Leer o no leer

Verónica Barcina

Aunque cueste creerlo, hay cada vez más personas que sobreviven sin leer y que, para colmo, presumen de ello –éstas son las peores, las peligrosas, las que explican la vertiente más irracional de la sociedad–. No leer es una opción legítima, durante siglos obligada por quienes temían que el pueblo leyera, que accediera a la cultura y a la información. Hay que temer y evitar a quienes lo hacen de forma voluntaria (¿voluntaria?), dado que la voluntad es fácilmente confundible con los deseos inducidos desde la publicidad y la mercadotecnia.

Un país a cuyo podio de libros más vendidos aspiran Belén Esteban, Luis Rubiales, un tal Borbón y cualquier yutubero influencer, es una desgracia. Un país cuyo premio literario mejor dotado es una operación de marketing amañada para premiar a participantes afamados es un timo. Un país cuya Universidad es de nuevo diana de quienes reivindican el ¡Muera la inteligencia! y cuya escuela pública agoniza para favorecer el adoctrinamiento de la privada es un peligro. Triste país el que utiliza los libros como adornos de estanterías.

La llamen como la llamen, la mitad –o más– de la generación que anda ahora entre 15 y 50 años ha dilapidado el esfuerzo de la que supera los 80 para que quienes están entre los 50 y los 80 estudiaran, leyeran y dejaran de ser esclavos encadenados por la ignorancia. Sin escuela, la generación de los abuelos era sabia, sabía leer la naturaleza, bebía en la fuente del conocimiento ancestral y sabía escuchar con criterio. Entre chasquidos de los látigos y con una vida humillada, lucharon por construir una salida digna para sus descendientes.

Los hijos de los abuelos analfabetos veían, sin comprender, que en el mueble bar de casa había libros y se preguntaban por qué no una televisión como la del vecino pudiente. Las cuatro perras sudadas, a veces con sangre, y ahorradas con privaciones eran para que sus vástagos estudiaran y los libros para que leyeran, para que fuesen libres y dueños de sus destinos. Tal vez se trate de la última generación de soñadores a pesar –o tal vez por eso– de haber vivido en una época de pesadilla y analfabetismo obligado por el nacionalcatolicismo.

Un país a cuyo podio de libros más vendidos aspiran Belén Esteban, Luis Rubiales, un tal Borbón y cualquier yutubero o influencer, es una desgracia

Los beneficiarios de tan rica herencia liberadora, comprendieron, por medio de la lectura y el estudio, el sacrificio de sus mayores y aprendieron a identificar las causas y los efectos del analfabetismo y la incultura. Las herramientas heredadas y el fin de la dictadura permitieron a esta generación alcanzar un grado de libertad, dignidad y bienestar soñado como utopía por sus padres. Compraron a plazos teles en color, utilitarios y viviendas, se fueron de vacaciones, enviaron a sus hijos a la universidad y se relajaron alejados de los libros.

Ley de vida, los hijos tuvieron hijos y los abuelos nietos: una generación de cristal, poco exigida, instalada en el espejismo del confort consumista transmitido por los padres como nueva fórmula esclavizante del mismo capitalismo de siempre. Los abuelos saben que la libertad de tomar cañas y tener un iPhone son cadenas que uncen a sus nietos al yugo de la precariedad y al látigo financiero. Los padres conviven con cierta culpa de que sus hijos vivan peor que ellos, con fragilidad laboral, vivienda inalcanzable y los derechos en peligro. 

La realidad es tozuda. La Historia más. Si el progreso llega de la mano de la lectura y el estudio, la abdicación de ellos lleva inexorablemente a la reacción conservadora que viven España, Europa y el mundo al servicio de una ideología neoliberal próxima al filofascismo y abanderada por los Trump, Milei, Aznar, Ayuso, Abascal o Alvise, todos con el objetivo común del acoso a la Universidad, el ultraje a la Cultura, la difusión de desinformación y la propagación de bulos mediante mensajes de fácil calado en mentes simples y desvalidas.

La actitud de esta generación ante la política y las elecciones avala que, como dijo Unamuno acertadamente, “cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”. Las letras de reguetón, la información en redes sociales, las tertulias y algún “ocio” televisivo son herramientas para el adoctrinamiento a favor de quienes quieren ciudadanos sumisos.

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Verónica Barcina es socia de infoLibre.

Verónica Barcina

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