Feijóo y las dos versiones del Partido Popular

Rafael Sánchez Sánchez

Desde sus orígenes franquistas –no debemos olvidar que el PP lo fundó Manuel Fraga, ministro de Franco– el Partido Popular ha intentado siempre un viaje al centro a sabiendas de que es en ese sector de votantes por donde se puede crecer electoralmente. Pero este viaje, al menos a nivel nacional, no lo ha llevado nunca a ningún sitio de una forma estable. La esencia del partido, su suelo electoral, estuvo desde el principio –y sigue estando– en ese franquismo lamentablemente arraigado en un sector importante de los españoles. Aznar consiguió en 1996 ganar las elecciones tras la larga etapa de gobierno socialista de Felipe González. En ese momento tuvo claro que debía emprender ese viaje al centro si quería permanecer en el gobierno y consolidarlo como finalmente consiguió en el 2000 con la mayoría absoluta que le otorgaron los españoles. 

Tras la nueva etapa de gobierno del PSOE que lideró José Luis Rodríguez Zapatero, el Partido Popular volvió de nuevo al gobierno, más por el grave desgarro político que provocó la crisis financiera de 2008, que por méritos propios. Con Rajoy en la Presidencia del Gobierno, hay que reconocer que el PP consiguió alcanzar con el singular político gallego esa imagen de moderación que evidentemente nunca pudo tener Aznar. 

La historia es conocida, el largo rosario de escándalos de corrupción, pero fundamentalmente el que ha pasado a la historia con el nombre de Caso Gürtel, dio al traste con el gobierno de Rajoy, que también ha pasado a la historia de la política española como el primero que ha caído por una Moción de Censura. No me voy a detener ahora en la actual etapa de gobierno del PSOE presidido por Pedro Sánchez, primero en solitario y luego con los sucesivos gobiernos progresistas de coalición, porque lo que aquí importa es abordar la evolución del Partido Popular en estos últimos años. 

Coincidiendo con el inicio del gobierno de Pedro Sánchez, llegó a la presidencia del PP Pablo Casado. El nuevo líder popular fue elegido por primera vez mediante unas elecciones internas del partido. Hasta ese momento la elección de los presidentes era “digital”. Casado llegaba así con un perfil diferente y quiso gestionar su partido con otro talante. Intentó por supuesto el “manido” viaje al centro de sus antecesores, pero lo hizo montado en el caballo de los insultos a Pedro Sánchez, especialmente durante la pandemia del COVID 19. Hay que tener en cuenta que en ese momento ya existía Vox y su líder Santiago Abascal, que lanzaba su “artillería política” no sólo contra Pedro Sánchez, también contra Pablo Casado. De esa etapa es la famosa “derechita cobarde”, expresión acuñada por el líder de Vox para referirse al Partido Popular. Abascal quiso en ese momento acelerar la trayectoria política de Vox presentando una Moción de Censura, moción en la que no contó con el apoyo de Pablo Casado. Todavía más, Pablo Casado pronunció en ese evento parlamentario un importante discurso que finalizó con aquel “hasta aquí hemos llegado” con el que marcaba distancias con Abascal. Pero el liderazgo de Casado tenía los días contados, porque ni él ni su Ejecutiva, en la que le acompañaba Teodoro García Egea, contaba con el apoyo de “las fuerzas vivas del PP”, y en concreto de la emergente lideresa del PP de Madrid, Isabel Diaz Ayuso. Las desavenencias y enfrentamientos de Pablo Casado y Ayuso, con acusaciones de espionaje de por medio, por las comisiones que cobró su hermano con la venta de mascarillas en plena pandemia, tuvieron su punto final con la dimisión forzada de Pablo Casado como Presidente del Partido Popular.

