos, podamos pensar en nuestros próximos objetivos. En dar pasos en la lucha contra el discurso de odio. En garantizar la seguridad de las personas trans y de las que no encajan en los moldes tradicionales. Y, quizá, y aunque a algunos les suene marciano, en expandir el concepto de matrimonio, de relación y de familia. Para que podamos elegir de forma consciente a las personas con las que queremos compartir, a quienes queremos que estén ahí si nos pasa algo, si estamos enfermas. Para poder querernos, relacionarnos y cuidarnos de una forma más libre. Que es algo con lo que salimos ganando absolutamente todo el mundo.
Celebrar, siempre. Pero con los ojos bien puestos en lo que se viene.
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