Tras esta grave crisis del PP, llegó a Madrid para salvar la situación y asumir la presidencia del partido Alberto Núñez Feijóo. El líder gallego, que a pesar de las reiteradas peticiones de Génova se había negado hasta ese momento a abandonar su Galicia natal, tuvo claro que era el único que podía salvar el partido, y en el correspondiente congreso extraordinario fue aclamado como presidente del PP. Feijóo llegaba a Madrid con una imagen y trayectoria de moderación que, al menos teóricamente, le avalaban para conseguir ese ansiado crecimiento electoral en el “territorio del centro político”. Pero las cosas no fueron ni son en la actualidad como se preveían, y ello pese a los esfuerzos que hizo Feijóo para conseguirlo. Un ejemplo claro fue la renuncia en su día a asistir a la toma de posesión de Alfonso Fernández Mañueco como Presidente de Castilla y León. El motivo era obvio, su asistencia a este acto le habría obligado a “hacerse la foto con Vox”, partido con el que iba a gobernar en coalición el flamante Presidente castellano-leonés. A pesar de este esfuerzo, el talante moderado de Feijóo duró poco. Enseguida fue consciente de la fuerza y el poder que tenía en el partido la todopoderosa Presidenta de la Comunidad de Madrid. Además, nadie duda de que tenía en la cabeza la sombra del “triste final” de Pablo Casado. Por añadir un ejemplo claro del poder interno que tenía y tiene Ayuso en el partido, baste recordar la renuncia por parte de Feijóo a firmar el acuerdo para renovar el Consejo General del Poder Judicial porque la víspera del acto una portada del diario El Mundo, y unas declaraciones de la líder madrileña, así se lo indicaban.

Feijóo busca desesperadamente el adelanto electoral para aprovechar el desgaste del Gobierno progresista de coalición que preside Pedro Sánchez

Pero vayamos a la situación y realidad actual del Partido Popular. En el inmenso poder autonómico que acumula el PP tras las elecciones de 2023 aparecen dos modelos claros de liderazgo curiosamente contrapuestos, pero ambos exitosos. Me refiero por un lado a Juanma Moreno, que tras un primer gobierno con apoyo de Vox ha conseguido mantenerse en la presidencia de la Junta de Andalucía con mayoría absoluta. El líder andaluz ha logrado, utilizando incluso un falso andalucismo, desmarcarse de Vox y ofrecerse como la garantía para evitar que la extrema derecha entre en el gobierno andaluz. Por su parte Ayuso se ha desembarazado también de Vox, pero no por una estrategia de moderación, sino asumiendo los postulados de la extrema derecha y arrebatando así al partido de Santiago Abascal una buena parte de sus votantes. Parece evidente que, con modelos –insisto– contrapuestos, ambos líderes autonómicos han logrado su objetivo, gobernar con mayoría absoluta. 

Feijóo es consciente de estas dos realidades que hay en su partido y por supuesto él ansía como presidente del PP llegar a La Moncloa, algo que no consiguió y sigue sin conseguir a pesar de ganar las Elecciones Generales de 2023. Feijóo busca desesperadamente el adelanto electoral para aprovechar el desgaste del Gobierno progresista de coalición que preside Pedro Sánchez. A ese ataque contumaz desde diversos frentes, especialmente el judicial, se ha dedicado el líder gallego en los últimos años, pero contempla para su desesperación que el presidente socialista resiste a pesar de los casos de corrupción, reales o no, que le rodean. 

A Feijóo le gustaría llegar a la Moncloa utilizando alguna de las estrategias de las dos versiones de su partido, pero no lo consigue. No logra disminuir el preocupante crecimiento electoral de Vox ni desde el modelo de moderación de Juanma Moreno, ni emulando a Ayuso haciendo suyos los postulados radicales de la extrema derecha. Este es el gran drama del Presidente del PP, que ve cómo su liderazgo se debilita día a día y que las próximas elecciones generales –anticipadas o no– son sin duda su última oportunidad.

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Rafael Sánchez Sánchez es socio de infoLibre.

Rafael Sánchez Sánchez

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